La izquierda, el fascismo y la minoría equivocada. Juan Rodríguez

1.

En 1986 la izquierda chilena tuvo su primer encuentro político con la homosexualidad. No estaba previsto, pero Pedro Mardones Lemebel —el escritor y artista que aún usaba su apellido paterno— se encargó de que ocurriera. En septiembre de ese año la oposición a la dictadura se reunió en la Estación Mapocho, Lemebel llegó al encuentro calzando zapatos de taco alto y maquillado: “Había dibujado una hoz roja que atravesaba su mejilla desde sus labios a su frente”, cuenta el escritor Óscar Contardo en Raro. Una historia gay de Chile, el libro de donde tomo este episodio. Lemebel leyó en esa ocasión su manifiesto “Hablo por mi diferencia”, del que Contardo citas estas líneas: “¿Qué harán con nosotros, compañeros? / ¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos con destino a un sidario cubano? / ¿Nos meterán en un tren con destino a ninguna parte?”.

2.

La referencia a Cuba no es gratuita: el régimen de izquierda se encargó, entre otras cosas, de mandar a los homosexuales a campos de trabajo donde debían ser “reeducados”, ya que a ojos de la revolución la homosexualidad era un “vicio burgués”. El hombre nuevo no podía ser gay, y la izquierda chilena, particularmente la Unidad Popular, compartía ese juicio. En el libro de Contardo, la escritora Pía Barros recuerda el acto de Lemebel: “Algunos le querían pegar, otros se emocionaban. Creo que obligó a la izquierda a plantearse lo que no quería”.

3.

Recién en 2010 Fidel Castro reconoció, en una entrevista, que en Cuba se había cometido una “gran injusticia” con los homosexuales. Ese mismo año la derecha volvió al poder en Chile, de la mano de Sebastián Piñera, luego de tres décadas de gobiernos de centro-izquierda. Un año después, Piñera se convirtió en el primer presidente chileno en recibir oficialmente, en La Moneda, a representantes de movimientos LGBTIQ+, en particular del Movimiento de Liberación Homosexual y de la Fundación Iguales, el más visible de los cuales era el escritor Pablo Simonetti.

4.

Ese año, 2011, el gobierno de derecha firmó el proyecto de ley del Acuerdo de Vida en Pareja, que por primera vez buscaba reconocer civilmente a las parejas homosexuales. Aunque la ley fue aprobada y promulgada en 2015, en el segundo gobierno de Michelle Bachelet, como Acuerdo de Unión Civil, no es errado decir que hubo que esperar a un gobierno de derecha para que las reivindicaciones de la “minoría” homosexual se convirtieran en asunto de Estado. Abierta esa ventana, en 2017 Bachelet firmó el proyecto de matrimonio igualitario, aunque sin la urgencia necesaria para que se aprobara dentro de su gobierno y así cumpliera una de sus promesas de campaña.

5.

Un año después, en Brasil, el fascista Jair Bolsonaro ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales y, al parecer, será el próximo presidente del gigante sudamericano. En Chile, parte de la derecha celebra, mientras la izquierda se enreda buscando culpables.

6.

La amenaza Bolsonaro ha importado a América Latina y Chile un argumento que, resumido, afirma que la ultraderecha avanza debido a que la izquierda dejó de lado a las grandes mayorías, y se preocupó de las reivindicaciones de las “minorías”, a saber, mujeres, afrodescendientes, indígenas, inmigrantes, homosexuales y las distintas identidades recogidas en la sigla LGBTIQ+.

7.

No es cierto que el progresismo haya tomado partido por las “minorías”, al menos no en Chile y parece que tampoco en el resto de América Latina. Lo que sí es cierto es que abandonó y hasta desprecia a las mayorías (por ejemplo, les dice “facho pobre” cuando votan por la derecha, e incluso les saca en cara su origen social, de clase media o baja). Como vimos, el machismo y la homofobia es una tradición de la izquierda latinoamericana que llegó hasta hace pocos años atrás, cuando la izquierda ya había abandonado al “pueblo”, cuando demasiados de los suyos ya se habían convertido en publicistas y lobistas, en izquierda neoliberal o tercera vía. (En otros casos siguieron pregonando nostalgias soviéticas o cubanas.)

8.

