Un par de semanas atrás leí en el muro de Facebook, que a veces más que muro parece paredón de fusilamiento, un post que advertía con exaltada vehemencia bloqueo y destierro sumario para todos aquellos que no estuvieran dispuestos a admitir y utilizar determinadas tríadas de lenguaje inclusivo.
Tras enumerar una serie de razones (bastante razonables) sobre los beneficios del uso de estos giros lingüísticos, pero contra los que no se admitía contra réplica, el mensaje terminaba dejando después del punto y aparte un sugerente espacio en blanco. Juego de puntuaciones certero para resaltar el efecto de una última frase que, con un toque de dramático clímax shakespeariano, se dirigía como un dardo a los disidentes: ‘Y ahora monos, vayan a ver el mundial’.
La frase resonaba como flotando en el aire de un escenario que se queda vacío cuando el protagonista cierra el último acto de la obra y sale de escena dando un airoso portazo a esperar el aplauso del público entre bambalinas.
En otras circunstancias o tal vez en otro post, la alocución final podría traslucir sana guasa y humor suministrados con elegante y cariñosa ironía, pues es cierto el notable parecido que guardan las hinchadas futboleras con la gestualidad simiesca. Pero no, humor no parecía haberlo o era muy sofisticado. El dardo más bien venía con veneno cuando equiparaba a disidentes con primates y al deporte con subnormalidad, como si mono fuera un insulto y el fútbol un acto de lesa inteligencia que todo intelectual que se precie debe desdeñar a viva voz sin complejos. Una pirueta argumental que en pocas líneas conseguía encajar varios temas contingentes y toda una declaración de principios.
Leído y releído el post, por un lado, tuve que reconocerme en esa familia de monos que no están muy de acuerdo con los tripletes inclusivos, no por razones de concepto sino de sencillez. El lenguaje no se modula y avanza a punta de pistola, parece que más bien opera a modo de navaja de Ockham, descartando la pluralidad cuando se entiende como no necesaria. Nos dicen los académicos que el ‘os’ se define como un neutro inclusivo de todo género y condición, pero es verdad que para entenderlo como tal todavía hace falta un cambio de chip mental que va mucho más allá del lenguaje. Probablemente no será ni la academia ni el empeño coercitivo de quienes defienden una u otra posición los que definan qué sucederá. El tiempo y el uso decantarán las aguas.
Por otro lado, sobre la invitación con la que se cerraba el mensaje, haciendo caso a la consigna también debí alinearme en las filas de simios descerebrados que las últimas semanas han seguido con cierto interés los avances de este mundial que acaba, descafeinado y sorprendente, con casi todos los favoritos eliminados y de vuelta en casa mucho antes de lo que preveían las apuestas.
Ser comparado con un animal no me parece causa de ofensa, si es que esa era la intención. Los animales nunca ofenden. Insultante sería ser tratado de genocida, de criminal o de ladrón o de cualquier adjetivo o sustantivo que exprese alguna de las muchas barbaridades y faltas en las que solo incurrimos los humanos. Ni los peces dan mala suerte, ni los gatos son traicioneros ni los macacos sufren debilidad mental.
Como descargo, con cuatro generaciones de seguidores de un equipo bregado en las derrotas épicas y absurdas, de este deporte rescato haber aprendido algo de los sinsabores que exige la lealtad y de cómo el sufrimiento, sí, también el deportivo, fortalece el carácter y templa el espíritu. Pero para el caso, ni yo ni mi tribu de monos somos ejemplo relevante para legitimar algunas de las bondades que, entre sus muchos defectos y vicios, también tiene este deporte. Camus, Villoro, Bohr, Fontanarrosa o Pasolini, hincha apasionado del Bologna FC, entre algunos ilustres de cuyas facultades cerebrales es difícil dudar, dan mucha mejor cuenta. En la vereda de enfrente, Borges y otros tantos. Está bien, nunca llueve a gusto de todos, cada cual se apoya en los bastones que mejor le afirman para sostener sus tesis y no hace falta desterrar a nadie.
Pero es curioso cómo esa mano con trazo de ilustración infantil, apariencia inocente y productora de endorfinas que Facebook ha puesto a nuestra disposición, nos ha convertido a todos en jueces. Por más que el pulgar arriba – pulgar abajo lo usemos en el sentido contrario al que lo hacían los romanos, no deja de ser perturbador que un gesto con el que se perdonaba o quitaba la vida lo usemos de forma tan indolente para manifestar con alegre automatismo nuestra aprobación o repudio al mundo.
En el lenguaje paralelo de la nube, palabras como bloquear o amigo adquieren raros y retorcidos significados nuevos que hay que aprender a entender y adivinar plegándonos a sus sutilezas metafóricas. Ante tanto desaire justiciero en el sube y baja del muro-paredón y siendo tan rápidos para barrer a quienes piensan diferente, inquieta preguntarse hasta dónde podríamos llegar si nos entregaran toga y estrado para repartir justicia y dictar sentencias o nos viéramos en un momento de eufórica excitación con un arma en las manos.
Hubo una prehistoria cándida de la red, la de los vídeos de gatitos, de los bebés graciosos y del intercambio de fotos, chismes y noticias entre conocidos distantes. También grandes causas han encontrado en ella el medio para ganar batallas importantes. Pero con el tiempo, la agresividad va abriéndose paso en todos los terrenos y la subjetividad excluyente marca el estilismo de los hechos. Hemos ganado un megáfono y perdido el oído en la transición. Si cada época necesita un púlpito para dar voz a sus pontífices, en la nuestra es el like el que divide las aguas en burbujas de filtros y bandos irreconciliables.
Que muchas buenas y nobles causas generaron grandes males ya lo sabemos. Prender una mecha puede terminar haciendo arder los intestinos de Roma. Quizás en el mundo virtual ese incendio traiga como desenlace el silencio eterno. De momento los sapiens pueden estar tranquilos, a los monos se nos acaba el mundial. Hasta que comiencen las ligas nos retiraremos a los cuarteles de invierno a esperar al próximo goleador de la temporada que, decía Pasolini, es siempre el mejor poeta del año. Y también a releer, por qué no, algún buen cuento de Borges.
+ Silvia Veloso (Cádiz, España 1966). Es autora de los libros Sistema en caos y Máquina: la educación sentimental de la inteligencia artificial’ (2003, finalista del Premio Macedonio Palomino, México, 2007) y El minuto americano (2009). Algunos de sus textos aparecen en la compilación Gutiérrez de A. Braithwaite (2005) y Pzrnk: Alejandra, nenhuma palavra bastará para nos curar, ensayo y traducción al portugués de poemas de Alejandra Pizarnik, Instituto Interdisciplinar de Leitura –Cátedra UNESCO PUC, Rio de Janeiro (2014). En 2017, el proyecto ‘Relato de los muros’ fue exhibido en forma de instalación en la XX Bienal de Arquitectura (Valparaíso, Chile). Socia de Barbarie, pensar con otros.
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