Demo de Oz. Maori Pérez

Instrucciones.

El siguiente demo es, ante todo, un diálogo con el lector. Razón suficiente para que sea el lector quien decida, a través del texto, cuáles de las respuestas opcionales corresponden, y, por ende, cuál debiera ser la conclusión del demo.

Vale decir, que esta es una textualidad compuesta de fragmentos, de un diálogo entre un narrador y su lector. El narrador ofrece, al final de cada fragmento, una opción de respuesta, a la cual se le asigna un puntaje, el cual debe anotarse al final de estas instrucciones. Dependiendo del rango de puntos, anotados debidamente, el lector accederá al final del demo que le corresponde.

El final correspondiente se indica al final del recuento de puntos, en estas mismas instrucciones, de acuerdo al puntaje obtenido según la suma.

Si le preocupa rayar o no poder rayar un escrito que podría llegar a compartir, o está leyendo esta demostración después de que alguien más la ha leído, busque una hoja y sume de acuerdo a lo estipulado.  

Puntajes.

06-06-2018:    () 1   () 2 () 3   () 4 () 5
07-06-2018:    () 1   () 2 () 3  () 4 () 5
08-06-2018:    () 1   () 2 () 3  () 4 () 5
09-06-2018:    () 1   () 2 () 3  () 4 () 5  () 6
10-06-2018:    () 1   () 2 () 3  () 4 () 5
Puntaje total:

Finales:            De 1 a 5 Final 1.
De 6 a 10 Final 2.
De 11 a 15 Final 3.
De 16 a 20 Final 4.
De 21 a 25 Final 5.

  1. Final 6.

*

06-06-2018: “La Radio Imagina pone una música tan linda”.

Desperté en mitad de la noche para orinar, y en cuanto volví a la cama, seguro de que no hay mejor invento en el mundo que una cama, soñé que mi madre, con quien vivo, se me aproximaba románticamente, y que, tras rechazarla, volvía a rechazar a una chica a quien me habría gustado decirle que sí, llamada Sara, a quien jamás he visto.

Me despertó mi verdadera madre (y no la del sueño), con la Radio Imagina a todo volumen, asegurando que reproducían unas canciones tan lindas, y presionándome a empezar el día, una vez abiertas las ventanas de mi reducto a un costado del segundo piso de la casa.

Así que me levanté de la cama, preparé un café con leche, prendí un cigarro y la computadora, y comencé a tratar de comprender el día (comprender como entender sentimentalmente, pero también como empezar, desarrollar y terminar).

Bajé las escaleras de mi reducto en el segundo piso, tras lo cual hallé a mi madre esperándome en el primero, para contarme que ese día, ese preciso día de revolución feminista, Iris, mi mejor amiga, quería que la acompañara a partir de Macul con Grecia, de ser posible, o desde el Teatro Universidad de Chile, a partir de las 11. Eran las 9 de la mañana. Llegaba bien a lo segundo, con todas las otras cosas que tenía que hacer ese día.

Luego mi madre se fue a cocinar, mi perra Yuliette me recibió en la cama, bajó conmigo por las escaleras y me acompañó hasta la salida, y mi cama y mis ventanas estuvieron ahí a medida que comenzaba un nuevo día.

 

Decisiones del lector:

  1. ¿Volviste a cerrar las ventanas una vez que tu madre las había abierto?
  2. ¿Tomaste un breve descanso en cama antes de salir de casa?
  3. ¿Le pediste tu mesada a tu madre?
  4. ¿Le hablaste a tu perra?
  5. ¿Cuál es el sobrenombre de Iris?

*

07-06-2018: “Barrio posible, barrio innegable”.

Tras el umbral de la seca puerta golpeando un grito inaudible, pude haber ido al quiosco de Don Francisco, quien trae las revistas que compra mi madre, o al quiosco de Don Raulito, quien vende los cigarros; al supermercado Tottus, que es el supermercado habitual, o al Líder Express un poco más abajo, o hasta el final de Larraín, es decir, hasta el Santa Isabel; a las botillerías de la vuelta o del pelado; y una vez que sacara a pasear a nuestra perra por el pasaje donde vivimos, llevarla hasta la casa de la Angela (pronunciado “an-llé-la”), la casa de Paul o la de Gabi.

