Nuestra sociedad se volvió distópica, y es por esta razón que no imagino un panorama mejor. Nada tiene que ver con pesimismo. Quizás un poco, pero no principalmente. Me explico: en literatura se tiende a creer que la distopía se relaciona con un mundo que se cae a pedazos. Esto es cierto, pero el punto es que en este contexto los personajes despiertan.
Es evidente, estamos a punto de alcanzar la sexta extinción masiva, el advenimiento de los populismos, la falta de agua (no es sequía es saqueo), la posibilidad de que el planeta explote por bombas de hidrógeno. Sin embargo aquí, en este último lugar del planeta, Chile despertó. Y al igual que en la literatura distópica, ese despertar implica disidencia. Cuando los protagonistas se vuelven traidores de una sociedad represiva. Winston Smith (1984, Orwell), Bernard Marx (Un mundo feliz, Huxley), y el favorito de todos los personajes, Guy Montag (Fahrenheit 451, Bradbury).
Chile despertó. Y despertó de un largo sueño con tintes de pesadilla. Un sueño que no se recordaba en medio de tantos malls y estupefacientes. Chile despertó, y no solo porque salió a la calle, sino porque despejó la visión. Ahora se ve prístinamente. Ahora la cotidianidad se volvió traslúcida y muestra como nunca las estructuras que la soportan.
Y nosotros, en medio de este despertar nos preguntamos ¿Y que pasa con la literatura? ¿Se fue a la calle también? ¿Se puede escribir o leer lo mismo que antes?
Algunas personas han llegado a decir que en este contexto la literatura es una frivolidad. Qué es eso de la ficción. Ahora se necesita armar cabildos, salir a la calle. Qué es eso de andar leyendo, como si fuesen simples atribuciones burguesas. Absurdo. La ficción no es un adorno. Y a pesar de que leer implica tiempo, y el tiempo tiene un costo, la literatura no es por nada un privilegio. Cosa de pensar cuanto tiempo se pierde. Pérdida en donde la literatura definitivamente no está en la escala de prioridades.
Acción. Pensamiento. Las distopías son un género particularmente cercano a lo político. Atrapan una situación actual indeseada y la exacerban a modo de advertencia. En Fahrenheit 451 por ejemplo, se propone un panorama donde los bomberos en vez de apagar incendios se dedican a crearlos. Queman libros para crear un mundo técnico sin pensamiento. Parecido el mundo de ahora, pero en exceso.
Sin embargo, la literatura también gana cuando en vez de exacerbar un hecho manifiesta un anhelo. Anhelo de un espacio en donde refugiarse. La literatura también puede ser una invitación a saltar desde una realidad indeseable a una deseable ¿Utopías? ¿Escapismos? Nunca escapismos. Háblenme de mariposas o de lagartos, de la inmortalidad del cangrejo. Para mi que incluso la fantasía más abstracta es un refugio útil para mantenerse vital contra la realidad limitante.
La ficción siempre es sediciosa, insumisa y revoltosa. Un desafío, nuevas leyes que transgreden las que existen. La única literatura burguesa, es la que existe en función del comercio y el lucro. Más aún si usa la contingencia como método. Liberal, progresista, conservadora, da igual. Y no esa aparentemente evasiva, que desarrolla una estética en detrimento de su componente crítico o que se yo.
En este mundo eficaz y pragmático al estilo Fahrenheit, la literatura nos entrega nuevas facciones. Nos permite ver de manera microscópica y abierta ¿La literatura nos despierta? Sí, y no para entregarnos paraísos salvíficos. No presenta soluciones ni es terapéutica. Su aporte es hacernos entender más y aportar intensidad. Desarrolla el asombro y una conciencia alerta. La ficción es líquida, un modo de conocimiento, se escurre por nuestras vidas y le da brillo.
¡Por fin nos volvimos distópicos! Y si el fuego atrae a la vista, es porque no están los libros adentro. Eso lo aprendimos de Bradbury, aunque en este caso no sería por totalitarismo sino desde la resistencia. Que no se nos de vuelta la chaqueta. La literatura no es un privilegio, y si se extingue, significaría que sucumbimos a las reglas de la eficacia y la producción.
En este panorama de codicia mundial la ficción se vuelve crucial. Cualquiera que sea, de crítica o sobre el vuelo de una libélula en el Amazonas. El lenguaje, metafórico en sí, nos libera del código de la máquinas, del lenguaje financiero, y de todos los lenguajes abusivos que nos han llevado a este panorama de hundimiento. Sin necesariamente provocar conmociones sociales, la ficción crea una conciencia alerta o noción de campo, para que si se dispara la flecha, se alcance el objetivo preciso.
+ Ileana Elordi (Santiago, 1990). Autora de la novela “Oro” (Emecé Planeta) y “Antología Noreste” (Ediciones Lastarria).
+Imagen: libélula de la amazonía colombiana,