Segunda entrega de esta novela policial sobre la China actual de la escritora Silvia Veloso (lee la primera aquí). Esta vez, un crimen en el barrio de Baishizhou, en Shenzhen, cerca de Hong Kong, hasta hace unas décadas una aldea y hoy uno de los distritos más poblados y productivos de la zona. Un crimen siempre es político y económico.
Domingo. 9 de junio.
No parecía un crimen sexual. Feng algo sabía de putas y de chaperos. Bastaba una mirada para darse cuenta. No era un experto, pero la escena resultaba demasiado obvia y el escenario improbable. El vino barato volcado, el cadáver desnudo tirado en el suelo, restos de cocaína y fentanyl y el labial aplastado contra la alfombra. Las putas que deambulan por Baishizhou no llevan en el bolso barras de 300 yuanes. Esas se mueven en otra órbita, su territorio son los hoteles de lujo y las fiestas en los apartamentos de Futian, no los callejones oscuros y estrechos de los barrios bajos. Si la barra de labios la habían dejado intencionalmente como evidencia, era una chapuza. Lo más probable es que a alguien se le cayera sin darse cuenta cuando sacó algo del bolso. Alguien que no era una puta barata de sauna o karaoke de cuarta categoría. Pero Feng no estaba allí para hacer conjeturas. Lo habían llamado para traducir los títulos de varios libros que estaban tirados por el suelo y algunas frases escritas en las paredes junto a citas de Confucio.
El apartamento era un mísero habitáculo en el cuarto piso de un edificio destartalado. Una única pieza llena de cables y un par de racks apilados del suelo al techo con monitores, routers, microprocesadores, teclados con diferentes alfabetos y toda clase de circuitos. La cueva de un hacker. Para Feng, otro indicio de que el crimen nada tenía que ver con venganzas pasionales ni ajustes de cuentas con putas, chaperos o proxenetas. Ningún hacker usaría su madriguera para follar. Mucho menos con zorras o boys de la calle. Son los mejores confidentes de la policía. Mientras la prostitución siga siendo ilegal, será sencillo apretarlos para que larguen información cuando se les pregunta a cambio de no meterlos en la trena.
A Feng no le ha sido fácil encontrar la dirección. Ha tenido que pararse a preguntar en varias ocasiones por el barrio porque ni siquiera el gps de Baidu daba instrucciones claras. Al llegar, como le indicaron por teléfono, se ha presentado ante el inspector Li. Lo acompañan dos agentes jóvenes y el forense. El inspector y el médico son hombres de unos cincuenta años y los policías deben tener más o menos su edad. Es la primera vez que Feng asiste a ese tipo de procedimiento, pero el muerto no le impresiona. Por suerte, la escena es bastante limpia y sin sangre. El cuerpo tiene marcas en el cuello y lo más probable es que el hombre haya sido estrangulado con alguno de los cables que andan tirados por el suelo de la habitación. Junto a la ventana para no estorbar, Feng sigue con atención las maniobras del forense mientras se entretiene especulando sobre el horóscopo del muerto. Calcula que debe tener poco más de cuarenta años. Entre el 76 y el 80, los signos son dragón, serpiente, caballo, cabra y mono. Feng piensa que por cómo ha terminado, un mono afortunado no parece, pero aún no se ha encontrado ningún documento y el inspector, si la sabe, no ha dicho nada sobre su identidad. La piel del cadáver luce opaca. Debe llevar bastantes horas muerto porque el cuerpo está muy rígido y al médico le resulta difícil moverlo para el examen preliminar.
