Cables y tornillos. Martín Tugas

Tengo hace años una pequeña lonchera metálica marca Thermos que debe ser de los 50. Seguro la compré en la Avenida Argentina porque me pareció simpática y costaba tres pesos. En ella guardo papeles. Nunca guardé una vianda. Si la cargara en la calle, sería ocupándola como una pequeña caja de herramientas. Un set eléctrico con pequeños alicates, cintas y destornilladores. Pero no, cuando alguien me ha pedido que le cambie un enchufe o un soquete, he cargado lo indispensable en mi mochila de todos los días. Y siempre ha sido lo suficiente. Si faltara un tornillo, podría dejar una bisagra sujeta con dos en lugar de tres.

Cuando una persona se afeita todos los días es indispensable que la luz y el espejo estén a la altura adecuada. Un amigo recurre a mis habilidades desesperado. Resulta que al parecer los antiguos inquilinos del departamento eran enanos. Parado frente al lavamanos compruebo que nada se refleja más arriba de mis hombros, ni rastros de un rostro. Los botones podrían tornarse ojos y en mi camisa dibujarse una cara, pero eso no pasa. Mi amigo iniciaba sus  jornadas encorvado. Y esa no es forma de empezar el día. Los días se parten saltando de la cama, abriendo las cortinas cegado por la luz y enalteciendo el plexo solar frente a la ciudad dorada.

Los departamentos antiguos son los que invariablemente preferimos para vivir en el centro. Aunque cueste meses hacerse de uno. Tengo una estadística comprobada con tres casos recientes, incluido el propio. Tres meses demora uno en conseguir un buen piso. A veces se llega al que cumple los requisitos de ubicación y precio, y ocurre lo peor, se te adelanta algún desgraciado o no te aceptan los papeles. Porque en el fondo hay que justificar con artimañas que uno es un millonario que por vocación quiere arrendar un piso ínfimo y gastado. En fin, hay quienes encuentran el piso perfecto en unos días, tanta suerte me resulta sobrehumana. Hay otros que también encuentran lo suyo rápidamente. En las nuevas torres inmensas.

Para instalar una nueva lámpara, un nuevo enchufe o interruptor. Se requiere que desde el techo o la pared sobresalga una extensión mínima de cable para poder manipularlo. Eso no siempre está dado.  A veces se acumulan décadas de pequeñas refacciones, décadas cortando el último pedacito de cobre que sobra después de apretar los pequeños tornillos de un artefacto. Se recurre a ingenios. En los departamentos nuevos podemos encontrar otros problemas, el cable es suficiente, lo faltante es algo que realmente podamos  llamar pared o techo.

Me gustaría hace décadas haber construido el espacio donde vivo. Y satisfacer con antelación todos mis caprichos. Verter el concreto, proyectar la planta y planificar el cableado. Verme fotografiado sobre una viga metálica. Comiendo mi colación a cientos de metros de altura. Reponiéndome después de fijar cientos de remaches en una estructura. Mi lonchera tendría una marmita, unos panes, fruta y una botella con algo. Me faltan motivos vigorosos para solicitar un descanso. En mi departamento, los cuadros siguen apoyados contra un muro. No he puesto repisas ni cortinas. El espejo colgaba en el baño antes de que llegara. Evité ocupar el taladro. También evité comprar  un espejo. De flojera evito afeitarme. La ciudad apenas encandila y de pura inutilidad siento hormigueos en cada brazo.

+ Martín Tugas. Santiago, 1983. Estudió en Valparaíso, ex Marino Mercante y librero, dueño del Café San Isidro.
+ Imagen: Sebastián Piel