Entre 1968 y 1972, el etólogo John Calhoun realizó una serie de experimentos para estudiar la evolución de las relaciones sociales y el comportamiento animal en colonias impactadas por la superpoblación. Calhoun había comenzado estos estudios con ratones a finales de los años 50 en el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos y con estas experiencias pretendía observar los efectos que la presión demográfica ejerce sobre la conducta social de un colectivo de individuos. Para sus estudios, Calhoun preparó un ecosistema ideal, un paraíso para el buen vivir en el que los ratones no tendrían nada por lo que preocuparse. El hábitat de observación que ideó para el experimento tenía seis metros cuadrados, alimento y agua siempre disponibles, temperatura agradable y constante, óptimas condiciones de higiene, ausencia de depredadores, cubiles de cría y material para acondicionar sus nidos. El espacio podía albergar una población de hasta 3 mil individuos. Calhoun inició el experimento introduciendo en este edén utópico cuatro parejas de ratones jóvenes, un grupo de Adanes y Evas seleccionados por sus características y calidad genética. Los resultados que obtuvo fueron perturbadores.
“En este país pasan cosas que no se saben. Cosas que cuando se saben, dan vergüenza. Aquí en Holstebro llevamos un mes enterrando animales, millones. Los visones tenían una mutación del virus y hubo que sacrificarlos. Millones, millones, enterramos millones, nosotros, los del servicio de limpieza de Holstebro, pero eran demasiados y tuvo que venir personal de ciudades vecinas para ayudar. No se puede imaginar la cantidad de cadáveres. Llegaban en camiones, uno tras otro, y de ahí los tirábamos a las zanjas. Nos entregaron equipamiento especial, trabajamos cubiertos de arriba abajo como los médicos. Aun así hay una buena cantidad de compañeros contagiados, dos en la UTI. Esto de nuevo está fuera de control, nos volverán a encerrar en casa y no sé si podremos soportarlo una segunda vez. Leí que incluso después de muertos el virus se les queda impregnado en la piel, y eran muchos, se han sacrificado millones, todos los visones se infectaron porque los tienen en esas granjas amontonados en jaulas donde apenas se pueden mover. Vino un biólogo del ministerio y dijo que había que cavar las zanjas y enterrarlos por lo menos a metro y medio de profundidad. Eso hicimos. Después echamos la cal y la cáustica. Era muy impresionante ver tanto animal muerto. Pero lo peor fue después. Pasé un día entero sin parar de vomitar. El martes pasado llegamos a la zona de trabajo y nos encontramos que el campo entero estaba cubierto de cuerpos en descomposición. No puede imaginarse el espectáculo macabro. Y el olor. Escuché al biólogo del ministerio decir que era por la cantidad de cadáveres, que eran tantos los cuerpos amontonados en las zanjas que los gases que emitían al descomponerse hinchaban y expandían a los animales de tal forma que explotaban y con tanta presión bajo tierra terminaron por reventar las fosas. Se salieron de las tumbas y quedaron esparcidos por todas partes. Un campo de zombis, eso es ahora, contaminando la tierra y el ambiente, ¡nos pueden contagiar hasta el agua! El espectáculo es macabro y el escándalo monumental. Por cosas así caen gobiernos. Vamos por el mundo con un doble discurso asqueroso. País ejemplar siendo el mayor exportador de pieles de lujo del planeta. Qué negocio repugnante, criar animales en esas condiciones espantosas para fabricar abrigos y pestañas postizas en China. Cosas que pasan en este país y no se saben y cuando se saben, dan vergüenza”. Michael M. Empleado de los servicios de limpieza de Holstebro, Dinamarca. Noviembre de 2020.