Feng descorre con un dedo ligeramente la cortina y mira hacia afuera. El pasaje es muy angosto. Los edificios se encuentran separados apenas por unos metros. A Feng le bastaría sacar el brazo por la ventana para estrechar la mano del vecino del apartamento de enfrente. Como la mayoría de los callejones de Baishizhou, está lleno de ropa y estelas de colores colgadas en cuerdas tendidas de un lado a otro del pasaje. A pesar de todo, el barrio aún continúa en pie. En 2014, la prefectura determinó la demolición de todos los asentamientos de la ciudad para reconvertirlos en nuevos centros de negocios y zonas residenciales. Pero la estructura de la propiedad de los terrenos es muy compleja y la negociación con los actuales propietarios no ha sido fácil. Mientras no lleguen a un acuerdo, las excavadoras no podrán entrar en el barrio. En Baishizhou se apiñan ciento treinta mil personas en poco más de medio kilómetro cuadrado. Es un laberinto de calles estrechas llenas de pequeños comercios y puestos de comida rodeado por los imponentes rascacielos de lujo de Shenzhen. Como los otros asentamientos que aún quedan desperdigados por la ciudad, creció rápidamente a partir de los años 80 cuando Deng Xiaoping eligió Shenzhen como primera Zona Económica Especial para su experimento de apertura capitalista.
Aunque la ventana está cerrada, a Feng le llega desde la calle un intenso olor a comida. Una mezcla de frituras, asados y guisos que sube desde los puestos y quioscos que casi a toda hora mantienen los fuegos encendidos en Baishizhou. Salvo por las rentas bajas, Feng no entiende qué le ven algunos extranjeros a esos barrios. Últimamente, bastantes expatriados y profesionales chinos están alquilando en las villas. Tal como están los precios es la única forma de pagar una renta razonable en el centro de Shenzhen. Pero a los extranjeros no les motiva sólo el tema del dinero. Su mentalidad occidental colonialista es incapaz de salir de sus clichés y estereotipos. Para ellos, la auténtica identidad de China continúa y continuará siendo la de los barrios laberínticos y precarios con puestos informales por todas partes y tufo permanente a comida. Pero China ya es otro país. Deberían haberse dado cuenta. Feng detesta ese romanticismo paternalista y esnob de los occidentales. No es más que otra forma de continuar considerándolos subdesarrollados e inferiores a pesar del progreso evidente que en los últimos años ha experimentado el país. Mejor así, piensa Feng, cuando quieran darse cuenta, les habrán pasado por encima.
Hace cuatro décadas, Shenzhen era un villorrio de agricultores y pescadores con no más de 30 mil habitantes junto a la frontera continental de Hong Kong. La llegada masiva del capital extranjero y las inversiones del gobierno propiciaron un desarrollo vertiginoso. Hoy, la población supera los 13 millones de personas, es una de las ciudades más prósperas del país y una de las más importantes, cosmopolitas y caras del planeta. La mayoría de los gigantes tecnológicos chinos como ZTE, Huawei y Tencent se crearon y tienen su sede en Shenzhen donde también se encuentran fábricas de ensamblaje y centros de investigación de muchas multinacionales. Es un paraíso para los innovadores y start ups y el foco de atracción de talentos de todas partes del mundo con el que China quiere ganarle a los americanos la carrera por la hegemonía de la inteligencia artificial y la tecnología digital. A partir de ahora quien la tenga, será quien imponga las reglas. El Sillicon Valley chino que en cuarenta años surgió de la nada en los pantanos del delta del río de las Perlas frente a Hong Kong, es una de las joyas más valiosas del modelo ideado por Deng Xiaoping bajo la consigna de “un país, dos sistemas”.
En el apartamento hace mucho calor y la humedad es insoportable. Todos en la habitación transpiran intensamente y el sudor ha hecho aparecer manchas oscuras en la espalda y bajo las mangas de sus camisas. El calor y el olor a comida le están provocando a Feng algo de náusea y por el ruido que se intensifica en su oído izquierdo, adivina que una de sus migrañas pronto le reventará la cabeza. Saca un blíster de su mochila, pero con las manos forradas con los guantes de silicona la pastilla se le cae al suelo y rueda bajo el sillón desvencijado de la sala. Feng la ve perderse bajo el sofá, pero no se mueve. La recogerá después. Vuelve a girarse hacia la ventana y con mucho cuidado saca otra píldora que traga en seco. En la intersección de la callejuela con la que se comunica el pasadizo, ve dos cámaras de seguridad moviéndose ligeramente. Al otro lado, el callejón no tiene salida y varios metros después del edificio el pasaje termina en una pared. Muy rara vez Feng frecuenta esos barrios, no le gusta nada en ellos de lo que atrae a los extranjeros. No le sorprende que las cámaras también hayan entrado en lugares como Baishizhou. Están por todas partes. En China hay 200 millones de cámaras vigilando las calles. Cada día son más y más inteligentes. Pronto habrá una por cada habitante, quizá más.