Una vez recorrida cualquier ruta, tendría que estar en el Teatro Universidad de Chile, pensando que haber ido al quiosco de Don Francisco tuvo la utilidad ritual que acostumbra (“¡Buenos días, Don Francisco!”, y luego mirarse en el espejo del retail de autos de al lado), y haber comprado los cigarros donde Don Raulito habría sido lo más sencillo, porque él, o su madre, o su esposa, o su hija, o su amiga tienden a atender con la suficiente diligencia y frialdad para que un autista como yo no tema por su vida, a diferencia de comprarlos en la estación de autoservicio, en la botillería del pelado o en el propio Santa Isabel (ni hablar de comprarlos en la estación de autoservicio que queda al lado de la casa de mi ex, donde casi nunca tienen caja blanda y ponen una cara horrible porque reponen súper poco); reflexionando que el Tottus, si bien varía en calidad y cantidad de ofertas, y si bien una vez me acusaron de ladrón (sin otros fundamentos que una cámara basura), por lo menos no te apuran cuando pagas, tienen espejos objetivos en la sección de ropa y una gran variedad en lo que respecta a vinos, aunque no se puede anteponer esto al hincapié en ofertas del Líder Express en cuanto destilados (para momentos especiales, en específico el pisco Mal Paso y el pack de 12 cervezas Becker), y tampoco se puede hablar mal del Santa Isabel si pensamos que poseen el whisky más barato del breve espacio de barrio alto en que estamos mi madre y yo; lo que de cualquier modo no puede relacionarse con un mínimo atisbo de desdén a la botillería de la vuelta, donde venden la caja de dos litros de Santa Helena a tres lucas, ni menospreciar la diligencia del pelado de la Botillería del Pelado, la que atiende todos los días (con horarios de juego de rol de Nintendo 64, pero atiende) y ha solventado mi adicción (y la de mi madre) al cigarrillo, con destacable estoicismo; ni se puede decir de las casas de nuestro pasaje que estas abunden en ningún defecto, sean las principalmente atractivas, como la de la vecina que me gusta, o la del Paul (que le gusta a mi madre) o la de los demás vecinos; por lo tanto, no hay forma de precisar, más allá de la forma azarosa que termina por otorgar el sol a todo, si visité o no uno de estos lugares.

Lo único seguro es que, después de realizar todas las diligencias básicas del día (cigarros, alcohol, comida y los demás vituperios), a las diez estaba en el Metro de Plaza Egaña, pagando con mi tarjeta BIP para estar a las 11 en Metro Baquedano, de modo de subir los escalones y recorrer los pasos que faltaran, hasta el Teatro Universidad de Chile, donde estaba programada la marcha feminista del día, después de un mes de estallar el movimiento.

Decisiones del lector: ¿Pero realmente fuiste a…

  1. … la botillería?
  2. … el supermercado?
  3. … el autoservicio?
  4. … el pasaje?
  5. … el quiosco?

*

08-06-2018: “La marcha como carnaval”.

Lo que ofrecía la variopinta congregación que empezó a andar por la Alameda a las 11 y cuarto: el sector en el que se encontraban Héctor Hernández y amigos (saludé a Héctor, no conocía a los otros), el sector en el que se encontraban mis antiguos amigos (no saludé a nadie, de modo que tampoco hube de importunarlos), cámaras, perros (de la policía, contra la policía), olor a marihuana, carnaval, y de un segundo al siguiente el estallido. El carnaval consistía en que, una vez rebasada la Alameda, nos adentramos en un sector nunca visto de los parques circundantes a La Moneda, donde habían instalado un escenario para alzar la voz (vía micrófono) y escuchar bandas en vivo.

Recuerdo que me sentí más poderoso que complacido, y que una dirigente subió al escenario a arengarnos y presentar a Ninguna Preocupación, una banda de nueva trova. Alguna gente comentó que la dirigente ocupaba los más monstruosos frenillos, obligándola a recitar muy lentamente sus arengas, con lo cual fracasaba todo el proyecto de emocionar al público. Ninguna Preocupación terminó de tocar su primer himno, y aprovechando el vuelo el vocalista gritó al público:

-¿Quieren viajar en el tiempo?