Óscar Contardo lo dijo mejor y más descarnadamente a través de su cuenta en Twitter: “Qué forma más despreciable han encontrado los machitos de izquierda de recordarnos su valía, culpando a los movimientos LGTB del fracaso de la izquierda y el avance del fascismo en Brasil. Qué poca cosa son. Se olvidan de la responsabilidad de la izquierda misma, de la corruptela desatada del PT [Partido de los Trabajadores de Brasil]. Se olvidan también de que la izquierda en América Latina solo a última hora apoyó las causas de la diversidad sexual y el feminismo. Poner a competir agendas es de una estupidez y una irresponsabilidad muy propia de los cobardes”.

9.

Incluso si la izquierda hubiese tomado partido por las “minorías” —porque luego de renovarse era lo único que le quedaba para distinguirse—, el problema seguiría siendo el abandono de las mayorías, no el acercamiento a las primeras; salvo que afirmemos que los anhelos de las mayorías son incompatibles con los de las “minorías”. Esto último, pienso, es lo que creen los fascistas: le dicen a la gente, por ejemplo, que por culpa de los inmigrantes no hay trabajo o los que hay son malos. Entonces se da la paradoja de que tanto el fascismo como cierto progresismo coinciden en apuntar a las “minorías” (o a sus luchas) como culpables.

10.

Si creemos que el problema son las luchas de las “minorías”, la solución para atajar a los Bolsonaro sería abandonarlas; algo que el propio Bolsonaro podría consentir. Sin embargo, con esta “solución”, aunque lográramos frenar al fascismo, las mayorías seguirían igualmente abandonadas.

11.

Pero, creo, ni abandonando a las “minorías” frenaríamos al fascismo, pues, ¿qué ofrece este que cautiva a los ciudadanos? Seguridad, protección y también cuestionamiento de las élites políticas. Los realmente fascistas (racistas, xenófobos, misóginos, homofóbicos, amantes de la violencia y la dictadura) son pocos; las mayorías, creo, votan a Bolsonaro a pesar de su fascismo, no debido a él.

12.

Si, en cambio, el problema es que la izquierda se transformó en derecha, o en izquierda neoliberal, entonces la solución para hacer frente al fascismo es que la izquierda vuelva a ser izquierda. Y para eso no es necesario apuntar contra las luchas de las “minorías”; es más, si se hace una política a favor de la seguridad o bienestar de las mayorías, probablemente las “minorías” dejen de servir como chivo expiatorio.

13.

Por lo demás, ¿qué reclaman las “minorías”?, una vida digna. ¿Y las mayorías?, una vida digna. O sea, respeto a la humanidad de cada uno, más allá de las circunstancias de cada uno.

14.

No veo que la dignidad de unos y otros, de mayorías y “minorías”, sean incompatibles, ni en la realidad ni en la percepción. Si lo son, entonces renunciemos a la igualdad, porque es imposible; reconozcamos que solo es posible una izquierda neoliberal, y entreguémonos a la lucha de todos contra todos. Y luego al fascismo.

15.

Por otra parte, no olvidemos que las “minorías” (mujeres, homosexuales, migrantes, etc.) también son parte de las mayorías (pobres, clases medias, trabajadores, endeudados, etc.). ¿Entonces es justo elegir entre las mayorías y las “minorías”?, ¿entre ciudadanos y ciudadanos?

16.

“Lo que sí necesitamos —escribe Edward Said en Cultura & imperialismo — es recordar que, en sus modos más definidos, los relatos de emancipación e ilustración son historias de integración, no de separación; historias de pueblos excluidos del grupo principal, pero que ahora están luchando por un lugar dentro de él. Y si las viejas ideas habituales del grupo dominante no eran lo suficientemente flexibles o generosas como para admitir nuevos grupos, entonces esas ideas necesitan cambiar…”.

17.

Hay algo que podríamos llamar la diversa unidad de la miseria, y que me viene a la mente luego de leer las primera páginas de Viaje al fin de la noche, la novela de Louis-Ferdinand Céline que registra —con un descaro e incorrección que hoy escandalizarían— cómo llega una sociedad al fascismo, a la misantropía. En esas primeras páginas, Ferdinand Bardamu, el protagonista, está con su amigo Arthur Ganate. Este le habla y habla de la “raza francesa”, y le insiste que sí existe. Bardamu le responde: “¡No es verdad! La raza, lo que tu llamas raza, es ese atajo de pobres diablos como yo, legañosos, piojosos, ateridos, que vinieron a parar aquí perseguidos por el hombre, la peste, los tumores y el frío, que llegaron vencidos de los cuatros confines del mundo”.

18.