Feng mira la hora. Espera que el forense, el inspector Li y los agentes terminen rápido. Cuando saquen las cosas y el cadáver, hará las fotografías de las pintadas de la pared y podrá irse a casa. Ni él ni tal vez ese equipo deberían estar ahí. Pero con las protestas y los disturbios de Hong Kong, todos los escuadrones y agentes de seguridad oficial y no oficial están en la calle o en alerta en sus puestos de comando. Por eso cuando se recibió la comunicación del incidente, tuvieron que enviar algunos de los pocos efectivos que ese domingo se encontraban de servicio ordinario en Shenzhen. Li acaba de decir que hay mensajes dando vueltas comentando que en Hong Kong hay más de un millón de personas marchando por las calles y que parece que por las jefaturas andan muy nerviosos. Feng abre la aplicación del Diario del Pueblo en su teléfono y como era de esperar, no encuentra ninguna noticia que hable de los disturbios en Hong Kong. Los agentes se han encogido de hombros y el forense, sin levantar la vista del cadáver, ha dicho que son los empresarios y las triads1 los que han echado a la gente a la calle para presionar a Lam y a Pekín. “Los americanos también deben andar metidos en esto pensando que la desestabilización los beneficiará en la guerra comercial. Como mucho, dice, a Hong Kong le quedan treinta años antes de que se le acabe la fiesta. No sé si tendremos tanta paciencia. Ya es hora de que vuelva a China lo que es de China. Xi debería poner ya mismo los tanques en la frontera. Los hongkoneses quieren el pan y las tortas, hacer aquí sus negocios, pero no estar sujetos a la ley y saltársela cuando les viene en gana. Demasiado oportunista operando a su antojo a un lado y otro del río. Sin ir más lejos, hay varias constructoras hongkonesas con el ojo puesto desde hace mucho tiempo aquí mismo, en Baishizhou. De estos quinientos mil metros cuadrados que ocupa el barrio, pueden sacar más de cinco millones de metros cuadrados construyendo edificios en altura. Los dueños de los terrenos tienen claro que se los quieren comprar a precio de saldo cuando lo que los compradores van a sacar por ellos es una fortuna. Son igual de mafiosos y corruptos que los otros y no son idiotas, no venderán si no se llevan su buena tajada. Ya se hicieron ricos hace treinta años con estos edificios de mierda para los emigrantes, pero saben muy bien que ahora, las ganancias que pueden meterse en el bolsillo son de otro nivel. Hacerse rico es glorioso, decía el viejo Deng. Toda esa gente desde luego se tomó la consigna muy a pecho y no tardaron ni medio minuto en ponerla en marcha”.
Cuando los emigrantes comenzaron a llegar de todas partes y a raudales a la zona que prometía una nueva era para la economía china, las cooperativas de propietarios de las fangosas parcelas agrícolas de Shenzhen y sus alrededores enseguida se dieron cuenta de la mina de oro que tenían bajo los pies. Sin ningún tipo de planificación empezaron a levantar edificios baratos de seis o siete pisos con pequeños apartamentos y comercios que alquilaban a los recién llegados. Los asentamientos informales crecieron desordenadamente y con rapidez en varios puntos de la zona. Para maximizar las rentas, el espacio se aprovechaba al máximo trazando calles estrechas y corredores por los que apenas pasaban juntas dos personas. Esas colonias pobres que hicieron ricos a los propietarios de los terrenos proliferaron en los primeros años de expansión de la Z.E.E. En ellas se asentaron gran parte de los emigrantes y obreros que durante las últimas cuatro décadas han ido levantando los rascacielos, las autopistas y la infraestructura que hoy Shenzhen exhibe ostentosamente para el mundo.
