Llego a mi departamento el domingo por la tarde. Agrietado. Ahí están los desastres congelados desde el viernes. Voy directamente al colchón, cambio de escenografía y me derrumbo. El viernes temprano, me hacía en el café Marco Polo planificando caminatas diurnas. Tenía la copiosa guía de actividades para disfrutar el Día del Patrimonio. Con un lápiz subrayaba los sitios de interés, armando una suerte de ruta para los próximos días. Qué fin de semana tan cultural tendría.
El sábado nos despertamos después de dormir un par de horas, desayunamos unas frutas y elegimos seguir durmiendo. Volvimos a despertar, almorzamos más frutas y pasado el mediodía nos lanzamos a conquistar el patrimonio. Partimos por un lugar cualquiera, el más cercano. Los Tribunales de Justicia se emplazaban en el silencio absoluto. Revisamos la guía, y claro, las cinco de la tarde eran un pésimo horario para ser turista. Solo quedaban las fachadas, sin horarios y cualquier día del año. Tomamos un café en un boliche, nos despedimos con un beso escueto y ella se alejó por calle Merced. Por una de mis rutas, la del Palacio Bruna, el Colegio de Arquitectos y el Museo de Química y Farmacia.
Camino a mi casa. Un mensaje me invita a una jornada de juegos de mesa. Paso por cerveza y gano todas las partidas. Desde la terraza de mis amigos en calle Santo Domingo, veo el ex congreso y los tribunales, veo mi celular y reparo en la hora. Parto de inmediato a un cumpleaños al que estoy invitado. Paso por vino y espero durante 40 minutos la micro. Esta sería la única ruta bien planificada, porque logré llegar sin perderme a una casa rodeada de potreros en La Reina. Patrimoniales fueron sin duda los recorridos por las antiguas bodegas de la Viña Santa Rita, Cousiño Macul, Santa Emiliana, Tarapacá ex Zabala y Concha y Toro. El domingo despierto abrazado con P, desayunamos café negro y torta. Elegimos seguir durmiendo. Volvemos a despertar y almorzamos papas fritas y palitos de apio. Volvemos a descorchar vino.
Mi amiga me acerca a la ciudad, me despido con un abrazo en el automóvil. Camino por Providencia y parece otoño. Debo elegir entre el Burger King y el Tavelli. No sé porque elegí el Tavelli, porque leería poesía probablemente. “Finalmente nos sentamos y sentimos que todo esto era inevitable” leo en un libro que publicó la cumpleañera. Reviso la guía del patrimonio, hoy me perdí la ruta por Recoleta que tenía pensada. Quizás esté todos los días latente, la oportunidad para conocer el Instituto Psiquiátrico o el Servicio Médico Legal o la sala de anatomía de la Universidad de Chile, por dentro. Me levanto de noche por un vaso de agua. Como en muchas ocasiones, no me siento ni vivo ni cuerdo.