Himalaya (o la condena de ser una estrella). Josefina González

25/11/2018.

Mi mamá en ocasiones especiales hacía malaya en nuestra casa del sur. A mí no me gustaba porque me hice vegetariana a las 11 años por un personaje de un libro que leí de una serie de literatura chatarra sobre un club de niñeras. Viajo a México en un par de horas más y me acordé de esto aquí en el aeropuerto, a propósito de un hombre sentado cerca mío que perfectamente podría ser un pariente cercano del Yeti. En Estados Unidos el Yeti es Pie Grande y en Rusia le dicen Chuchuna.

Siento ahora como si estuviera en Siberia o Narnia a punto de irme de paseo al Lago Ness o a Transilvania. Siempre me ha dado miedo andar en avión, prefiero que me abduzcan los extraterrestres o escapar de un oso en el bosque, sin exagerar. Subirse a un pájaro de fierro lleno de gente que podría ser mala y traicionera me parece una pesadilla, porque no hay cómo bajar a tierra si la situación se hace vuelve insoportable. En cualquier caso, la peor parte de la experiencia de subirse a avión no es el túnel idéntico a uno de la película 2001: Odisea Al Espacio, sino la sensación de irrealidad que me consume por completo cuando hago cosas humanas que deberían parecerme lógicas.

Cosas que forman parte de mi arsenal de guerra contra la idea, a veces pavorosa, de que nada en el mundo hace sentido:

  1. Fotografías de focas bebés (por ningún motivo de humanos bebés)
  2. Fotografías de cabras bebés (por ningún motivo de humanos bebés)
  3. Fotografías de perros con ropa o anteojos de sol

El llamado Sistema del Himalaya se extiende por varios países: Bután, Nepal, China e India. Una vez en la secundaria gringa tuve una amiga de Nepal que era igual de tímida y discapacitada socialmente que yo en esos años. Ahora no me da miedo decirle nada a nadie porque lo que me asusta son cosas mucho más importantes que una masa de imbéciles. A mí me asusta que la gravedad se acabe mientras estoy acostada de espalda y me caiga para arriba a lo Major Tom y quede flotando sola en el espacio sideral sufriendo un aburrimiento eterno hasta que me muera.

Pienso que la peor posibilidad de existencia universal sería ser una estrella. Ser una estrella significa estar sola y aislada flotando en la mitad de la nada por 10.000 millones de años sin posibilidad de apagarte o dormir. Se supone que las estrellas son hermosas, pero son como la paradoja del fotógrafo que tiene un hijo negativo que se le revela. A veces igual pienso lo horrible que debe sentirse ser un mall comercial y tener todo el día a miles de hormigas consumistas adentro, recorriendo cada centímetro de tu cuerpo.

A veces quisiera tener pelo en todo el cuerpo, ser blanco, medir dos metros y tener los pies muy grandes para vivir lo más lejos posible de un país que asesina a jóvenes de 24 años solo por ser mapuche y defender sus tierras. A veces quisiera vivir en un país donde tu perro muerto pueda reaparecer como fantasma y eso sea completamente normal. Algo así en Chile es algo muy paranormal. A una mujer en Illinois se le apareció su Pug en una tostada con mantequilla, después en una madera de su casa nueva y después en carne propia, pero transparente, de espectro. Nadie se asombró y la mujer dijo que cuando pasan esas cosas no hay que tenerle terror al miedo porque el miedo es el llamado. A una mujer en Chile la virgen le lloró lágrimas de sangre en su propia casa hace varios años y yo en esa misma época me di cuenta que la malaya es el original y verdadero sushi chileno.

A mi madre, la madre del joven comunero asesinado le regaló una planta una vez en el sur, pero el fin de semana que la policía le disparó a su hijo, las flores que nacieron de la planta se secaron. A veces quisiera comprar espermios de Ricardo Palma Salamanca para repartirlos por todos los baños públicos y donarlos a la ciencia para que lo reproduzcan en masa. Ahora mismo eso sí, lo que en verdad quiero es que mi perro muerto se me aparezca en la carísima lechuga de aeropuerto que me estoy comiendo y me diga que todo va a estar bien.  

26/11/2018.

Actualización. Sufrí bastante poco en el avión. Creo que nada de lo que me pasó entra en la categoría terrorífica de la irrealidad de las personas. Incluso miré por la ventana y fue hermoso porque las nubes son enormes, como malayas de algodón. Fin de la fobia a volar. No deja de ser infinitamente aterrador que cada vez más se me olvide que nada es real y me deje seducir sin esfuerzo por mi vida feliz y plena.

+ Josefina González (Santiago, 1983). Se ha dedicado a distintas áreas de la producción creativa: música, pintura, ilustración y actuación tanto en cine como en teatro. El año 2017 lanzó su disco No Todo Se Trata Del Amor Pero Casi Todo (Infinito Audio). Ha publicado los fanzines de humor “Mundo Absurdo” #1 y #2, además del libro Cómo cuidar de un pato (Overol, 2018).