Cuando la deslumbrante ciudad de la innovación y el futuro quiso darse cuenta, esas bolsas del pasado y de pobreza habían quedado aprisionadas entre los desafiantes edificios y los centros comerciales de lujo que con el tiempo fueron conformando los distritos más exclusivos y solicitados para viviendas y oficinas. Eran muchas y con demasiada gente. Manchas que poco tienen ya que ver con el urbanismo futurista de la ciudad ejemplar del milagro económico y el boom inmobiliario chino. Aparecen de repente al cruzar una avenida y ese breve tránsito que transporta de la ciudad amplia, moderna e impecable a las calles retorcidas y estrechas de los asentamientos, es como dar un salto en el espacio y en el tiempo. En los últimos años, el gobierno de la ciudad ha conseguido llevar adelante sus planes y demoler gran parte de esos barrios. El desahucio de los inquilinos de viviendas y comercios es inapelable y sin compensación. Con el desalojo se ven obligados a rehacer su vida en zonas muy lejanas y precarias de la periferia, las únicas donde aún consiguen alquileres a los que pueden acceder. El centro de Shenzhen es sólo para profesionales muy cualificados con salarios altos o expatriados extranjeros. El metro cuadrado en esos distritos exclusivos que hoy conforman el principal tejido urbano de la ciudad está entre los diez más caros del mundo. En varios de ellos, aún quedan algunos asentamientos. En algún momento terminarán por caer. Su precariedad molesta a muchos, pero la cuestión estética no es lo relevante, lo que importa es el valor que ahora tienen sus terrenos. Con la expansión de la ciudad han quedado encajonados en distritos prácticamente saturados donde ya no hay casi más espacio para la explotación inmobiliaria. Las ganancias que generarán esos proyectos son demasiado grandes como para que el gobierno de la ciudad y las constructoras las dejen escapar.
Feng no ha dicho nada y todo lo que han dicho los demás sobre los comentarios del forense, son lugares comunes políticamente correctos entre camaradas. Cualquier frase siempre puede ser un anzuelo para que los peces desprevenidos muerdan. Nadie en esa habitación iba a ponerse a defender a los manifestantes por echarse a la calle para pedir que se retire el proyecto de ley de extradición al continente. Ningún buen chino siente mucha simpatía por los hongkongers, no hay cómo evitar que el roce continuo genere urticaria. A Feng le extraña no ver un teléfono y enseguida le deja de extrañar, en circunstancias como esas, debe ser lógico que los teléfonos desaparezcan. Le da un poco de tristeza ver cómo Li y los agentes desmantelan los racks. Después de colocar y clasificar en bolsas precintadas los restos de droga, ropa y los demás objetos, sin ningún cuidado los agentes han ido metiendo de cualquier manera los equipos en cajas de cartón. Era el material de un experto y Feng aún continúa interesado en el lado oscuro de la tecnología. Lo último en salir será el muerto, también metido en una caja. Por la callejuela por la que se llega al pasaje no cabe una ambulancia. Ni a ellos ni al casero les interesa atravesar medio barrio en procesión empujando una camilla con una bolsa negra encima. En breve llegarán unos porteadores y las cajas saldrán del edificio como una mudanza. Incluidos el cadáver y el sillón. Nada extraordinario en un barrio caótico siempre ajetreado y lleno de gente.
Sólo falta embalar al muerto. El resto de las cajas ya han salido del apartamento y esperan apiladas en la entrada del edificio. El inspector ha hecho pasar a la sala a un tipo bajo que se frota las manos muy nervioso. El administrador tiene un aspecto sucio y desaliñado y unos ojos desagradables que no paran quietos. El tipo de ojos en los que nunca se debe confiar. Feng piensa que un tipo así sólo puede ser rata. Astuta, pero de alcantarilla. Li le pide que se acerque y mire al muerto.
