Toque de queda, los militares en la calle a cargo de la represión, estaciones de Metro y otras partes de la ciudad quemadas, saqueos de supermercados y farmacias, miles de personas en las calles, ineptitud política, violencia descontrolada, muertos sin nombre, balas disparadas que asustan y amenazan a cualquiera. Sí, esto es Chile en 2019. Tras nueve días bajo estado de emergencia, ahora pareciera que una vez más, la nación tiene que enfrentarse a un manto de dolor dejado por el control violento por parte de los militares y las fuerzas de orden. ¿Cómo puede ser que en Chile, el oasis de Latinoamérica, hoy se viva una de las peores crisis políticas y sociales de toda la región?
Probablemente hay que ir muy atrás para contestar esa pregunta, y es posible que el presidente de Chile se pregunte lo mismo. Finalmente, el de la afirmación del oasis fue él. El líder del país, el que nos representa. ¿Si él no nos entiende, significaría que nuestra democracia fracasó una vez más?
El modelo económico (capitalismo salvaje) instaurado en la dictadura de Pinochet, que el presidente, así como la oposición antes en el gobierno durante casi veinte años, han sabido administrar prolíficamente, y a pesar de que los índices internacionales indiquen lo contrario, es un fracaso total.
Chile ingresó a la OCDE, el primer país de la región y los números, esos indiscutibles números, dicen lo opuesto, sin embargo el país huele a ceniza. De todo el humo incontrolable, lo que se disipa es un índice que no se condice: luego del crecimiento económico, del acceso a los productos del mercado, al crédito bancario, los autos nuevos, las televisiones de plasma, y para dejar los clichés, de los éxitos deportivos, el índice que no cambió fue el de felicidad. Los chilenos, a pesar de todo, no nos hicimos más felices. Por el contrario, estamos más deprimidos y abandonados que nunca. Empezamos a suicidarnos. Hoy en Chile los que primero se quitan la vida son los que más han visto: la tercera edad. Pareciera que al jubilarse en Chile es cuando comienza el dolor y el sufrimiento. ¿Quién podría crecer optimista con ese horizonte? No olvidar que en Chile el segundo grupo con mayor índice de suicidio son los adolescentes. Espero que el presidente esté preguntándose lo mismo.
Más de una semana con toque de queda y con los militares en las calles de Chile, desde que las manifestaciones se desbandaron el viernes 18 de octubre en Santiago. Hasta el domingo pasado además de la Región Metropolitana, prácticamente el país completo se encontraba en estado de emergencia, lo que significa que los militares estaban a cargo de la seguridad en cada rincón de la nación, y el miedo se esparcía en un flujo de agua fantasmagórico que nadie veía, pero todos percibían, como el agua real que ya no corre en gran parte de los ríos del país.
Una serie de declaraciones al borde de la burla y la displicencia por parte del gabinete de ministros fueron sumándose como una provocación estúpida a la presión social que se respiraba durante el segundo año de gobierno del segundo mandato del presidente Sebastián Piñera. Lo que aparentemente era reflejo de una democracia solvente, con cambios de mando del poder político entre la derecha y la izquierda (Michelle Bachelet 2006-2010, Sebastián Piñera 2010-2014, Michelle Bachelet 2014-2018, Sebastián Piñera 2018 – hoy), hoy parece ridículo y solo evidencia la inexistencia de un plan político, muy lejos de un proyecto democrático. De un momento a otro, el mismo presidente que se vanagloriaba del milagro económico chileno, y apuntaba país por país mencionando las faltas de cada uno de ellos, quedó sin palabras. Y luego de acusar las debacles de Brasil, Venezuela, Argentina, Perú, Ecuador, hasta que se le acabó el continente, así como así, sin sospechar de dónde vino, pocos días después ya no comanda un país, sino que sobrevive a su propia impresión, mientras se llena todavía más de síntomas de estrés, temblores, debilidad mental, cansancio, incongruencia, falta de liderazgo, y quizás dolor también. Todo esto mientras se prepara a enfrentar una acusación constitucional en su contra, para dilucidar su responsabilidad en todas las violaciones de derechos humanos acontecidas durante esta comprimida dictadura militar de nueve días que recién pasó.
La opinión más generalizada y de ambas esquinas políticas es que el presidente se siente perdido, no logra aún comprender qué pasó. Sus asesores y ministros son grandes responsables de todo esto. Quizás más que él incluso, pero esto ya es parte de una ficción imposible. La página ya pasó y nadie sabe si en el siguiente capítulo Piñera es personaje principal o de ornamentación. Él es el único que verá eso, solo en su rincón de incertidumbre, de duda, de desconfianza, de ingobernabilidad.
El caos y la represión como sacados de una película de Hollywood, durante nueve días, se convirtieron en un espectáculo para los millones de chilenos que vivimos este momento con las atrocidades de la dictadura de Pinochet en la retina. Las redes sociales y los medios de comunicación en general, esa conectividad milagrosa que nos hizo pensar que éramos parte del siglo XXI, hoy nos juega en contra y nos comparte cientos de registros que, reales o no, solo imponen el pánico, bajo una ilusión de que estamos todos conectados. Hay que mencionar que los medios de comunicación en Chile, en su mayoría, son todos controlados por grupos económicos afines al gobierno, y si bien hay mucho de sensacionalismo, generalmente los medios parecieran estar en la misma incertidumbre del presidente y de toda la clase que representan. Algunos llamados paranoicos incluso aventuran que Cambridge Analytica o un símil nos controla la opinión, al menos en ese aspecto.
