“El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano”
Samuel Salvatierra, quien podría haber tomado su nombre prestado de una novela de Bolaño, soñaba con publicar libros sobre los temas que le apasionaban: boxeadores que también son poetas, detectives que le siguen la huella al último trébol de cuatro hojas del mundo y curas alcohólicos abandonados por el toque celestial de dios. Arrumbadas al lado de su cama estaban todas sus obras rechazadas, constituyéndose como una especie de memorial que recordaba sus fracasos. Junto a ellas, los correos de las editoriales que justificaban la decisión de no publicarlo:
Estimado:
Creo que es la última vez que nos tomaremos la molestia de escribirte. Te lo hemos reiterado en varias ocasiones: no tienes la más mínima cuota de talento, nadie va a leer un libro de 3400 páginas sobre un púgil patético que espera ganar sus peleas recitando poemas. Para qué decir los dos volúmenes de ese detective que se pasa la vida buscando maleza o esas tristes historias sobre curas que entran a bares, ¿no te das cuenta que así comienzan los peores chistes? No eres Thomas Wolfe, nunca serás Paul Auster, tu literatura es triste como un perro enjuto consumido en vida por pulgas y garrapatas. Pensamos que debes tener un coagulo cerebral, o bien, te debes una sesión al psiquiatra. Lo tuyo es grafomanía, alguien debería cortarte las manos.
Después de recibir cientos de cartas llenas de ofensas a su trabajo como novelista, Samuel Salvatierra,quien conocía el rechazo por dentro y por fuera, ahora deseaba con todas sus fuerzas convertirse en poeta para escribir –lo que según él- sería el mejor poema de Chile. Por lo mismo, es que le envió una carta certificada a su amigo con su más reciente creación, el también escritor fracasado y youtuber, Otelo Parraguez, autor del libro El filo anverso que esconden las navajas, título que solo luce la mesita de noche de su mamá y en la biblioteca de su madrina.
Otelo, hermano en la ruina:
Por el nombre de dios y otras cosas en las que no creo, mis novelas vuelven a saber del desprecio, así que he decidido dar un giro a mis letras y escribiré poemas vivenciales que retraten por todo lo que hemos pasado. Ya llegará nuestro momento, la explosión será enorme, de nuestras creaciones brotará el asombro y la maravilla. Mientras tanto te dejo mi primer trabajo titulado El grafómano. La idea me la dieron en una editorial:
Sí, la verdad es que no tengo un pelo de poeta
más bien un cuadro de grafomanía
la necesidad patológica de escribirlo todo
no perdono vivencia personal o ajena
las ideas, propias o prestadas, fluyen sin filtro
entre mi mente, puño y letra.
Así que de manera impulsiva y antojadiza
indico el punto exacto de la ciudad donde yace muerto el hombre
me matriculo con las pajas, el tabaco y la cafeína del artista bohemio
me elevo por sobre los rascacielos
y espero a dios en las esquinas mundializadas.
Es que ya lo había dicho soy grafómano
tengo la necesidad patológica de escribirlo todo
así que amigo, amada o enemigo
te lo advierto, aléjate, huye de mí
a menos que quieras ver tu vida plasmada en mi pintura
pintura que se dibuja con el dolor de un perro enjuto
comido en vida por pulgas y garrapatas.
Porque el grafómano sufre con el dolor animal
pero gobierna en el asado
odia a los conservadores
pero se sienta y ríe en su mesa
aboga por las minorías
pero se funde con la masa
dice que la vida es muy corta para vivir enojados
pero quienes creen conocerlo
saben que el odio
es el inquilino más viejo y fiel de su corazón.
Samuel Salvatierra, quien perfectamente podría haber sido un personaje de una novela de John Fante, esperaba deseoso los comentarios de Parraguez ya que era el único escritor que conocía y tenía un respeto único por sus opiniones, las que considera sabias y oportunas. Unos días después –en sobre tirado por abajo de su puerta- recibirá la respuesta de su amigo:
Samuel:
Sin rodeos. Tus palabras me deprimen y afectan mis procesos creativos. Leí tu texto con atención y no puedo celebrarlo, se le ven las costuras, no provoca nada salvo indiferencia. Lee esto con atención: nunca fui y nunca seré tu hermano en la ruina. Hoy supe que mi libro tendrá una segunda edición, la que será costeada por mi madre. Será mejor que tomemos caminos separados. Nunca me simpatizaste. Alguien debería cortarte las manos.
Samuel Salvatierra, quien había prometido convertirse en escritor, escuchó alguna vez que el título de poeta llegaba solo con la muerte y consciente de su incapacidad para construir imágenes, sus serios problemas de sintaxis y envuelto en una tristeza tan inmensa que se podría plegar completa como una pesada sombra sobre el Desierto de Atacama, decide poner fin a sus días usando un veneno de su propia elaboración. Antes de beber la mezcla de cloro, bencina y aguarrás, resumirá su legado en una nota suicida:
Otelo, hermano en la ruina
El escritor debe tener un final trágico
si lo carece
es su obligación última inventarlo.
Después de eso
-y solo si la tormenta lo acompaña-
Escribirá.
Y no se equivocó. Años después, la paleontología literaria, una nueva disciplina preocupada de rescatar los libros que nadie lee, encontró toda la obra de Salvatierra y la elevó, con justicia, a categoría de culto. Ahora sus novelas son alabadas por la crítica, sus poemas lanzados desde aviones y declamados por poetas famosos en los salones de las universidades más prestigiosas.
Su fiel amigo Otelo Parraguez, quizás la única persona que supo en vida de su existencia, escribió una biografía que título Samuel Salvatierra, hermano en la ruina. Ésta lo catapultó al éxito y la fama inmediata.