Durante los primeros cien días, período que Calhoun denominó de adaptación, los ratones se dedicaron a marcar sus territorios y a construir sus nidos. A lo largo de los siguientes 250 días, en esas condiciones ideales en las que el único límite era el espacio, la tasa de reproducción experimentó un aumento exponencial en el que la población duplicaba su tamaño cada 60 días. A partir de esa explosión demográfica Calhoun empieza a percibir los primeros síntomas anómalos. Le llamó particularmente la atención que el uso de los recursos, disponibles de idéntica forma en todas las unidades del hábitat, comenzara a tornarse inequitativo y desigual. A medida que la población aumentaba, Calhoun observó que en algunas zonas se producía sin motivo aparente una mayor concentración de individuos que por el mero hecho de la convivencia masificada consumían sin necesidad más agua y comida.
La ingeniería social como conjunto de técnicas para obtener información o influir y manipular a gran escala las actitudes, relaciones y comportamiento de la sociedad de forma que ésta adopte la visión que se quiere implantar, puede ser un concepto relativamente nuevo, pero la práctica es antigua. En su aspecto negativo, ingeniería social fue la expulsión de los judíos de Inglaterra, Francia o España durante el siglo XV. El programa homicida de superioridad racial conducido por los nazis, la creación del nuevo soviet, el gran salto adelante chino o las políticas de esterilización aplicadas a determinadas etnias o grupos culturales en varias regiones del planeta. Miedo, coerción y propaganda han sido herramientas tradicionales de manipulación. Hoy, a través de los medios digitales, con su capacidad de lectura de datos y de adaptar y crear mensajes y estímulos específicos para cada individuo, las técnicas son más sutiles, pueden prescindir del miedo y la coerción y hacer pasar una idea o decisión implantada en el sujeto por una idea o decisión propia. En la lógica algorítmica, somos espectros. Un puñado de emociones maleables transformadas en datos estadísticos susceptibles de ser influenciadas y dirigidas por estímulos correctos y adecuados.
Un tercer período en el experimento de Calhoun se denominó como fase de equilibrio, porque en los 300 días siguientes la colonia redujo su crecimiento exponencial y la población tendió a estabilizarse. Sin embargo, Calhoun percibió que las generaciones más jóvenes se inhibían de interactuar con el resto de los individuos. Sus observaciones lo llevaron a concluir que el aislamiento era debido a que gran parte del espacio se encontraba ya ocupado y socialmente definido por las generaciones precedentes. Al mismo tiempo, comportamientos inusuales de violencia comenzaron también a manifestarse entre los excluidos, cuando los grupos de ratones jóvenes que intentaban integrarse a las dinámicas sociales eran rechazados. La falta de rol en el entramado social provocó un aumento de la agresividad y multiplicó los episodios violentos. Pero otros ratones jóvenes mostraron un comportamiento diferente. Alejados de las bandas de matones se dedicaban únicamente a comer, a dormir y a acicalarse. Evadían las peleas, ignoraban el sexo y el apareamiento y nunca interactuaban con el resto de la colonia. Dedicados por completo a sí mismos, no respondían a ningún tipo de estímulo. Con el cuerpo en buena forma y con la mirada sagaz y alerta parecían inquisitivos e inteligentes, pero en realidad eran mental y socialmente muy estúpidos. A este grupo de ególatras narcisistas Calhoun los denominó “the beautiful ones”.
Los estudios de Calhoun se inscriben en el ambiente de preocupación que inquietaba a la comunidad científica y política a finales de la década del sesenta. Los riesgos para la sobrevivencia humana que pronosticaban las alarmantes proyecciones de crecimiento de la población –para la primera década del siglo XXI preveían un colapso total de los recursos–, llevó a la adopción de programas tan drásticos como la política del único hijo impuesta por China en 1979. El quiebre del equilibrio inter sexos que hoy vive el país es una de las graves consecuencias de la aplicación de visiones proyectistas de aquel momento histórico. Así también, cuando el presente se pensaba cincuenta años atrás, científicos como el fisiólogo Rodríguez Delgado escribían: “Al planear el futuro del hombre habrá que tener en cuenta las metas ya alcanzadas, o a punto de serlo, incluyendo la creciente simbiosis hombre-máquina. El hombre del futuro será muy distinto del actual y habrá que facilitarle su adaptación biológica a un nuevo estado civilizado, supermecanizado y universalista, y especialmente, habrá que guiar su desarrollo mental”. El presente no es un pop up fortuito y espontáneo, no siempre vemos y con frecuencia olvidamos hasta dónde llegan bajo tierra sus raíces.