–¿Es él? –pregunta.
El administrador observa dos o tres veces con desgana y de reojo la cara del cadáver.
–No, no parece –dice–, no sé. Ya le dije. Esto se alquiló un año o año y medio atrás.
–¿Pero era chino o extranjero?, ¿occidental tal vez? –pregunta Li.
–No, chino, chino, ya se lo he dicho. Chino, como usted y como yo –responde el casero estirándose aún más los ojos con los dedos–, ya sabe, dicen que todos los chinos somos iguales, nos parecemos –añade mostrando una sonrisa ladina–. Puede ser que tuviera un acento raro o hablaba mal, pero no sé. Tal vez era otro, aquí también hay mucho chino retornado, segunda generación. Muchos inquilinos. No puedo acordarme de todos, no ando jugando mahjong en las mesas de la calle con los arrendatarios.
–A ver –insiste el inspector señalando de nuevo el cadáver–, ¿no es él entonces quien te alquiló este antro, no lo reconoces?
–No –ataja el hombre–, creo que no, como le digo, hay muchos inquilinos aquí en Baishizhou. Además, muchas veces alguien alquila y después entran otros, no nos metemos con eso. Lo que a nosotros nos interesa es que el alquiler se pague.
–Por supuesto, tiempo es dinero, pero tendrás algún registro, harás alguna comprobación sobre los arrendatarios, los contratos –le increpa el inspector.
–Eh, bueno, camarada inspector, mire, esto no es Futian ni Nanshan, aquí tenemos que ser más flexibles, y cuando además se pagan por adelantado varios meses no hace falta tanta burocracia –contesta el administrador haciéndose el estúpido y evadiendo concretar.
–¿Y después cómo te pagaban la renta de este apartamento? –pregunta Li–, ¿transferencias?
–No, ya se lo he dicho en la escalera a su camarada, dinero, dinero. Preferimos dinero.
–Ah sí, claro, dinero –repite el inspector irguiéndose ante la rata con estudiada arrogancia–, el dinero que pronto se acabará… pero de momento el dinero es más fácil para todo, va y viene…, nadie sabe de dónde viene ni adónde va… el dinero…
–Eso, sí, sí, es más fácil –contesta obsecuente el casero sin mirar al inspector–, tocamos la puerta, un sobre, así es. Muy rápido. No queremos molestar a nuestros inquilinos.
–Entiendo, muy considerado de tu parte –continúa Li que parece estar disfrutando de la pantomima.
–Y camarada inspector, ¿cree que esta misma tarde salen, mañana puedo traer a mi gente y pintar? Los apartamentos en el barrio están muy solicitados, ya sabe, tengo fila de interesados esperando…
–Tendrán que esperar, camarada –le corta Li–, mejor no pongas los pies aquí hasta que te avisemos.
Feng se está impacientando con el teatro. Con esa actitud sobrada y tan satisfecho de sí mismo, piensa que Li debe ser gallo. Eso no le será muy difícil averiguarlo. Ya lo confirmará. Cuando por fin la rata sale del apartamento, el inspector cierra la cremallera de la bolsa negra en la que han acomodado el cadáver y el forense ha colocado un precinto. Después, entre todos lo han metido en una caja para embalar frigoríficos y los porteadores del flete se la han llevado escalera abajo. El forense y uno de los agentes han bajado detrás. Ahora la sala está despejada y el inspector le indica que haga las fotografías. Con su teléfono, Feng hace primero tomas generales de las paredes y después va encuadrando por sectores para que las frases se lean bien. La mayoría están en mandarín, algunas en francés y otras, muy pocas, en inglés. También ha visto un par de líneas escritas con caracteres latinos en un idioma que no identifica. “Enfoca bien, aconseja Li, el fotógrafo que hizo las fotos del cadáver sacó imágenes de las paredes, pero algunas no saldrán completas porque estaban detrás de los equipos. En ese baño asqueroso y la cocina no hay nada, ni te molestes en entrar”. Feng asiente y continúa. “Pero no olvides el escritorio, todavía queda en la sala, ahí hay cosas talladas a cuchillo”. Feng se acerca a la tabla que adosada a la pared servía de escritorio. Entre varias frases desperdigadas por la madera oscura, distingue una en el centro de la mesa que lo sobrecoge y le hace parar en seco: “Dejad que China duerma, porque cuando el dragón despierte, el mundo temblará”. Feng siente que la migraña acaba de explotar en su cabeza. Antes de que ese relámpago doloroso le nuble la vista, alcanza a ver un mensaje que ha aparecido como un destello en la pantalla de su teléfono: “Hola Middle Kingdom Dragon. Es hora de despertar”.
