No son pocos los hombres que mencionan un mundial de fútbol como el primero de sus recuerdos. ¿De qué mundial te acuerdas en adelante?, he oído, preguntado y respondido decenas de veces. Es un poco imbécil, lo sabemos, pero la verdad es que así es. Mis primeros recuerdos de la vida están asociados al mundial de Italia 1990.
Tenía 5 años recién cumplidos. Me acuerdo difusamente de haber estado viendo tele y haber ido a preguntarle a mi mamá que estaba planchando “qué es un mundial”. Memoria veraz o creada, recuerdo cómo mi mamá se entusiasmó con la pregunta y me explicó que se trataba de una competencia que involucraba a todos los países del mundo y que de ellos saldría uno mejor que todos los demás.
Sonaba increíble. Justo lo que un niño quiere oír. Como una guerra mundial, algo total, simple y devastador.
Aunque había algunas cosas que todavía no terminaba de entender. Pensaba que cientos de jugadores de todos los países jugaban al mismo tiempo en una sola cancha completamente rodeada de arcos. Jugadores chocando, sin espacio para moverse, todos contra todos, marcando goles cada 2 segundos. El caos.
Me explicó que había un sistema. Que no jugaban todos los países. Que sólo algunos clasificaban, que esos formaban 6 grupos y tras un nuevo proceso de eliminación y de mejores terceros, había 3 rondas de muerte súbita hasta la final. De ahí saldría el campeón. Entendido.
Días más tarde vino la pregunta inevitable; se la hice a mi papá: ¿por qué no está Chile? La respuesta hubiera sido fácil si Chile, como para este mundial, simplemente no hubiera clasificado, pero había algo más e incluso un niño de 5 años lo percibió. Era un tema tabú.
El mundial de Italia 90 fue el que tuvo menos goles marcados por partido de la historia, la mayor cantidad de faltas y de expulsados. Fue un mundial sucio y defensivo, tras el cual la FIFA debió quitar reglas como que el arquero la pudiera tomar con la mano tras un pase del defensor, dado que esto se usaba en demasía para hacer tiempo. Sin embargo, yo me lo estaba pasando de las mil maravillas. Incluso sin Chile. Era un nuevo mundo para mí. Había unos seres de piel oscura que bailaban como Juan Luis Guerra cuando metían un gol. También ese otro jugador rubio con un afro. Y también ese arquero que siempre atajaba penales, pero de todos el que más captó mi atención fue un pequeño argentino que todos llamaban “el mejor del mundo”. Me impresionó el contraste, ver a ese hombre moreno, con un aro, saltando y moviendo la pelota por el campo como una delicada patinadora sobre hielo.
Para semifinales –a esas alturas ya entendía el sistema de eliminación a la perfección-, se enfrentaban el equipo de Maradona, los actuales campeones, y los italianos, los dueños y anfitriones del mundial. El mundo se paralizó para ver a estos dos países, tan parecidos en la sonoridad de sus apellidos y la pasión de sus gestos, enfrentarse en el San Paolo de Nápoles, en ese entonces la ciudad más peligrosa de Europa y probablemente del mundo. Ahí estaba Santa Maradona, en la ciudad donde jugaba y era un ídolo de proporciones bíblicas. Esto yo no lo hubiera entendido de niño, pero a los años leí que Maradona desafío a los italianos en declaraciones previas al juego: Nápoles no es Italia e irá con nosotros, los argentinos. Sin embargo, el día del partido se leyó el siguiente mensaje en las gradas: “Maradona, Nápoles te ama, pero Italia es nuestro país”. Los napolitanos lo traicionaron y él los traicionó a ellos. Argentina eliminó a Italia en su propia casa con Maradona convirtiendo el último penal de los argentinos. Fue como una historia del viejo testamento.
Y llegó la final. Alemania, el mejor equipo del torneo, contra Argentina, los parias que habían llegado a la final drogando rivales, metiéndose atrás, jugando al empate. Yo iba a un jardín infantil alemán y muchos de mis compañeros fueron por Alemania. Yo no, jamás. Me gustaban los malos. Me gustaba Argentina.
Fue un partido horrible, un microcosmos de lo que había sido el mundial. Alemania ganó con un penal dudoso en las postrimerías del partido. Yo me quedé con la imagen de Maradona llorando picado como un niño. Nunca había visto a un hombre llorar así.
+ Javier Mardones (Valdivia, 1985), Periodista y Máster en Estudios Latinoamericanos, escribió columnas de política internacional para el Desconcierto.cl y trabaja como redactor para diversos medios digitales. Actualmente cursa el taller de escritura de Antonia Torres y escribe su primera novela.