El jaguar bebe y proyecta sus manchas en el agua calma. Francisco Ide

Un derrumbe de tenedores me dejó los pelos de punta y salí rápido del local. Pese al metal del suceso, el sonido fue sordo como las vísceras humeantes de un animal abierto, que impactan suavizadas por la tierra. Alcancé a ver de reojo en la tele la noticia en curso, decían que el ojo de la tormenta se había abierto en Valparaíso, como si se tratara de un cíclope que despierta bruscamente. No lo dijeron así, pero atribuí el despertar súbito del cíclope al estruendo de cucharas tenedores y cuchillos que despertó en mí, también, otra tormenta. Como en ese verso de Cummings “(ahora los oídos de mis oídos oyen, ahora los ojos de mis ojos ven)”, se abrió otro ojo en mí, otros oídos. Ciegos aún los unos, sordos aún los otros.

Atardecía y caminaba sin paragua por la vereda estrecha, apuntalado por la amenaza de charcos extensos y la velocidad de las micros y los autos (rémoras) que acuchillan en grupo como rapiñas, desperdigando sobre la gente el agua sucia. El techo de una automotora de autos seminuevos me dio refugio en la tormenta, mientras terminaba mi cigarro manchado con gotas de agua que le dieron la coloración y el diseño de un jaguar cilíndrico.

De pronto otro estruendo dio curso al suceso interior que activaron los cubiertos. Dio visión al otro ojo, destapó la sordera de los otros oídos. Eran relámpagos furiosos brotados de nubes ubicadas a escasos metros de mí. Nubes metálicas que hombres cerraban con la furia del que abandona la jornada laboral para terminar por fin el día siniestro. Sentí entonces el desdoblamiento.

Phillip K. Dick sostiene que logró vivir la simultaneidad: en su cuerpo habitaron dos conciencias, una situada en nuestro tiempo (su tiempo: 1974) y la otra en el año 100 dC. que respondía al nombre de Tomás y hablaba en griego Koiné. Sostiene que somos seres simultáneos que deben permanecer separados  los unos de otros. No somos individuos. El tiempo se vuelve espacio y el mundo de los fenómenos es simplemente información que procesa la mente.

No me atrevería a afirmar que esto que dice Dick es cierto (aunque internamente lo creo del todo), pero las nubes de cortinaje metálico me transportaron a un pasado reciente, y quedé suspendido en un laberinto vivo donde el tiempo se había vuelto espacio y viví por instantes en la superposición de dos momentos.

Un mismo cigarro manchado idénticamente se quemaba en mi boca mientras llovía bajo el techo de la automotora a la vez que yo miraba hacia arriba el follaje de árboles de ademanes felinos que se sacudían con el viento, en un día soleado a mitad de camino de un cerro. Jaguares saltaban de copa en copa emitiendo rugidos escalofriantes. Al poco rato entendí que no eran jaguares ni emitían rugidos: eran contrastes de luz, vegetación transmutada en felinos y niños que golpeaban con palos basureros metálicos.

Siempre me he preguntado por el sentido de la intuición o esos pequeños avistamientos a realidades simultáneas. Duran un segundo y te dejan totalmente trastornado, como si hubieras entrado y salido de otra dimensión. Un don inútil. No se puede hacer nada con esa información más que dejarla para sí o escribirla (cambiar por lo tanto su naturaleza), sin ningún objetivo. Ahora, es el estado más preciado y la visión más clara, pese a evocar información sin lenguaje (información que uno traiciona al ordenarla y traducirla a una lengua, a un sistema). En la ausencia de objetivo pareciera haber una clave. El budismo lo sistematizó: “sin fin determinado / sin objetivo / sentarse en silencio”, dice una de las clásicas sentencias del Zen. Eso o quedar petrificado por el rayo de una visión, que generalmente está dada por el suceso causal en que ocurre una metonimia (una rana salta sobre un pepinillo), o elementos de naturaleza extraña coinciden en un mismo espacio: una naranja de pronto entre las olas, o como cuenta Stevens, el ojo de un mirlo es lo único vivo que se mueve entre el paisaje nevado.

En un mismo lugar coinciden jaguares y tenedores, lluvia y sol. Sobre esa visión que es lenguaje, asociación y recuerdo (o simultaneidad, si como Platón pensamos que en realidad uno no aprende, si no que recuerda, o saca a flote pensamientos simultáneos y silenciosos), hay una disputa de realidad sobre la que navegamos constantemente. Creo que a eso se refiere Stevens con una pregunta que hace en el mismo poema. No sabe si prefiere la belleza de las inflexiones o la belleza de las insinuaciones, el canto del mirlo o el silencio que le sigue al canto.

La gracia es contar la visión y no lo que le sigue, imitar ese silencio. Mi jaguar cilíndrico terminó en una poza de agua y la rueda de una micro lo proyectó hacia mí, de vuelta.

+ Francisco Ide Wolleter (1989), ha publicado Observatorio (2011), Yakuza (2014), Poemas para Michael Jordan (2014), Antología del amor de Claudia Schwartz (2016), Iceberg (2017) y Plush (2018). Tradujo el libro Billy the kid y otros poemas de Jack Spicer.
+ Imagen: Henri Rosseau