Las cartas de Isabel y Luis (2da parte). Natalia Berbelagua & Florencia Edwards

El 2013 un curioso artista con predilección por el material callejero, encontró una carpeta amarilla en el contenedor del Archivo Nacional. Tenía una serie de cartas escritas a mano en los años ochenta. Se trataba de la correspondencia entre una escritora chilena menor y un profesor universitario residente en Estados Unidos. No pudo saber nada más porque no les entendía la letra. El artista, amigo de la escritora Natalia Berbelagua, le hizo llegar las cartas, que ella sí pudo leer. Ella guardó las cartas e intentó dar con los protagonistas, sin resultados. Algunos años más tarde, comprobó que la dueña de las misivas era tía de la también escritora Florencia Edwards. Así comenzaron a reescribir la historia epistolar de estos dos personajes en el ambiente artístico de la dictadura. Esta es la segunda entrega. 

Isabel,

no sé por qué la escribí a mano, cuando sigo sintiendo un dolor intenso, punzante en las articulaciones. Hace años tuve un accidente. Me lancé por un tobogán y me fracturé el dedo de la mano izquierda. Podrías preguntarte qué hacía yo en un lugar como ese, y es reprochable, porque estaba pasado de copas después de una inauguración. Estuve ahí tomando vino como todas las veces, haciéndome el interesado entre esa gente que cada vez me parece más detestable. Hasta estrecharles la mano ya me parece hipócrita, si pudiera iría a lavármelas como lo hacen los médicos antes de las operaciones. Lo real es que salí del evento, afiebrado y tambaleándome, pensando en si alguna vez he hecho las cosas correctamente. Pasé por una plaza con juegos infantiles, y me senté en la punta. Podría haber mirado la ciudad pero no lo hice. Tampoco recuerdo haberme mirado algo más que los pantalones, sin levantar la vista, como ya se ha hecho costumbre. Me lancé Isabel, como ese niño que creí ser y que nunca fui, como el viejo acostumbrado a sus depresiones, a la estética-estática de los cuadros que veo. ¿Has visto algo más muerto que un museo? Esa es mi vida. Y ese impulso que tomé esa noche no me corroboró más de lo que ya sabía: la fractura, en la mano izquierda. Dicen que el hemisferio izquierdo pertenece a la madre, diferencias con las teorías antiguas, que la situaban en el lado derecho. No sentiré culpa esta vez por haberla asemejado a una serpiente, y prefiero no ahondar mucho en ese tema.

Los santos son para mí unos fantasmas perfectos, la posibilidad de vivir lejos del mundo, en completo silencio, pero recibiendo llamados que vienen de otro sitio. El episodio de los dieciocho años no hace más que recordármelo. Ya no fui un santo, y esas imágenes de coronas de plata sobre la frente de los moribundos, y los senos cercenados de Cristina, y los lagos de sangre que están a las espaldas de San Sebastián lo corroboran. Lo mío es la pulcritud, la exagerada limpieza. Para ser un santo hay que estar dispuesto a que te coman los buitres, y que tu cuerpo termine en lo que ya sabemos. Hace tiempo que no contacto a mi amigo, no quiero causarle problemas, tal vez podrías escribirle tú, a mi nombre. Después me mandas una copia.

Dije lo de hacer dormir a un niño con tus textos. Y quién soy yo para recriminarte. Puedes seguirme mandando textos, disculpa mi grosería, estaba un poco borracho cuando dije toda esa sarta de estupideces.

Tu marido desconfía de ti, es paranoia, y si tus hijos te miran con mala cara es porque se parecen a él. Me acuerdo de la enfermedad del mayor, los movimientos involuntarios, los ojos mirando al cielo, los dedos arqueados. Ahora resulta que esta carta solo se trata de enfermos, estamos todos mal, descuidados. En un momento así, no podría abrir una caja de pandora tan dura como la de mis dieciocho años. En otra vida tal vez, o cuando ya no me importe demasiado. Me siguen doliendo las manos, ahora más que nunca, que te escribo esta carta a máquina. Un abrazo, cuéntame más de tu vida, que me saca de esta abulia total.