Lunes. 10 de junio.
Feng ha llegado temprano a la oficina. Al entrar en su cubículo, se ha dejado caer en la silla y ha apoyado la frente sobre el escritorio. Está destrozado. Salió del apartamento de Baishizhou como un zombi y demoró más de dos horas en llegar a casa. Con la cabeza a punto de estallar, nada más sentarse en el tren se quedó dormido y acabó pasándose varias estaciones. Tuvo que desandar el camino y cuando por fin pudo tirarse en la cama, le costaba enfocar la vista, todo le daba vueltas y le temblaba el cuerpo. Se encerró totalmente a oscuras en la habitación, pero no volvió a conciliar el sueño. Casi arrastrándose, llegó hasta el baño y se dio una ducha. Tampoco sirvió. A las diez y media seguía con los ojos desorbitados, la migraña en plena ebullición y un estado de ansiedad desesperante. Primero se tragó un ansiolítico. Dos horas después un somnífero para ver si conseguía dormir. Sabe muy bien que esa mezcla es un cóctel explosivo, pero estaba tan volado que ni siquiera lo pensó. Sólo quería apagarse y descansar. Sobre la una por fin perdió el conocimiento, pero casi fue peor. Pasó toda la noche dando vueltas en la cama. Cada cierto tiempo despertaba con taquicardia y sin poder moverse. Sentía claustrofobia de sí mismo y en ese estado de terror insoportable, no lograba encajar su cuerpo en el espacio. La realidad había perdido las dimensiones y parecía impenetrable. Su voluntad abotargada por el miedo luchaba contra su cuerpo para obligarlo a ponerse en pie. Entonces, se paraba de un salto y daba algunos pasos torpes y desorientados por la habitación para sacudirse el encierro y la parálisis. Unos segundos después, un breve resplandor de conciencia conseguía recolocar su cuerpo en el espacio y completamente exhausto, caía de nuevo fulminado sobre el colchón. Así una y otra vez hasta las cinco. A las seis ya estaba en la estación de tren. A las siete y diez, sentado en el escritorio.
Feng no ha comido nada desde el almuerzo del día anterior. Ahora, las pastillas y el vacío están haciendo nudos con sus tripas. Hace un esfuerzo y se levanta apoyando las manos en el escritorio. Camina hacia el pasillo arrastrando los pies y saca un té muy cargado y una caja de frutas de las máquinas. La fruta se ve triste y tiesa, es temprano y aún no han debido llegar los repositores. Feng se mete en el baño, se encierra en uno de los servicios y se sienta en el suelo junto al inodoro. Bebe despacio el té, toma un paracetamol y se come algunos gajos de mandarina arrugados y secos. A pesar del vacío no le entra nada en el estómago y por momentos se está quedando dormido. Feng encoje y abraza las piernas y apoya la cabeza en las rodillas. Las cámaras del pasillo lo habrán visto entrar en el baño. Si alguien dice algo por el tiempo que lleva allí, argumentará una crisis gastrointestinal. O directamente una diarrea. Que se jodan todos, piensa. Hasta las ocho, aún tiene casi cuarenta minutos para hacer lo que quiera.