No deberíamos pasar por alto que hay dos cumbres de la política internacional a realizarse en Chile en el corto plazo: la APEC y la COP25. En uno y dos meses más los principales líderes mundiales nos visitarán, y todos sabemos lo que eso significa. El ambiente no parece fácil para nadie que quiera defender los intereses sociales, e incluso mucho menos para el que quiera defender los intereses del planeta.
Luego de los nueve días de estado de emergencia y el control militar, el balance es devastador, solo se incrementó la sucesión de quemas de bodegas y locales, buses, ataques a la propiedad privada y a los lugares públicos, delincuencia, en fin, todo eso se desbandó, los grandes perdedores del capital serán las aseguradoras, pero sabemos que no son la víctima, solo por cuánto han lucrado hasta ahora; o muéstrenme a un dueño de aseguradora reclamando en la calle.
A medida que avanzaban los días, las noches se fueron calmando un poco, solo para dar pie al fantasma del montaje que renacía con fuerza cada mañana. Y al pobre gobierno, que se refugió en su caudal del odio, intentando justificar todo con una supuesta organización criminal a cargo de encender la inesperada revolución, no le quedó más que inclinarse ante una opinión generalizada que piensa que todo esto suena más a un autogolpe obligatorio debido a su propia incompetencia. La situación es triste en lo discursivo, claro, pero no olvidemos que entre tanto mataron seres humanos. Entre toque y toque, el horror y la muerte se instalaron. La cifra oficial de muertos oscila entre 20 y 30. La no oficial llega hasta los 200 y contando. Miles de heridos, y miles de detenidos, que aún no sabemos dónde o en qué condiciones quedaron. Los abusos de violencia, las torturas, las detenciones desde sus casas de militantes de las Juventudes Comunistas y de líderes estudiantiles, las acusaciones de abusos sexuales y violaciones, solo comprueban el salvajismo que reina hoy, y que estaba oculto en las sombras.
Como nunca Chile está azotado, más que con cualquier terremoto (¿qué pensaría Pedro Aguirre Cerda?), que con cualquier tsunami o maremoto o como quiera llamarlo el presidente. La crisis de hoy, de finales de octubre de 2019, va más allá. La urgencia es ahora, pero sobre todo es a largo plazo. No hay medida inmediata que haga que lleguemos a un acuerdo nacional si es que no se plantea a más de 30 años. Más que medidas, necesitamos un proyecto. Las demandas ciudadanas han sido tan claras que no es necesario un líder interlocutor que las numere. Sin utilizar un sombrero de mago puedo afirmar que el descontento social está asentado en toda la base de un sistema moderno, y los mínimos que esto significa: educación, salud, previsión. El resto son un sinnúmero de abusos a partir de la desigualdad propia de un país colonial. Todos necesitan solucionarse de manera tan apremiante como el otro.
El presidente, solo, cobarde, iracundo y con una afasia aparente, deslizó unas propuestas, que provocaron a los pocos días la mayor manifestación vista en Chile en más de tres décadas -un millón doscientas mil personas en Santiago, otros tantos cientos de miles en regiones. La clase política, sacando sus dividendos cortoplacistas, solo ha demostrado que no está a la altura, y que se necesita de otro modelo con urgencia. No se han dado cuenta de que están viviendo un momento histórico del que saldrán triunfadores, o solo con las manos ensangrentadas.
Luego de la marcha más multitudinaria de la historia de Chile, el domingo finalmente se han retirado las tropas a sus cuarteles. Sin embargo esta vez la paz pareciera no haber regresado. Ya instalada la comisión de derechos humanos de Naciones Unidas, falta ver si el movimiento social despertado ante esta mezquina dictadura de militares chilenos una vez más contra el pueblo de Chile, llegó para quedarse hasta las últimas consecuencias o no.
El camino de trabajo es infinito, como el de cualquier estado democrático, cosa que hoy también está en duda en Chile, desde el Estado hasta la democracia, parecen colgados en la pared de un cuestionado museo, parecen de otra época. Quién pensaría que entre Pinochet y hoy se construyó un Museo de la Memoria, pero igualmente la frágil memoria no nos sirvió. Será que la memoria es en definitiva una herramienta para la acción, y no un recuerdo. Entonces si la colgamos en una muralla deja de ser memoria, y ya no sirve más para nadie, deja de significar. Qué horror.
Chile necesita con urgencia un pacto social, una constitución realizada en democracia que nos guíe en este océano oscuro que nos encontramos hoy. El proceso comenzó hace algunos años, más de doscientas mil personas participaron del proyecto y su opinión duerme en páginas y páginas que nadie lee.
Quizás Piñera entienda la oportunidad que tiene adelante, deje de lado su ego por un tiempo, y recupere la democracia. Sinceramente lo espero, porque parece que esta vez el crédito no alcanza para la vida. La deuda de cada uno de los 6 millones y medio de deudores es más pequeña que la del Estado, pero solo uno tiene cómo pagar, o finalmente es tiempo de que uno pague de manera definitiva. Se nos acabó el crédito a todos y eso da miedo.
+Diego del Pozo es escritor y director de cine. Licenciado en Letras y Magister en Literatura de la Universidad Católica de Chile, candidato a doctor en Historia y Patrimonio Cultural de la Universidad de Helsinki, Finlandia. Como investigador de la obra de Gabriela Mistral, publicó la recopilación de Poema de Chile y La humanidad futura (La Pollera, Santiago). Algunos de sus trabajos se pueden ver en www.rectaprovincia.cl
*Imagen: Saposcat. Providencia, Santiago, 25 de octubre de 2019.