“Yo no vuelvo a Bérgamo, de ninguna manera. No estudié enfermería para tener que decidir quién vive o muere. Una cosa es que se te muera un paciente habiendo hecho lo posible y otra decidir a quién se atiende con todos los recursos para intentar salvarlo y a quién no. Llegaban contagiados a raudales, la mayoría en muy malas condiciones. Al ver a los médicos se les llenaban los ojos de confianza, de esperanza, pensando que estaban en buenas manos y que los profesionales los íbamos a curar. Es difícil imaginarse esas miradas cuando no se trabaja en salud. Lo das todo por la esperanza que asoma a los ojos de los enfermos, por su confianza en ti. Nosotros los traicionamos. Llegó un momento en que tuvimos que empezar a decidir sobre la vida y la muerte. Y yo para eso no me hice enfermera. Pasó lo que pasó y seis meses después volvemos a lo mismo. Ahora estoy en casa de mis padres, en Treviglio, sin trabajo. Pero a Bérgamo no vuelvo”. Francesca C. Enfermera. Lombardía, Italia. Noviembre de 2020.
El cuarto y último período del experimento fue denominado por Calhoun como fase de muerte, un proceso que llevó a la colonia a la extinción. Aunque la utopía proyectada para los roedores era capaz de albergar hasta 3 mil individuos, cuando en el día 560 el número llegó a los 2.200 ratones, la población comenzó a declinar. En el transcurso de la fase de equilibrio a la de muerte, a pesar de que la ocupación masificada del espacio los empujaba a mantener contacto estrecho y permanente, los animales dejaron casi por completo de interactuar unos con otros. Para Calhoun, estas patologías sociales en masa atendían a la imposibilidad de los ratones de poder relacionarse de forma efectiva y coherente con una cantidad tan grande de otros individuos. La cuarta fase fue la más larga del experimento, una espiral de declive que duró aproximadamente mil días. Los episodios de violencia continuaron multiplicándose y se tornaron patrón común. La agresividad y autoexclusión social y sexual de gran parte de los machos impactó en los niveles y ciclos de fertilidad de las hembras y consecuentemente en la tasa de reproducción. Entre la población femenina aumentó la reabsorción de fetos y el acostumbrado comportamiento de cuidado maternal de las crías comenzó a enrarecerse. El hábito de marcar y definir territorios abandonado por los machos fue tomado por las hembras que, atareadas y estresadas por estas actividades ,disminuyeron el tiempo dedicado a la crianza y fomentó el abandono de todo o parte de sus camadas, llegándose a dar casos de canibalismo. La suma de todas estas circunstancias elevaron las tasas de mortalidad de las nuevas generaciones y condujeron al paulatino declive de la cantidad de individuos. En el día 920 se registró la última concepción conocida que tuvo lugar en la colonia. Hacia el día 1500, la población colapsó y se extinguió por completo.
“A ver, ya lo hemos discutido muchas veces, como lo de la mascarilla. No ponérsela, ¿es rebeldía o estupidez? Y ponérsela, ¿prudencia o sumisión? Pues lo mismo con esto del 6 o 10 personas para las fiestas. Llevamos haciendo listas, saca y pon, saca y pon dos semanas. Ni tu familia ni la mía, lo echamos a suertes o hacemos un sorteo y quien queda quedó. Basta de estupideces. O nos quedamos en casa y se acabó esta vaina y este espectáculo de terrorismo doméstico. Esto se cae a pedazos y en todas partes nos tienen discutiendo y entretenidos como borregos haciendo listas y quinielas, calzando invitados de mesa como en las bodas. A mí no me pescan en el atasco que se va a montar después de la cena cuando todos salgan corriendo con el langostino atravesado en la garganta por el toque de queda. Parecemos idiotas. Vacuna contra la estupidez nos tendrían que inyectar. Mira, mejor te vas donde quieras, te libero mi cupo y yo me quedo en casa feliz de no tener que aguantar a tu madre”. Escena costumbrista. Semanas previas a la Navidad de 2020.
