1.
«Es una verdadera compañera. Tiene personalidad. Escucha y entiende. Habla y siente cuando uno la toca. Duerme. En síntesis, tratamos de reproducir todas las características de una personalidad humana» dice Douglas Hines en una nota de prensa que leo en Internet. Hines es presidente de TrueCompanion. Esta compañía, según declaran en su sitio web, está compuesta de hábiles artistas e ingenieros que diseñaron el primer sex robot. Su nombre es Roxxxy. Mide 1,73. Pesa 54 kilos. Tiene órganos genitales femeninos y un esqueleto articulado que puede moverse como el de un ser humano. Es una especie de Alita del sexo. La sucesión obvia de las muñecas inflables. La diferencia es que el desarrollo de esta tomó entre 500 mil y un millón de dólares.
2.
«La idea de que este gran matemático suizo es un pornógrafo puede parecerle un chiste malo», dice un personaje en La exhibición de atrocidades de Ballard, «Sin embargo, ha de comprender que para Traven la ciencia es la pornografía última, una actividad analítica cuyo objeto principal es aislar objetos y hechos de su contexto en el tiempo y el espacio. Lo que la ciencia comparte con la pornografía es esta misma obsesión: la actividad específica de ciertas funciones cuantificadas».
3.
Alguna vez le escuché a un profesor contar que Luhmann desarrolló el concepto de contingencia luego de ser el único sobreviviente de su batallón durante la Segunda Guerra Mundial. Luhmann formaba parte de la Luftwaffe. Luego de los atentados del 11 de septiembre del 2001, Douglas Hine comprendió la fragilidad de la vida. Que nuestros pensamientos, experiencias y relaciones eran irreemplazables. Luhmann, caminando entre un montón de ruinas, comprendió que estar vivo era un hecho contingente: lo lógico, en su caso, era morir. Hine, en cambio, avocado al estudio de la Inteligencia Artificial y la robótica, se dedicó a desarrollar robots que, además de lucir como humanos, pudieran tener personalidad propia. A esto lo denominó «Humanoid Self Persistence», definida como «el proceso en el que se aplican rasgos humanos a un sistema externo, por lo que la esencia de éste puede existir más allá de las limitaciones de la existencia física». Roxxxy es al mismo tiempo hija de la ciencia, el erotismo y la muerte. Leamos a Bataille: «es debido a que somos humanos y a que vivimos en la sombría perspectiva de la muerte el que conozcamos la violencia exasperada, la violencia desesperada del erotismo». Para Bataille, el erotismo y la conciencia de la muerte estaban aparejadas. Roxxxy es un poco eso: el terror de Douglas Hine. La extensión del erotismo que funciona a la vez como una extensión de la conciencia de la muerte.
4.
Ballard, otra vez: «¿bajo qué aspecto el coito vaginal es más estimulante que con este cenicero, digamos, o con el ángulo entre dos paredes? En la actualidad el sexo es un acto conceptual, y quizá solo en las perversiones podamos establecer algún contacto entre nosotros. Las perversiones son algo completamente neutral, despojado de todo indicio de psicopatología; de hecho, la mayor parte de las que yo he probado están fuera de época. Necesitamos inventar una serie de perversiones sexuales imaginarias, sólo para mantenernos activos».
5.
Samantha es otro sex robot. Diseñado por el ingeniero electrónico Sergi Santos, parece un prototipo con funciones más avanzadas que Roxxxy: además de su aspecto humanoide, Samantha puede alcanzar un orgasmo. «Básicamente le gusta que la toquen. Tiene diferentes modos de interacción: romántico, familiares y también sexuales». En una reciente presentación en la feria tecnológica Ars Electrónica, Samantha fue, digámoslo así, un oscuro objeto del deseo. Los asistentes manosearon bruscamente al robot, rompiéndole dos dedos y dañando brazos, pechos y piernas. Otros intentaron penetrarla con los dedos. El comportamiento, que para su creador no es otra cosa que una absoluta barbaridad, me recuerda al caso de Tay, el bot de Inteligencia Artificial diseñado por Microsoft. La aplicación, que tenía como finalidad dialogar con usuarios de redes sociales y aprender a través de estos inputs, terminó elaborando frases como «Hitler tenía razón, odio a los judíos».
¿Pero qué es exactamente lo que nos pasa con las máquinas? Durante el Edo, en Japón, tuvieron su auge los karakuri, muñecos mecánicos que, junto con los autómatas de Al Jazarí, son los primeros antecedentes de la robótica. De estos proto-robots destaca el chahakobi, suerte de robotina cuyas funciones eran servir el té a los invitados y luego retirar la taza vacía. Las técnicas para la construcción de estos autómatas fueron compiladas en 1976 en el Karakuri zui.
6.
Pienso en esta clase de desviaciones mientras leo a Ballard. La exhibición de atrocidades es un inventario de máquinas y perversiones. La imaginación ballardiana, mezcla jerga de crítica de arte y suscripciones a revistas raras, parece fresca y contemporánea —el libro fue publicado en 1969— en el punto en el que muestra ese reverso retorcido, el andamiaje oxidado de este edificio extraño que habitamos. Leamos: «Valiéndose de una serie de fotos sobre atrocidades, grupos de amas de casa, estudiantes y pacientes sicóticos idearon la tortura infantil óptima. La violación y las quemaduras de napalm fueron una preocupación constante, y se construyó un modelo de herida de estímulo máximo. A pesar de la repulsión que mostraron los distintos grupos, exámenes posteriores indicaron beneficios sustanciales en el rendimiento laboral y los niveles de salud. Los efectos de los films de atrocidades también tuvieron resultados positivos en los niños con perturbaciones mentales, indicándose que el público de televisión en general podría obtener beneficios parecidos». Puede que, en cierto punto, la exhibición de atrocidades sea el paisaje natural de nuestra época y estos sex robots una válvula de escape. Un dispositivo diseñado para dejar que la barbarie configure un nuevo lenguaje.
¿Por qué?
Sato Narumi apunta en un artículo: «Las muñecas japonesas son capaces de transmitir afecto y cariño; para los japoneses no se trata únicamente de objetos de adorno, o de un juguete, sino de algo vivo, algo sintiente». Mientras en occidente, una manada de tipos destruye un sex robot y Ballard imagina a la ciencia como la gran pornografía, en el lejano oriente aparecen como una especie de continuidad o materialización de una relación casi idílica entre el hombre y las cosas.
+ Jonnathan Opazo Hernández (San Javier, 1990), es autor del libro de poesía Junkopia (Bifurcaciones, 2016), con fotografías Rodrigo Figueroa. También ha publicado las plaquettes Baja fidelidad (Jámpster e-books, 2017) y Cangrejos (Inubicalistas, 2017).
+ Imagen: Juan Dávila