Cuando el despertador de su teléfono empieza a sonar, Feng se siente desconcertado y durante unos segundos no entiende qué hace sentado en el suelo del baño. Está agarrotado y antes de salir del servicio agita varias veces los brazos y estira las piernas. La punzada que desde ayer le parte la frente en dos como un hachazo aún no ha desaparecido. Feng se acerca a los lavatorios. En el espejo, su cara se ve deplorable. Se echa agua fría e intenta acomodarse un poco el pelo. De regreso hacia su escritorio, vuelve a pararse en las máquinas y saca un café. En la sala casi todos los boxes están ya ocupados, algunas personas conversan por encima de las mamparas y otros ordenan sus mochilas y papeles antes de comenzar a trabajar. En voz baja, no se habla de otra cosa que de las manifestaciones y los disturbios en Hong Kong.
Feng se dirige cabizbajo hacia su escritorio. En el camino tropieza con un compañero que viene de frente y el café baila peligrosamente en el vaso de cartón, pero no llega a derramarse. “Vaya cara Feng, es mejor no ir de putas los domingos”, vocifera Zhao en su estúpida jerga cantonesa riéndose y dándole una palmada intencionadamente fuerte en el hombro. A su alrededor, Feng escucha algunas carcajadas. Clava la vista en el imbécil de Zhao y sin decir nada continúa hacia su box. Zhao es el clásico gracioso que se pasa de listo y habla de más, un histrión con la broma fácil siempre a punto en la boca. Así son los monitos, les gusta el aplauso y no paran de hacer monerías para divertir a su público. Es un payaso que se cree importante en la sala de traducciones porque maneja con fluidez un idioma raro. Presume de que lo escogieron para ir a Hungría cuando el gobierno firmó un acuerdo de intercambio y de que pasó allí cuatro años estupendos en la universidad. Las carcajadas de su claque a Feng le importan un carajo. Lo que le apesta de él es que dispara a ciegas, pero de alguna forma consigue hacer diana. Porque Feng efectivamente va de putas, o de boys, según los ánimos, aunque nunca los domingos. Un par de veces al mes se acerca a alguna casa de masajes con ‘happy ending’ en Guangzhou. En la provincia de Guangdong los masajes con final feliz no son ilegales, pero Feng, que vive en un suburbio a medio camino entre Shenzhen y Guangzhou, prefiere hacer el viaje en tren a los locales de la capital que meterse en los burdeles disfrazados de sauna, de spa o de karaoke de Shenzhen. Son más caros y para esos desahogos, le parece mejor poner algo de distancia. Shenzhen lo deja para lo que se presente por azar, pero hace tanto tiempo que el sexo lo practica como una transacción, que sus relaciones con mujeres o con chicos a los que no paga no suelen durar más de dos o tres encuentros que además, finalmente terminan por costarle más caros que las putas. Zhao no sabe nada de su vida, pero el dardo consigue dar en el blanco e irrita a Feng. Para él, sería muy sencillo infiltrar el sistema y complicarle la existencia dejando sin puntos su cuenta de crédito social. O subir su foto a las pantallas en las que públicamente se denuncia a los infractores de tráfico cuando se saltan las reglas. Muchas veces fantasea con ver su estúpida cara expuesta en los leds acusadores que están junto a los semáforos en los cruces de las avenidas de Shenzhen: Zhao Jie, violador. Ahí se vería cuánto le gustan al bromista los chistes. Podría hacerlo. Hay muchas cosas que Feng podría hacer, pero es mejor no pensar en ellas.
