Eduardo Viveiros de Castro
Traducción de Silvia Veloso
Este es un fragmento de la conferencia dada por el antropólogo brasileño en 2010, que editamos en forma de libro junto a otra charla, sobre el caos climático y las posibilidades de pensarlo políticamente, “La revolución hace el buen tiempo”. La primera
conferencia está en el video más abajo, en portugués. Comprar el libro.
Al igual que nosotros utilizamos eufemismos para hablar de la muerte con términos como “ahora está descansando”, “la persona se fue a un lugar mejor” y otras expresiones por el estilo, los indígenas tienen fórmulas enigmáticas y eufemismos como “se transformó en un animal”. No hablan de un animal en particular, no dicen que tal muerto se transformó en una especie o en este o aquel animal de la selva. “Se transformó en un animal” es una forma de hablar, una expresión, un giro idiomático para decir que la persona murió, que ya no está más aquí, que esa persona es ya otra especie de ser. El vocabulario que los indígenas tienen más a mano para decir que una persona ya no es más un humano, es decir que esa persona se transformó en un animal. En este sentido, es muy común encontrar en varias escatologías indígenas y discursos sobre el destino póstumo de los seres humanos: los hombres se transforman en animales.
Esto tiene a su vez varias versiones, todas muy interesantes. Por ejemplo, hay sociedades que entienden que al morir los seres humanos se transforman en los animales que cazan para comer, como en un reciclaje infinito, en que los seres humanos dependen de los animales vivos para poder sobrevivir y éstos dependen de los humanos muertos para poder reproducirse. Así, todos los animales son antiguos seres humanos fallecidos; muertos transformados en animales que después serán cazados y comidos por humanos. La idea profunda de este pensamiento es que la vida y la muerte están completamente relacionadas: los humanos necesitan la muerte de los animales para vivir y éstos necesitan la nuestra para sobrevivir, lo que se asemeja a un juego de suma cero: si tú mueres aquí, alguien está ganando algo en otro lugar; si matas allí, es que alguien está muriendo aquí.
Por ejemplo, los cerdos salvajes, los pecaríes, son animales muy importantes en la economía de caza indígena, porque viven en grandes cantidades y se mueven en manadas, a veces en grupos de varias centenas de animales. Se trata de uno de los pocos animales que viven de forma gregaria en la América indígena. En general los mamíferos americanos son solitarios, como el tapir o el venado, pero los cerdos salvajes andan en piaras y por ende son una fuente muy importante de alimentación. Y como todos sabemos, los cerdos tienen varias cosas parecidas con los humanos: son gregarios, viven en manada, son agresivos, ruidosos y sucios. En fin, son como un espejo muy a mano sobre lo que significa la condición humana. En ese sentido, los indios se ven reflejados en los cerdos y, al mismo tiempo, son su principal fuente de alimento, lo que de inmediato provoca una suerte de paradoja: el hecho de que los humanos dependan de la especie que más se parece a ellos para poder sobrevivir y que para sobrevivir maten a esa especie. De ahí viene ese juego en el que los muertos y los vivos pasan de un lado para otro.
En algunas sociedades indígenas, otro de los animales en los que el muerto puede transformarse es el jaguar. Como está la idea de que los muertos son enemigos peligrosos y hostiles, los muertos se encarnan en el símbolo mismo del gran enemigo del hombre en el mundo animal: el jaguar, el gran depredador del humano. Entonces en vez de transformarse en un animal de presa, como es el puerco salvaje, hay sociedades donde puede concebirse que el muerto se transforme en jaguar. Pero atención, no en cualquier jaguar. Como dicen los indios, “los jaguares son jaguares”. Los jaguares rara vez atacan a los seres humanos, por eso si un jaguar te ataca es que no es un jaguar, es una persona. O sea, solo personas atacan a personas, el peligro viene siempre de ellas; los jaguares no hacen mal a nadie y si algún jaguar te ataca es porque en realidad no es un jaguar, sino que es un muerto o un brujo, alguien que tomó la forma de jaguar.
La diferencia entre humanos vivos y humanos muertos es fundamental en el mundo indígena, y llega a ser mayor que la diferencia entre humanos vivos y animales vivos. Es así porque estamos hablando de sociedades que piensan que la condición humana, entendida como la posesión de una conciencia, de una voluntad, de intenciones, ideas o deseos, no es propiedad exclusiva o monopolio de nuestra especie. Los indios piensan que la cosa mejor distribuida del mundo es justamente el alma, todos los seres son potencialmente personas, potencialmente gente. Debajo de la apariencia diferente, de la forma animal, más allá de los colores raros, de los pelos o las plumas, los animales por dentro, o cuando no los estamos viendo, se revelan como humanos, como seres antropomorfos, personas como nosotros. Su cuerpo es de animal pero su alma es humana.