Decisión del lector:

  1. Tocó una canción del viejo repertorio.
  2. Tocó un cover.
  3. Tocó junto a un invitado.
  4. Tocó un instrumento muy raro.
  5. Tocó una versión en otro estilo de una de sus propias canciones.

*

09-06-2018: “Yo soy Cleopatra, pero antes fui Iris”.

A medida que se despliegan los primeros doble pedales de la batería de la banda, me choca alguien que levanta un puño derecho, a lo que levanto mi puño izquierdo y me vuelve a chocar otra persona.

-No son tiempos fáciles para ser Cleopatra – comenta con la suficiente nitidez a quien reconozco es Iris, mi mejor amiga-.

-Lo mejor es no pensar en el tiempo cuando hace mucho se perdió la paciencia.

Mi frase sonaría excelente, como de novela de detectives, sino fuera porque alguien me bate el estómago en el momento del decir.

El slam, el movimiento, la violencia tribal… Se agiganta, se complejiza.

Y estoy casi seguro que unos pocos metros afuera de nuestro circuito determinado, los balines se desatan, las lacrimógenas refulgen como fuegos artificiales, monumentos de pacos reprimen masas de invitados a una fiesta cuyo caos perfectamente podría compararse al de un vórtice en el espacio-tiempo. Basta con asomarse, una vez que has dado por terminada la fiesta, para atravesar el portal y darte por enterado tras subir al microbús.

Iris dice: “Yo planeé este evento. La dirección de los marchantes, los artistas invitados”. Dice: “Es como si hubiera planeado a Chile. Porque nada que acontezca en un país, acontece como es debido si no se conoce bien a ese país”. Nada de lo que pueda responderle terminaría sonando y dándose a entender en su oído y en su cerebro. Ella sigue hablando.

“Es como si hubiera planeado el tic tac del reloj, la paciencia y el ansia, el deseo y la consecuencia”.

“Es como si el principio que rige los valores y el destino que opaca decisiones me hubiera hecho su representante en la Tierra”.

  • ¿Y te sientes a la altura, Iris?:
  1. Mi mejor amiga entonces sube a los brazos del público y flota en la marejada.
  2. – Sólo siendo bajita se aprecia bien el cielo – responde Iris.
  3. – ¿Te sientes a la altura? – vuelvo a preguntar, pero ella ha desaparecido.
  4. Mi mejor amiga dice que en el fondo es una tarea que la esclaviza.
  5. “Iris o Isis, Cleopatra o Sátrapa, no hay más que altura”.

*

10-06-2018: “El espacio-tiempo gasta al tiempo y también al espacio”.

A que no sabes lo que he descubierto, dice Iris. Qué cosa, le digo yo, enojado por otra razón. Me confiesa que La Moneda, la casa de gobierno de Chile, es una máquina del tiempo. Ajá, le digo yo. Afirma con soltura y descuidada, que elegir a un representante es, ante todo, elegir una época, pasada o futura, y eso es porque el tiempo es, ante todo, dinero. De ahí que se llame “La Moneda”.

Entre cerveza y canción, comienzo a perder de vista a Iris, y a volver a ver a Héctor Hernández, a quien le parece que esta charada es una especie de broma interna, y a pasar de Héctor al camino que conduce de vuelta al sector en donde se dirime la batalla de lacrimógenas y molotov. Pero sus palabras resuenan.

-Un festival de clichés, sometido (por su educación) no a una nostalgia del futuro, sino a su crítica. Te encuentras en 1997, escribiendo tu primera novela (inconclusa), mientras lo que realmente transcurre es el año 2012 y tu primera publicación superior a los 10 mil pesos de venta (la que muchos, lectores y críticos, miran como traicionera de tu proyecto tradicional, es decir que, en el fondo, la miran como una locura). Esa obra, y esta obra, son, ante todo, portales de lo mismo: un videojuego de culto, dividido en tres partes, que es la vida. Y es en lo que terminas gastando tu vida, no importando academia o trabajo. Es como el amor.

