La última ruta de Rodrigo Rodríguez. Juan Malebrán

“[…] porque en los viajes va la muerte hablándote al oído,
porque en los trenes va la muerte sentada
y en los barcos va la muerte de pie”.
J. Bello

Entonces, viajar es atreverse a la muerte. Y hacerlo en Bolivia, poner un pie en la tumba. Animarse a verla ahí, a punta de coca y singani, pestañeando con los choferes. En la animita que con el cambio de luces ilumina la curva. En las opciones de agarre cuando reviente el neumático y los vidrios sean esquirlas incrustándose barranco abajo. O en la película que se repite en loop, por cuenta propia y a todo volumen.

Un asunto común. Algo que deviene en costumbre. Igual que comprar la prensa, subir al bus y quitarse los zapatos: “Más de 13.000 muertos en las carreteras nacionales a lo largo de la última década”. “7.000 accidentes automovilísticos durante el período 2017”. “50 % en el aumento de víctimas fatales en lo que va del semestre”. Reclinar el asiento, enrollar la cortina y hacer oídos sordos a la señora que al final del pasillo cierra los ojos y empuña el rosario.

Pesimismo aparte. Si le hiciéramos caso a Pascal y nos negáramos a salir de la habitación, las cosas tampoco cambiarían tanto. La muerte se pasea ligera por los Andes. Va y viene con total soltura. Conoce cada uno de los rincones del hogar. Y, sin embargo, es sobre el asfalto donde prefiere lucir el brillo de las tulmas que adornan su pelaje.

Está claro. Morir en el camino tiene lo suyo. El gesto de quien prefiere el zigzagueo entre colinas al afligido deambular por bulevares. La adversidad del paisaje a la lenta repetición de la rutina. El desplazamiento impertinente a la oscuridad de un deceso entre enfermeras y respiradores. Por lo tanto, más allá del riesgo, moverse bajo estas lógicas remite a una actitud en favor de la experiencia, de la afinidad con el desplazamiento. Y en el caso de Rodrigo, la carretera y sus peligros resultaban una cuestión determinante.

Músico, videasta, fotógrafo y montajista. Un oso Balú en peso y estilo. Rodríguez era el movimiento mismo. Capaz de perderse semanas selva adentro, con su trípode al hombro. O de pasear despreocupado bajo la luz forastera de las ciudades. Siempre intenso. Siempre con un boleto en el bolsillo. Era pura energía medida en amperes. Una luz recortando la silueta de un peregrino que, a su propio paso, avanza resuelto bajo la noche.

Boliviano excepcional, el Caco a escasos días de haber cumplido 38, fue el único de los 24 operarios de la cadena TV Rights que el 10 de septiembre del año pasado, murió al volcar el bus que los transportaba, a pocos kilómetros de llegar a destino.

Potosí fue la responsable de recibir sus restos, antes de ser trasladados hasta La Paz, desde donde Rodrigo comenzaría su última ruta.

*

A nadie sorprende el estrecho lazo que América Latina mantiene con la muerte. Ñatitas, bronces, carnavales y comparsas. Huesas bebiendo pulque. Diablos, convites, brindis y barriletes. Frutas, cantos, cirios y tantawawas. El cementerio como un gran continente repleto de coronas y colores. Ofrendas y agasajos que apuntan, si bien a rendir tributo a quienes han partido, también a la creación de puentes entre este mundo y el otro. Reflejos de una identidad ampliada, compleja y pagana.

Así, para la tradición aymara, la muerte se asimila como el inicio de un largo recorrido. El ajayu fuerza vital que habita en todos los seres experimenta tres estadios antes de hallar reposo. Los achachilas, espíritus ancestrales, son los responsables de recibirlos en las montañas. Por lo cual, la vinculación con el fallecimiento igualmente dolorosa posee, además, un tono celebratorio. El ser querido se despide hacia una transformación que le permitirá una unión superior con la naturaleza.

Desde ahí, pensar la partida de Rodrigo implicaría saberlo todavía entre nosotros, en medio de un extenso periplo, pero desplazado a la idea de unidad con el universo. Un alivio, por donde se mire. Un bálsamo que reconforta el amargo brindis en el duelo. Sin embargo, nadie esperaba que esta travesía comenzara tan pronto. Que aquella madrugada borrara de golpe su presencia patente. Que apagara el dínamo que nos encendía cada vez que lo teníamos cerca.

Pero viajar es atreverse a la muerte y por más que Bolivia no encabece la lista de accidentes en la región, subir a un bus aquí es hacerlo con un mínimo de garantías. Y en consecuencia, barajar la posibilidad de regresar a casa desnucado y en una bolsa.

El eterno retorno andino. Lo ultraterreno siempre intacto. En esta misma flota, por ejemplo, que adelanta a un camión y justo al borde, evita el derrape. En la fractura del parabrisas. En la coima. En la inspección. En el chofer. En el cabeceo y en las horas extras. En los pasillos llenos de sacos, bolsas y aguayos impidiendo el paso. En el niño que, sin mirar, cruza corriendo detrás de sus ovejas.

De todas maneras, dudo que para Rodrigo hubiese sido de otro modo. Imposible pensarlo ceñido al tarjetero de la oficina. Abogando por la seguridad de los cinturones. O en pantuflas, limpiando sus cogollos, aquejado por el lento acabóse de los años. Lo impredecible de la ruta era lo suyo. Y así le tocó emprender rumbo. Con el mismo descaro de quien habita con su propia calaca haciendo pandilla. Con la gracia del jucumari dichoso en la jungla. Con la misma soltura con que la muerte se pasea ligera y festiva por los Andes.

*

Viajar, entonces, por Bolivia, es poner un pie en la tumba. Animarse a vernos ahí, al volver el asiento a su sitio para calzar nuevamente los zapatos. Al bajar con el resto de los pasajeros. Al acercarse al mesón y pedir saice como almuerzo. Al entrar al baño y hacerle el quite al extensor que pendula haciendo corte. Pero por sobre todo, al pensar a Rodrigo recorriendo este mismo camino. Estas mismas laderas. Y al sonreír luego, cuando antes de retomar el trayecto, una brisa inesperada se levante y sacuda al molle robusto frente al risco.

+ Juan Malebrán (Iquique-Chile,1979). Ha publicado “Reproducción en curso” (2008), f/22 Antología de poesía cochabambina (2011), Bozal (2014, 2015) Entretenciones mecánicas (2016) y en colaboración con Gladys González “Ulupica, 13 poetas bolivianos actuales” (2016). Ha obtenido la beca de creación literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes Chile, los años 2005, 2016 y 2018. Desde el año 2008, reside en Cochabamba, Bolivia, donde se desempeña como coordinador del área de letras de proyecto mARTadero.