Traducción de Nicolás López-Pérez
En silencio
Mantente quieto.
Escucha a las piedras de la pared.
Mantente en silencio, ellas tratan
de pronunciar tu
nombre.
Escucha
a las paredes vivientes.
¿Quién eres tú?
¿Quién
eres tú? ¿Eres su
silencio?
Quién (mantente callado)
eres tú (como estas piedras
que permanecen calladas).
No pienses
en lo que eres
ni menos
en lo que algún día podrás ser.
Mejor aún
sé lo que tú eres (¿pero quién?)
sé lo impensable
lo que desconoces.
Oh mantente quieto, mientras
sigues vivo,
todas las cosas que viven a tu alrededor
están hablando (no escucho)
a tu propio ser,
hablando por lo desconocido
eso está en ti y en ellas mismas.
“Trataré, como ellas
de ser mi propio silencio:
y eso es difícil. El mundo entero
se incendia secretamente. Las piedras
arden, incluso las piedras me queman.
¿Cómo puede un hombre estar quieto o
siquiera escuchar a todas las cosas ardiendo?
¿Cómo se atreve a sentarse con ellas,
cuando todo su silencio está en llamas?
Pastoral
La atmósfera amniótica de la tierra
(donde nubes aladas se arquean sobre nosotros)
se convierte en la esfera que gira como la carne
para alimentarnos, iluminarnos y protegernos.
Sobre esa construcción aguanta la carne,
azul, translúcida y eléctrica,
donde los pájaros vuelan, planean y cantan,
donde las bestias se mueven, los árboles crecen: todos geocéntricos.
El aire nos envuelve, nos une
y acarrea palabras sobre los huesos
(si el aire es carne, entonces la tierra es hueso,
ni así viviremos solos)
Concertando tierra y aire
aramos el suelo, plantamos las semillas
cuidamos las plantas, apaciguamos las bestias
y deambulamos con ellas de aquí para allá
con sonidos, gestos, palabras y prédica.
Muerte
¿Dónde están los comerciantes y los prestamistas?
Cuyo amor cantó en el cableado entre los puertos
y graneros al interior.
¿Está el viejo comerciante más seguro que el marinero enviado a ahogarse,
cruzando el fin del mundo en una goleta de madera?
¿Dónde están los generales que saquearon las ciudades soleadas
y quemaron el ganado y el grano?
¿El político está más seguro en sus oficinas
que un soldado con una bala en el ojo?
Tómate el tiempo para temblar, no sea que vengas sin reflexionar
para sentir las furiosas mercedes de mi amistad,
—dice la muerte— porque vengo tan rápido como la intuición.
Los acantilados de tus resacas nunca fueron ni la mitad de nauseabundas
que mi abismo infinito.
La carne no puede luchar con las aguas que arden en la tierra,
¡ni siquiera el espíritu descansa en el barro del hielo!
A los muertos perdidos, más que la noche momentánea de fe,
su medianoche será interminable.
A la postre, todo mi poder es conquistado por el “Ave María” de un niño
¡y toda mi noche iluminada para siempre por una vela de cera!
A la Virgen Inmaculada, en una noche de invierno
Señora, la noche está cayendo y la oscuridad
se roba toda la sangre del oeste cicatrizado.
Las estrellas salen y congelan mi corazón
con gotas de música intocable, frágiles como el hielo
y amargas como la cruz del año nuevo.
¿En qué parte del mundo alguna voz te rogó
a ti, Señora, por la paz que está en tu poder?
En un día de sangre y muchas derrotas
detrás del horizonte de acero, veo a los gobiernos levantarse,
tomar sus armas y comenzar a matar.
¿En qué parte del mundo alguna ciudad ha confiado en ti?
Donde los soldados acampan, las armas comienzan a vibrar
y otro invierno baja
para sellar nuestros años en el hielo.
El último tren se desgañita
y corre aterrorizado desde el valle de este granjero
donde todos los pajaritos están muertos.
Los caminos son blancos, los campos, mudos
No hay voces en el bosque
y los árboles ahorcan a las estrellas de ojos filosos.
Oh, ¿dónde matarán Cristo otra vez?
¿En la tierra de estos hombres muertos?
Señora, la noche nos tiene por el corazón
y el mundo entero se derrumba.
Las palabras se enfrían en mi garganta seca,
rezan por una tierra sin oración,
todo el invierno caminan hacia ti, en el agua,
en un año que quiere más guerra.
Fragmento
Cuando estamos solos
dentro del bosque interior
más allá de los caminos solitarios
en el sueño elemental
y pese a que las ciudades comienzan a arder al anochecer
como el cobre como los crisantemos,
las ciudades lejanas florecen
enredadas en un mapa de cableados incandescentes
ninguna voz de esas luces abundantes
enrojecerá la oscuridad de nuestra cita.
Ninguna radio tiene flechas que puedan encontrarnos
flechas aladas tras nosotros, celosas, sin rumbo en la noche, en nuestra pantalla.
En la noche de mi Génesis sin dinero,
los mundos son demasiado viejos
y las ciudades que me encantaron
mueren como las nubes, como los niños del mar.
Para que nadie nos encuentre, Querido,
la nueva creación se mece en la noche sonora
que has hecho para que estemos solos.
+ Thomas Merton (1915-1968) fue un escritor y sacerdote estadounidense. Fue monje trapense en la Abadía de Getsemaní en Kentucky. Dentro de su vasta obra literaria, de más de setenta libros, incursionó en los géneros epistolar, autobiográfico, poético, ensayístico y de crónicas.
+ Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) abogado y escritor, reside en Santiago de Chile. Administra la mediateca de poesía universal del ayer, “La comparecencia infinita”.
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