Por fin llego al metro a eso de las seis cero seis de la tarde. Pago mi carga de tarjeta en la boletería y la cobro, la cuota del metro, antes de bajar por las escaleras. Hernández dijo algo que resuena a medida que los vagones se bambolean por los rieles. Estoy a punto de ponerlo en pensamientos, cuando algo me abstrae, y pierdo irredimiblemente el recuerdo de lo que dijo. Tengo una libreta, que ocupo mayormente para escribir este libro, donde podría haber anotado sus dichos si se me hubiera dado completamente la oportunidad. Se llama “Libreta de pensamientos increíbles, y otros”. También me ayuda con la U.

Pero ciertamente que no…

  1. Tembló.
  2. Se suicidó alguien en las vías.
  3. Hubo un cortocircuito en el Metro.
  4. Pasó un vendedor sumergido.
  5. Tocó música alguien.

*

Finales del Demo.

A continuación, vuelve a la primera parte, suma tus puntos, y regresa aquí, a leer el final que te corresponde.

*

Final 1: “Vuelves a casa, después de un rato”.

Hay una pausa. No es del otro mundo. Como cuando vas a respirar hondo y alguien se da cuenta entonces de que eras de ese tipo de personas (personas que además de respirar como cualquier otra, le dan su importancia). Has inhalado hasta lo más profundo de tus pulmones, y alguien, una chica, o una gente, o un chirrido del televisor del metro, reaccionan a tu pausa. No importa tanto si se han sentido incómodos, ofuscados, febriles o felices con lo que pudiera demostrar tu gesto. Es sobre todo, que tú das cuenta de una diferencia. Y de repente, no existen los gestos pequeños ni las personas irresponsables. Con meramente respirar, esto se destaca, y uno es juzgado. Aviso del futuro, tal vez, cuando respirar mucho sea penado al mismo nivel que un asesinato. Vale decir, un tiempo en que nos sintamos tan conmovidos por otro ser humano, que por la transformación del H2O en dióxido de carbono. (Y no comamos nada que proyecte sombra, y la imaginación sea también existencia). Abandonas el Metro. Subes por las escaleras que se abren a Larraín. Cruzas el semáforo. De pronto te sientes muy agobiado y quisieras descansar. Cruzas la primera esquina, cruzas el semáforo en Blest Gana. El agobio ha trascendido a niveles filosóficos cuando abres el portón. Estás en casa. ¡Bienvenido!

*

Final 2: “Vuelves a casa, pero histérico por volver”.

Y es que ha pasado tanto, y has pasado por tanto… ¡Habría que volver! Pero entonces alguien se te cruza entre una línea del metro y la otra, y cuando subías al carro hubo empujones y miradas. Dudo que seas una persona necia o vil, pero esto no lo duda lo que te ocurre. En la siguiente estación por fin podrás sentarte, y en la siguiente a esa ya te habrás puesto los audífonos, y querrás deshacerte de la sensación de mortalidad que implica el bamboleo de un tren subterráneo. Saldrás de él, subirás las escaleras automáticas. Y una vez que hayas cruzado el semáforo de Plaza Egaña y Larraín, con el ciego pidiendo limosnas y los vendedores paranoicos, ¿qué más vida? ¿Cuánta más vida? Recorrer la cuadra de Vespucio será un paseo, y una vez que hayas llegado a casa, tu madre te propondrá tus comidas favoritas, y podrás acostarte a leer, sorbiendo lentamente un par de tés y un par de cigarrillos. Una siesta es recomendable.

*

Final 3: “Te distraes por un afiche publicitario, y de súbito te dejas arrastrar por la llamada al celular de un amigo”.

Sigues en el metro, y si necesitas consuelo, no hay nadie que se entere. Así que decides mirar para todos lados: al frente (no hay consuelo), a los lados (ningún consuelo), te volteas, giras en 360 grados… Así que te dedicarías a pensar, pero el Metro está planeado lo suficientemente bien, y un aviso de propaganda en el televisor clama por tu conciencia. ¿Cuántos más perritos y gatitos tienen que morir? El televisor muestra a muchos, muestra más de los necesarios. Desearías llamar al número que indica la pantalla, pero en vez, y justo en se momento, te llama un amigo. Estoy a dos estaciones, dice, en el instante cuando llegabas a casa. Juntémonos. Tal vez no sea el final especial de tu travesía, dice, ¿pero de qué está hablando? Buscas a tu instinto, persigues a tu corazón en esta y en todas partes. Juntémonos, respondes.