Esa idea de que los animales son personas, gente, seres humanos, es lo que los antropólogos acostumbramos llamar, a veces de manera un poco peyorativa, “animismo”, palabra que ustedes habrán escuchado para referirse a la idea de que el mundo en su totalidad está animado, y animado no solo porque en él haya animales, sino también porque la naturaleza tiene en sí misma un alma infusa. El alma es el fondo cósmico común de todas las cosas, no la materia, como sucede en nuestra cultura. El espíritu es lo que constituye el fondo, la radiación cósmica de fondo, y por eso todos los seres, todos los animales, son gente.
La mitología indígena clásica, la gran mitología indígena, equivalente a la mitología de la Biblia para nosotros, es aquella que cuenta cómo antiguamente todos los animales eran personas como nosotros. En esos mitos, todos hablábamos y vivíamos en una situación en que la diferencia entre humano y animal era virtual: existía pero no estaba actualizada, definida, no se percibía. Animales y humanos, todos estábamos mezclados. Cuando escuchamos algunos de estos mitos, en realidad nunca sabemos bien si el héroe, por ejemplo, se casa con una mujer-jaguar o una mujer-tucán, ni si se trata de un tucán con forma humana, o de una persona con forma de tucán, o de una persona que se llama Tucán. Se da pues en esos mitos esa imprecisión, como un borrón, pero no un borrón artístico sino que filosófico fundamental.
En ese universo mítico, la diferencia entre hombre y animal todavía no había aparecido, y el mito cuenta precisamente los acontecimientos que dan lugar a la especiación, que crean la diferencia entre las especies, el momento en que la forma humana de los animales se oculta, se hace invisible a los ojos de las demás especies. Como si ese mundo mitológico fuera un mundo transparente en el que se podía ver al humano de cada especie, y que de pronto cada especie se tornara opaca. Después, los mitos clásicos nos cuentan cómo, a partir de una serie de acontecimientos, los animales adquieren el cuerpo que tienen y la forma humana en ellos deja de ser evidente; queda oculta, debajo, solo se revelan como personas ante ellos mismos o ante especialistas que yo llamaría “transespecíficos”, es decir, personas con la capacidad de pasar de una especie a otra. Es el caso de los brujos, pajé, y los chamanes, que son capaces de ver a los animales como los animales se ven a sí mismos, vale decir, como personas.
Esa idea de que los animales son todos personas es muy diferente a la distinción que, de forma constitutiva, nosotros establecemos entre lo humano y lo no humano. A tal punto es diferente, que la frontera entre lo humano y no humano se constituye para nosotros como un principio fundamental. Es precisamente eso lo que intentamos explicar los antropólogos: ¿Qué hace a los humanos tan especiales? ¿Qué nos hace diferentes del resto de los animales? Los indios saben perfectamente que un jaguar es un jaguar, pero al mismo tiempo la diferencia entre un humano y un jaguar, un humano y un guacamayo, no tiene el mismo significado que para nosotros. Es como si para ellos la diferencia entre humano y no humano fuese menos importante que la diferencia entre humano vivo y humano muerto. Por decirlo de otro modo: la distancia entre un vivo y un muerto, ambos humanos, es mucho mayor que la distancia entre un hombre y un animal, ambos vivos. Y es por eso que uno acaba comunicándose con otro, como si al pensar en la alteridad de los muertos se los situase en una posición donde pueden transformarse en animales.
Esta es una diferencia importante, porque ese mundo, en el cual la diferencia con los muertos es infinita, y la diferencia con los animales, por el contrario, es finita, mensurable, verdaderamente relativa, genera sociedades en las que no se puede utilizar a los muertos para crear desigualdad social entre los vivos, como sucede en nuestro sistema social. Se trata entonces de sociedades que impiden la legitimación de las inequidades existentes basadas en el pasado y los muertos. Es decir, de algún modo existe un proceso de neutralización de la desigualdad social debido precisamente a ese exilio que se impone a los muertos, a esa separación radical que hay que establecer con ellos.
Lo que sucede en relación a los animales es más bien lo contrario. Debido a que estas sociedades ven que el origen y la esencia humana en los animales está siempre presente en ellos, estos pueblos se abstienen de utilizarlos como cosas, de la manera en que nosotros lo hacemos. Por ejemplo, no los domestican. La ausencia de domesticación es una característica de la Amazonia, en parte porque la mayoría de los animales amazónicos simplemente no son domesticables, y en parte también porque los indígenas no ven la relación con los animales como una relación sujeto- objeto, o sujeto- cosa. Su relación con los animales es entre sujetos, porque también son personas. Los indígenas pueden hacer la guerra a los animales –los cazan, y la caza es vista como una suerte de guerra–, pero no los pueden esclavizar o instrumentalizar. Nuestro modo de fabricación de carne, que todos conocemos, esa forma de transformar a los animales en fábricas de carne, en objetos criados en condiciones infrahumanas, criar animales en condiciones degradantes y monstruosas, todo eso sería visto por los indios como una monstruosidad, como algo imposible de hacer. Matar un animal, todo bien; criar a un animal dentro de una jaula, sin poder moverse, alimentándolo para producir carne, sería una abominación para ellos. Creo que cualquier persona que vaya hoy a un criadero moderno pensaría lo mismo.