Los experimentos que Calhoun llevó a cabo a lo largo de los veinte años que dedicó al estudio de los efectos que la presión demográfica ejerce sobre la conducta social de un colectivo de individuos, obtuvieron los mismos resultados. Todos los espacios utópicos creados para sus investigaciones terminaron en avernos de extinción. El conocido como Universo 25 fue el más influyente de ellos. A partir del invariable colapso que sufrían las colonias expuestas a superpoblación, Calhoun desarrolló el término ‘”drenaje conductual”, concepto que en 1962 definió como el conjunto de patologías de alienación del comportamiento causadas por la presión y el estrés demográfico que provocan una primera muerte espiritual y social que antecede a la muerte física del sujeto y finalmente conduce a la aniquilación del colectivo.
Octubre sorprendió a Japón con 2.153 suicidios, más víctimas que muertes por Covid en todo lo que va de año desde que se inició la pandemia. El deterioro de la salud mental y el incremento de la violencia intrafamiliar se han disparado durante los últimos meses y el desempleo entre los jóvenes toma ya proporciones de crisis globalizada. Problema que condiciona a una o dos generaciones a la inestabilidad, a la exclusión y al precariado y a las que les resultará difícil proyectarse. Jóvenes nativos digitales a su vez estigmatizados como analfabetos funcionales, incapaces de entender o discernir críticamente lo que leen. Más que dar lecciones, sorprendernos o espantarnos, deberíamos pensar dónde y en qué fallamos las generaciones precedentes para dejarles como legado esa pobre herencia. Este año nos ha robado a todos, pero a los jóvenes mucho más.
El encierro al que ha obligado y aún obliga la pandemia puede ser nuestra versión particular de un Universo 25 invertido, de agotamiento por des-socialización, calles vacías, desempleo y exclusión, ausencia de contacto. En el tránsito del inconsciente colectivo al ego colectivo digital, la arrogancia intelectual y la rigidez ideológica son parte del ruido y de la filosofía mediática como reclamo de marketing. Explicadores y explicaciones para explicarnos, como los curas, los mandamientos que iluminan las nuevas catequesis y los salmos que debemos recitar y repetir. La aceptación de la simbiosis del espacio interior y exterior en el mundo que se vive a través de las pantallas. Adecuarse a la censura y a los likes como reductos binarios de expresión de lógica fascista, y a las ideas como productos de vitrina acechando nuestras porosas emociones. Resistir al colapso de la razón política en favor de higienistas y populismos fanáticos con sus promesas de soluciones simples a los problemas complejos de una sociedad en tránsito fragilizada ante la incertidumbre que asume la seguridad como transacción y resigna la privacidad como moneda de cambio.
Los experimentos de Calhoun lo llevaron al mismo callejón sin salida, a la desoladora conclusión de la inviabilidad de la utopía, a la inexorable decadencia del edén pleno de recursos. Todo sistema tiene sus grietas. Fisuras por las que se cuelan oportunidades y amenazas. No somos ratones. Y por no serlo decidimos sobre la vida o la muerte, sacrificamos a los visones a los que contagiamos o nos aturdimos haciendo listas para organizar las fiestas con 6 o 10 personas. Esas ficciones condensan en anécdota miles de titulares sorprendentes que en estos días viajan por la red. Hoy nos avisan que de nuevo hay que volver a las trincheras. Si usted sobrevive a la presión y al momentum, será más que un sobreviviente, es sobrenatural, considérese un highlander. La resiliencia nos ha traído hasta aquí. Somos capaces de navegar entre la metafísica y la sofisticada realidad de un clavo, y más allá de las vacunas, nuestras herramientas también consisten en saber que en el jardín no somos extranjeros.