Lo que le dice Bardamu a Ganate, o así lo leí, es que no hay tal unidad o consistencia llamada “raza francesa” (o chilena o argentina o haitiana, y por qué no humana), sino una diversidad de seres humanos, llegados de todas partes del mundo, unidos, ahora sí, por la miseria, por estar del lado de los muchos vencidos y no de los pocos vencedores. Del lado de esos vencidos que, en el caso de la novela, son la carne que la élite europea sacrificó en la carnicería llamada Primera Guerra Mundial.

19.

Y entonces se me vuelve a ocurrir que el problema con Bolsonaro y el fascismo no es la lucha de las grandes o pequeñas “minorías”, el problema es —para ponernos en el contexto de Viaje al fin de la noche— que los miserables sean material de guerra. El problema, hoy, el caldo de cultivo del fascismo parece que es el de siempre: la miseria, la desigualdad. ¿El capital?, ¿el capitalismo en su versión neoliberal? Si es así, creer que las mayorías votan a Bolsonaro porque el progresismo se preocupa de las “minorías” es hacerle el juego al fascismo y al neoliberalismo, o sea, a las derechas. Es disparar a un blanco falso, a un señuelo. 

20.

¿En serio pesa más en un votante el matrimonio igualitario que sueldos menores que el mínimo?, ¿el aborto que la indignidad de un sistema de salud?, ¿la inmigración que el crédito con aval del estado o que el Transantiago? (Por no hablar de la corrupción de la izquierda, que en todo caso es parte de su entrega a las manos visibles del mercado: para qué recordar a Ponce Lerou y Soquimich).

21.

El fascismo avanza cuando los miserables son olvidados, o convertidos en mero medio para los fines de unos pocos, no cuando algunos o muchos de esos miserables luchan por sus derechos. Cuando reivindico mi particularidad estoy pidiendo, o deseando, que mi particularidad, mi identidad, lo que soy, yo y mis circunstancias sean reconocidas como parte de lo humano; es decir, estoy deseando certeza y seguridad, una vida tranquila, ojalá sin sufrimientos, al menos no los evitables. Los derechos humanos son eso, un principio y una promesa de seguridad y certeza.

22.

Escribe Judith Butler, en El género en disputa: “Este libro está escrito entonces como parte de la vida cultural de un combate colectivo que ha tenido y seguirá teniendo cierto éxito en la mejora de las posibilidades de conseguir una vida llevadera para quienes viven, o tratan de vivir, en la marginalidad sexual”.

23.

Perfectamente podríamos decir algo parecido de una política democrática —¿progresista, de izquierda?—, a saber, que es un combate colectivo en búsqueda de una vida llevadera para quienes viven al margen, para quienes se marginan o son marginados: mayorías, “minorías”, da igual.

24.

¿Qué otra cosa es la política sino la convivencia de lo diverso? Y ya que en la diversidad hay afinidades, coincidencias, claro, pero también incompatibilidades, y entonces conflictos, y por qué no luchas imposibles de reconciliar, o en otras palabras, ya que la diversidad es trágica, ¿qué otra cosa es la democracia sino el intento de armonizar esa convivencia, de al menos suavizar esa tragedia, de poner algo de orden? De lo contrario, creo que ya lo dije, mejor volvamos a la guerra de todos contra todos.

25.

Hay quienes llaman a la democracia poliarquía, o sea, el gobierno de muchos, de muchos distintos: somos iguales porque somos diversos, decía Arendt, cuestión que podría traducir como: somos materialmente diversos y humanamente iguales. Ese es el orden democrático. Y cuando cunde el desorden, cuando el mercado manda, llega el fascismo a poner su orden sin diversidad, su gobierno de uno.

26.

En la novela de Céline, luego de que Ferdinand habla de ese “atajo de pobres diablos”, esa diversa unidad de miserables, su amigo Arthur Ganate se pone serio, un poco triste, y le contesta que ellos, él y Ferdinand, son como sus padres: “¡No hables mal de ellos!”, grita Ganate. Y Ferdinand responde: “¡Tienes razón, Arthur! ¡En eso tienes razón! Rencorosos y dóciles, violados, robados, destripados, y gilipollas siempre. ¡Como nosotros eran! ¡Ni que lo digas! ¡No cambiamos! Ni de calcetines, ni de amos, ni de opiniones, o tan tarde, que no vale la pena. Hemos nacido fieles, ¡ya es que reventamos de fidelidad! Soldados sin paga, héroes para todo el mundo, monosabios, palabras dolientes, somos los favoritos del Rey Miseria. ¡Nos tiene en sus manos! Cuando nos portamos mal, aprieta… Tenemos sus dedos en torno al cuello, siempre, cosa que molesta para hablar; hemos de estar atentos, si queremos comer… Por una cosita de nada, te estrangula… Eso no es vida”.

