Un helado de invierno naturalmente sospechoso. Victoria Donoso

Insistir en cómo las nubes están poblando nuestros días. El invierno, lejos de estar dentro de las cosas agradables que nos rodean, ya llegó. Y mientras pasear por las calles de Santiago puede convertirse en la actividad más deprimente y aburrida, se le hace frente empezando una tarea desquiciada, titánica y aletargada.

Una de las mejores cosas del invierno son las malva. Sus colores metálicos, la cobertura de chocolate, el centro tibio y esponjoso. En un nivel más abajo, los helados de invierno.

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Las clásicas mañanas en la oficina pueden pasar una tras otra, invernales, frías, aburridas. Definitivamente con más ganas de estar en la cama que frente a un computador.  

Un día, un compañero de la oficina te deja de regalo algo para comer.

¿Un helado de invierno?

La risa torcida se dibuja sola. Los colores pálidos de las sustancias se vislumbran a través de un papel transparente que brilla con la luz de la lámpara.

Y si antes todo estaba en orden, calmo, aburrido, ahora las expectativas se han convertido en tortugas gigantes. El estómago ya vio tu helado de invierno y empieza a renegar de cualquier desayuno ingerido anteriormente.

Según te dijeron, el problema es que ese helado de invierno está envenenado.

Frente a todo lo que ha sucedido en el transcurso de la mañana, te empiezas a ver desdoblada. Tu propio yo ha salido de ti y lo ves pasearse por la oficina.

Pensando si comerte el helado, tu estómago gruñe de hambre.  Arriba te vuelven a decir que el helado de invierno está envenenado. Tu cuerpo se queda inmóvil, en plena acción de dar un paso. Solo se mueven de un lado a otro los ojos. Como en la televisión, decidiendo qué hacer.

De pronto, el helado de invierno empieza a levitar del escritorio. Se queda suspendido en el aire. Y desaparece.

La fantasía se acaba. El cuerpo vuelve a estar donde estás tú y la pequeña voz comienza a quejarse de no haberse comido el helado de invierno. Todo era una invención, dice. El helado no estaba envenenado y tu compañero de oficina no quería que murieras. Solo quería que tu día invernal fuera más feliz.

Tú dudaste de tu compañero, pero sin duda sospechaste en proporciones enormes del helado de invierno. Porque de querer llevar a cabo una buena muerte instrumentada, un helado de invierno sería la herramienta perfecta. Pasivo, pálido y de colores, nadie podría resistirse a un helado de invierno.

Y por todos los flancos se abren lluvias.  

+ Victoria Donoso (1992), es Licenciada en Letras de la Universidad Diego Portales. Actualmente trabaja en el Departamento de Extensión Cultural de la Biblioteca Nacional de Chile.