*

Final 4: “Alguien te mete conversación en el metro, te distrae, y te pasas de la estación donde debías bajarte”.

Bajas por las escaleras de Tobalaba con la sensación en el rabillo del ojo, de estar siendo observado al mismo tiempo. Es decir, que no puedes saber si tú has mirado primero a esa persona, pero ciertamente que no quieres mirarla, y definitivamente esa persona te sigue mirando después de haber tomado tu decisión de no mirarla de vuelta. No sabes si tus ojos, al no querer observar algo que te pide ser observado, se vuelven turnios, u opacos. Lo cierto es que esa persona, además de tenerte presente, se va acercando a ti. Vivir en la ciudad, se dice, tiene que ver con saludar solamente a tus conocidos. Aquí es cuando el pacto se rompe. Hola, dice la persona. Te atreves a mirarla de frente: es un hombre viejo y medio borracho. Hola, tratas de decirle, y algo de esa palabra permanece en tu gesticulación. Últimamente creo, afirma la persona borracha y vieja, que por muchos nombres que le demos a lo que hemos dejado atrás (Cervantes, Grecia, Dios), la palabra es una herramienta inequívocamente actual, e incapaz de convocar lo supuesto. Te sientes nervioso, miras tu reloj: son las 22:16. Estás en Plaza de Puente Alto, en el andén, y ya no hay forma de volver a casa. Le respondes que no sabes de qué habla, te pones los audífonos, y vuelves a casa caminando. Y el infinito que sigue a eso.

*

Final 5: “Llamas a un amigo, tratas de conversar con alguien, pero parece que nadie te presta atención”.

El viaje en metro fue de lo más aburrido. No por la presencia o ausencia de gente, ni por los medios (personales o estatales), ni por la velocidad o su ausencia, de la máquina. Simplemente, fue como si una potentísima ráfaga de aire hubiera eliminado para siempre el significado de un viaje en metro. Sin significado, no hay sufrimiento, pero tampoco excitación. Así que decidiste llamar a Roig, tu único amigo, últimamente, por celular. Pero no contestó. Estaría ocupado con las drogas, o la política, o las mujeres, o el trabajo, o el estudio. Estaría meando en la Panamericana, la única razón digna para perder toda responsabilidad social. Así que, dado de baja Roig, buscaste conversación en el mismo metro. Le hablaste a la chica que te tincaba, al viejo que te recordaba a tu padre, a personas que no te habrían interesado de otra manera. Nadie te hizo caso. El viaje se hizo más largo que nunca, muchas veces creíste que sería eterno. Pero llegaste a casa. Cruzaste las cuadras posteriores al metro, cada vez menos eternas, y llegaste a casa.

*

Final 6: “No vuelves a casa”.

En la intersección, tras subirte a Metro La Moneda y hacer combinación en Tobalaba, se te acerca una mujer francesa, quien asevera llamarse “Motocicleta”, y contextualizando:

-Que nada de lo real ha sido siempre real, ni volverá a serlo.

El portal se abre. No vuelves a casa.

*

Playlist del demo: https://www.youtube.com/playlist?list=PLI5976IoZ4IXG-R4RqqOvR2hgFV3m2w7g

 

+ Maori Pérez (Santiago, 1986), escritor y músico chileno, ha publicado los libros Cerdo en una jaula con antibióticos (2003), Mutación y registro (2007), Diagonales (2009), Lanzamiento (2010), Cronoguerrillas (2010), Lados C (2011), Oceana (2012), Instrucciones para Moya (2013) y el libro epistolar en co-autoría con María José Viera-Gallo, Química y Nicotina (2017). Actualmente prepara Ronin, una novela sobre el Iron Man Pucón, y Oz, la precuela de Oceana. El presente texto, más que un adelanto, es un ejemplo de cómo podría llegar a leerse esta última.
+ Imagen: Bruce Newman