27.

Repitamos, pues, para no pisar el palito: he ahí, en la miseria y el abuso, en el desorden que hace indigna la vida, y no en las luchas de las “minorías” contra la miseria y el abuso, el origen del fascismo. El problema es la vida indigna, la democracia sin demos, la igualdad de los pocos.

28.

La rabia que tenía Céline contra las élites francesas que dispusieron de los miserables, de sus cuerpos en la Primera Guerra Mundial, devino en misantropía y también misoginia, en odio a los otros; no es extraño que aplaudiera a los nazis cuando invadieron Francia.

29.

Había que aprovechar. Todo se arregla. Crímenes y castigos”, reflexiona Ferdinand Bardamu, el alter ego de Céline, cuando los nazis aún no hacían su aparición en el horizonte europeo, cuando aún había democracia. “¡Que no vengan a alabarnos el mérito de Egipto y de los tiranos tártaros! Estos aficionados antiguos no eran sino unos maletas petulantes en el supremo arte de hacer rendir al animal vertical su mayor esfuerzo en el currelo. No sabían, aquellos primitivos, llamar «Señor» al esclavo, ni hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo, llevarlo a la guerra, para liberarlo de sus pasiones”.

30.

Tal vez, y esto es fe, si hay seguridad social, nuestros miedos y prejuicios personales, reales o imaginarios, permanecen en el ámbito de nuestra individualidad y entorno, se resuelven o no ahí, en la sobremesa o un bar; pueden permanecer, estar más o menos extendidos, pero no se convierten en fuerza política, en proyecto. O al menos no tan fácilmente. Eso pasa, creo, el fascismo se encarna, creo, cuando se vive en la incertidumbre material, cuando la precariedad es sistema. Cuando el esfuerzo solo permite vivir al día. 

31.

Supongo que la gente vota, votamos por quienes proyectan seguridad. (“Crecer con igualdad”, por ejemplo, es una buena política… cuando se cumple.) O tal vez votamos en contra de quienes nos regalan a la inseguridad: a la deuda, para estudiar, por ejemplo.  

32.

¿Hace cuánto que el progresismo no nos hace sentir seguros?, ¿hace cuánto es insensible a las mayoría y muy sensible al mercado? ¿Hace cuánto, en fin, que la izquierda no tiene sentido?

33.

En 2017, el 1% más rico de la población mundial acaparó el 82% de la riqueza generada ese año, “mientras que la mitad más pobre no se benefició en absoluto” (Oxfam). ¿No será aquella minoría —la única, la que se escribe sin comillas— el verdadero problema?, ¿no será esa la minoría a la que hay que apuntar?

34.

“Mi conclusión —dice Bardamu, el otro yo de Céline— era que los alemanes podían llegar aquí [a París], degollar, saquear, incendiar todo […] caer sobre la ciudad como la ira divina, el fuego del infierno […] y, aún así, yo no tenía nada que perder, la verdad, nada, y todo que ganar”. No llegaron esa vez, durante la Primera Guerra Mundial, pero luego sí, azuzados por Hitler. “No se pierde gran cosa, cuando arde la casa del propietario —reflexiona Bardamu—. Siempre vendrá otro, si no es el mismo, alemán o francés o inglés o chino, para presentar, verdad, su recibo en el momento oportuno… ¿En marcos o francos? Puesto que hay que pagar…”.

35.

Quizás los pueblos están concluyendo lo mismo que Bardamu: puesto que hay que pagar, probemos con Bolsonaro y compañía. Mientras tanto, el progresismo persigue los señuelos del fascismo, apunta a las “minorías” (y no a la minoría), culpa a los otros, los carga con su deuda, quiere compartirla, no reconoce que la culpa es solo suya. Como tantas veces, la izquierda es crítica sin autocrítica. ¿Será que algún publicista o lobista está asesorando al progresismo?, ¿será que solo quiere salvar las apariencias y hacer control de daños?

36.

Y entonces, ¿las mayorías votan por el fascismo o contra la izquierda que ha trabajado para la única minoría, esa que ni el fascismo toca?

 

+ Juan Rodríguez M. (Santiago de Chile, 1983) estudió filosofía y trabaja como periodista en el suplemento Artes y Letras del diario El Mercurio.
+ Imagen: Jonathan Lyndon Chase