Luis

***

Hola Luis, perdón por el atraso en la carta, siempre te contesto tan pronto, y me pregunté si hacerte esperar podía estimular tu imaginación sobre qué he estado haciendo yo. ¿Te preocupaste o pensaste en algún viaje que hice, quizás a Disneylandia? ¿Te acuerdas que me escribiste sobre un pariente tuyo que iría en el verano? Cuando me hablaste de que estuviste en un tobogán me acordé de lo que me han dicho sobre Disney, que tiene toboganes gigantes, no como en el que estuviste sentado. Además, no entiendo algo, dices que quizás podrías haber mirado la ciudad desde el tobogán, pero esos toboganes de niños son tan bajos, que no puedes ver desde su altura la ciudad, a menos que sea una ciudad de juguete, una maqueta que hizo un niño para el colegio y dejó en el piso de la plaza. 

Hablando de Disneylandia, ayer mi hermano Hernán me trajo un souvenir pictórico de la visita que hizo al parque temático. Es de uno de los juegos de agua que se llama “Es un pequeño mundo”. Te explico: el souvenir en la primera página dice: “Únete al crucero que ha navegado más feliz alrededor del mundo. Estas ventosas tienen vías marítimas, son tu pasaporte a puertos distantes de felicidad y canciones. Viaja a las maravillas de festivales con bailes donde todos los niños viven  y juegan. Es un reinado de risas. – “Es un pequeño mundo”. Las personas se suben a un barco y ven esculturas de  niños y animales en movimiento, con trajes característicos de cada país, pueden cantar y jugar. 

Yo me preguntaba cómo lo hacen para que esos  juguetes que representan niños y animales se muevan. Al principio pensé que eran humanos disfrazados de esculturas, pero son muy chicos para que quepan humanos adentro, incluso aunque hubieran sido personas con enanismo. Pero más adelante leí que esos niños y animales “vuelven a la vida” a través de un nuevo concepto llamado Audio Animatronics, algo así como animación en tres dimensiones. 

Luis, es como lo que te escribí en la carta anterior, que podía ver una animación tuya a través de tu caligrafía, como un fantasma.  Estas esculturas en movimiento hacen que otros puedan ver animaciones en tres dimensiones que antes eran de color transparente. Hace visibles movimientos de niños que nunca hemos visto, movimientos que solo estaban en nuestra imaginación y eran privados, eran tan íntimos. 

En otra página explica: “combina movimiento, con voces, música y efectos especiales, todo programado en un cassette que tiene 32 canales para controlar más de 400 acciones. Las figuras se mueven con cilindros de aire”. No sé nada de ingeniería Luis, pero me imagino que adentro de cada figura de esos niños hay veleros que se mueven por el viento  y que esos barcos empujan a que se muevan los brazos y las cabezas de los niños. Quizás instalan ventiladores para tener viento ¿Qué piensas tu de cómo se logran mover por dentro? 

Quiero preguntarte algo, pero no te enojes. Desde que recibí tu carta he estado con esta duda ¿por qué no escribiste la carta a mano, por qué a máquina? ¿Fue a propósito porque no querías que imagine el traslado de tu brazo? Quería disculparme si fui invasiva al hacerlo, solo dime si te molestó. 

Por último Luis, ¿Qué se siente estar pasado de copas, en ese estado se te revelan verdades? Porque en ese estado fuiste honesto y me dijiste que no sé escribir. Entonces pienso que es un estado de iluminación, en el que puedes percibir una verdad oculta.  ¿O solo es una ilusión de algo revelador, una estructura que tiene un tono de afirmación, pero el contenido es irrelevante? Eres mi amigo y quiero que seas honesto, ¿Piensas que no sé escribir pero hasta tu mente te lo oculta porque no quieres que esté triste? No soy tan frágil Luis, prefiero nuestra confianza. 

Te mando con esta carta, una postal que me trajo mi hermano Hernán de Disney para que puedas ver cómo eran estos niños que vuelven a la vida. Aparecen de la mano del creador, Walt Disney. 

Isabel

 

+ Natalia Berbelagua (Santiago, 1985). Ha publicado los libros de relatos Valporno (2012), La Bella Muerte (2013), Domingo (2015) y el poemario La marca blanca en el piso de un cuerpo baleado (2016). Valporno fue traducido al italiano por Edicola Ediciones.
+ Florencia Edwards (Santiago, 1988) publicó los poemarios Queso Derretido y Ya no van a haber robots: aventuras de motel.  Actualmente está escribiendo un nuevo poemario para Lecturas Ediciones, y un libro de cuentos para la editorial Saposcat.