Señorita Lila. Entrevista con Mónica Nyrar

Por Patricio Salinas A.

En su relato visual, la fotógrafa y artista Monica Nyrar aborda problemáticas de género y exclusión social en forma sutil y sui generis. Muestra aspectos de la vida de una mujer invisibilizada, excluida y rechazada en los años 1950. Es la historia de la señorita Lila, su tía, a quien admiró y conoció cuando era niña. Presenta una mujer sin cuerpo físico y sin textos explicativos. La imagen de la señorita Lila está construida a partir de su vestimenta, ropa interior, adornos, apuntes y revistas. La muestra, curada por Jorge Gronemeyer, se presenta hasta el 30 de agosto.

Sala de Máquinas, Dardignac 111. Bellavista, Santiago.
Lunes 15.30 a 19.00. martes a viernes de 11.00-13.30 y de 15.30 a 19.00
Textos de presentación en muro de Juan Dávila y Paz Errázuriz.

“Empecé este proyecto hace siete u ocho años, cuando se murió mi tía. La vi muy poco –viví treinta años en Suecia– pero siempre me fascinaban sus cosas. Su forma de vivir. No había un hombre, no había un tío. Siempre la entendí muy independiente. Más tarde, a mi regreso a Chile, no tuve muchas oportunidades de conversar con ella. Era una mujer reservada, no le gustaba hablar de su vida. Después de su cremación, cuando mi madre y sus hermanas sacaban las cosas de su casa, me planteé un trabajo visual”.

PSA: Lo que no contaba tu tía acerca de su vida lo relataban los objetos.

MN: Ciertamente. Son objetos de los años 40 a 70. No todos fueron adquiridos por ella, hay cosas también heredadas de mi abuela y también de antes, incluso de la madre de mi abuela.  Cada objeto tiene su propia historia, es un tiempo, un lugar.

PSA: Tu tía representa a las mujeres que se platearon su vida fuera del modelo tradicional, impuesto, algo poco usual en la sociedad chilena de entonces. ¿Cómo lees su historia, sus deseos a través de sus objetos?

MN: Tenía muchos objetos diferentes, incluida ropa muy sexy que estaba escondida. Ella no tuvo hijos, ni pareja, por lo que sé. Vivió con esa estigma de que “la dejó el tren”, como se dice aquí. O que no era lo suficientemente bella para casarse. No llegó ningún hombre para casarse y “salvarla”. Ella fue muy valiente para su época y determinó desde muy joven vivir sola. Era más feminista de lo que ella pensaba, de lo que era consciente. Además no por ser “solterona” se abandonó. Siempre se arreglaba, tenía vestimentas bellas. No sé si los hermosos vestidos que vemos en la exposición eran para esperar a alguien. No lo sé, o si esperaba a un hombre o a una mujer. Es la historia de muchas mujeres, que han sufrido en silencio, sobre todo en esa época. El estigma entonces de que te llamen “señorita” no era que vivías sola, se supone que no habías tenido relaciones sexuales. Estoy segura que elegía su ropa íntima por placer propio. Quizá esa ropa se la ponía cuando estaba sola, como una satisfacción propia, para ella. Fue su mundo privado, lo guardó para ella. El proyecto, entonces, habla de lo que no está.

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¿Cuáles eran las fantasías sexuales de la señorita Lila? Nunca la sabremos. Sabemos, eso sí, que las personas que se sienten atraídas por la lencería suelen tener una sexualidad especialmente rica, donde la variedad en la apariencia o en el tacto forma parte de sus fantasías. Estas personas le entregan importancia al tipo de tejidos con los que la ropa interior se fabrica, así como a las impresiones que genera tocarlos. Es evidente que hay un cierto fetichismo en lo oculto en la sta. Lila. Entre los objetos inanimados propios de un fetichista están medias, ligas, calzones, zapatos de tacón de aguja, joyas, pieles, etc. Sin el fetiche no se alcanza el goce.

La artista visual japonesa Miyako Ishiuchi trabaja como Monica Nyrar con la realidad fragmentada. Miyako Ishiuchi dedicó los últimos 30 años a retratar desde distintas perspectivas el paso del tiempo en el cuerpo, las cicatrices en él, así como el valor simbólico de la ropa íntima. La fotógrafa japonesa había tomado al vestuario dejado por su madre, de 84 años después de su muerte. La tradición nipona acostumbra quemar el cuerpo de los familiares fallecidos y luego sus ropas, sin embargo la fotógrafa no pudo deshacerse de los rastros de ella. Miyako Ishiuchi exhibió la su ropa interior occidental de la madre, que había crecido en un poblado costero japonés ocupado por los norteamericanos después de la Segunda Guerra Mundial. Años más tarde, la artista japonesa reproduce el dolor, la creatividad y la apasionante personalidad de la mexicana Frida Khalo a partir de la fotografía de algunas de sus prendas. La diferencia mayor entre el trabajo de Ishiuchi y el de Nyrar es que esta última politiza en forma consciente su discurso.

PSA: ¿La posición cenital de las toma de los objetos obedece a una intencionalidad especifica?

MN: ¡Sí! En contrapicada. Es para entregarle un valor a los objetos, a la ropa, una vida propia.

PSA: También hay una vitrina con revistas.

MN: Son revistas inglesas. Fue lo que logré encontrar. Desgraciadamente tiraron muchas cosas. También había álbumes de fotos, todos forrados, muy bellos. Seguramente vivía una vida, también secreta, de actrices y actores. Una vida ficticia, como hoy día las serie en la televisión.

PSA: ¿Cómo te acercaste a la fotografía? En un comienzo, quiero decir.

MN: Entré a la fotografía por razones políticas, pensaba que la era un excelente herramienta para denunciar situaciones de injusticia social. En un comienzo admiré el trabajo de Richard Avedon por su esteticismo y más tarde a Robert Mapplethorpe por su atrevimiento. Hoy me interesan artistas japonesas, algunas norteamericanas. No estoy mucho por el documentalismo.

PSA: ¿Qué piensas del movimiento feminista hoy en Chile?

MN: Las exigencias de los movimientos feministas son legítimas. Pero temo que plantear solo exigencias de carácter económico llevará a un aislamiento del movimiento feminista. No veo que exista una unificación de las exigencias de las agrupaciones femeninas con otras exigencias en la sociedad chilena. En el arte se aborda el feminismo desde un punto de vista economicista, meramente reivindicativo. Cuando llegué a Chile, a Viña, me integré a la Casa de la Mujer, que trabajaba con prostitutas. Allí te dabas cuenta que el movimiento de izquierda chileno, feminista, estaba atrasado. Yo no lucho contra los hombres, lucho contra un sistema. Esa fue una de la razones porque me retiré del movimiento feminista. Sigo siendo feminista. Pienso que hay que incorporar a la mujer trabajadora. No es una lucha solo por mejores salarios o igualdad de posibilidades, sino que es una lucha contra el sistema. No puedes ir a una marcha del 8 de marzo donde hay miles y miles de personas y luego no asistes cuando hay una marcha abiertamente política por otras reivindicaciones.