En su escritorio, ha encendido el computador y con desgana se dispone a continuar el trabajo que el viernes dejó sin terminar. Pero durante el fin de semana han sucedido tantas cosas poco habituales que no logra concentrarse en la traducción de la conversación que transcribe mientras la escucha por los auriculares. El inspector dijo que no hiciera nada con las fotos hasta no verlo el lunes. Feng intuye que lo están metiendo en algo turbio y no le gusta. Ni Li ni los otros habían dicho nada, pero para Feng está claro que el muerto era un hacker. Cualquiera que fueran los asuntos en los que anduviera metido, debían estar muy lejos de ser limpios e inocentes. Feng preferiría que no lo hubieran llamado. Si era por las traducciones, podrían haberle dejado en el escritorio los libros y un dossier con las fotos esa misma mañana. Él no pintaba nada en el procedimiento policial de Baishizhou y además perdió el domingo. Mientras apura el café, varias veces ha intentado sin conseguirlo ubicar el mensaje que apareció en la pantalla del teléfono cuando tomaba las fotografías. Es lo que desde ayer lo tiene más nervioso. Está empezando a dudar si no fue una alucinación provocada por la migraña. Eso sería lo más razonable. Un desvarío de sus meninges inflamadas fantaseando tramas oscuras. Resultaba absurdo. Cómo iba a aparecer precisamente aquel mensaje en el momento en el que reparaba en la frase de Napoleón grabada en el escritorio del apartamento de un hacker asesinado. En los teléfonos las cosas no aparecen y desaparecen. Salvo que, como él sabe muy bien, entren y salgan por puertas traseras. Como buena serpiente, Feng es intuitivo y desconfiado. Algo le incomoda. No se atreve a aventurarse más allá en las suposiciones descabelladas que desde ayer están dándole vueltas por la cabeza. En realidad, no tiene sentido, no sabe nada y las especulaciones tendrá que dejarlas para después. A las once y media debe presentarse en el despacho de Li.
El buró de investigaciones está bastante lejos de las oficinas en las que trabaja Feng. Entre la ida y la vuelta ha tardado más de dos horas y ha perdido el último turno de almuerzo del casino. Por tercera vez ese día, tendrá que recurrir a las máquinas de los pasillos y comer alguna caja de noodles pegajosos. Todo para que el inspector lo tuviera media hora esperando antes de hacerlo pasar a su oficina y después despacharlo en tres minutos. “Procura tener las traducciones para el miércoles, dijo. Haz un informe con lo que había en la pared, algo preliminar al menos. Los libros te llegarán esta tarde, sobre las cinco, cuando terminen las pericias. He pedido que lo agilicen, hay prisa arriba por conocer detalles. Si no te llegan a las cinco, espéralos. Hasta cualquier hora. Creo que eran cinco o seis, no te pido que los leas en dos días, pero trata de ver si dentro hay algo que te parezca extraño”. Durante la breve entrevista, Feng casi no dijo nada. Le sorprendió que Li equivocara la cantidad de libros que estaban tirados en el suelo del apartamento de Baishizhou. Para Feng eran cuatro. Con tan poco rigor para los detalles, Li no debía ser un gran inspector. Cuando se levantaba para salir, con tono solemne y mirada seria, el gallo añadió, ‘Feng, discreción’. Él asintió sin mudar la expresión de la cara. Para esas instrucciones simples y rápidas, Li podría haber llamado por teléfono y haberle ahorrado el viaje.
De vuelta en su trabajo, Feng ha salido a la calle y se ha sentado en un banco con la caja de noodles. Son un amasijo pegajoso, pero por fin algo entra en su estómago y siente que los últimos restos del hachazo han desaparecido. Cuando regresa a su box, sobre la mesa encuentra un paquete con un par de viejos libros de las sagas wuxía de Jin Yong y un sobre de papel grueso muy elegante. Todo convenientemente abierto y fiscalizado. El correo de los empleados de traducciones sigue un trayecto sinuoso. No deben utilizar la dirección de las oficinas para recibir correspondencia personal, pero el correo personal no llega a casa. Mágicamente aparece siempre sobre los escritorios estampado con un sello verde cualquiera que sea la compañía por la que se hace el envío. No son funcionarios, pero tienen acceso a información sensible e infringir esa regla es una falta grave. Feng ha reconocido en el sobre la caligrafía prolija y apretada de su padre. A sus nervios alterados tendrá que sumarles ahora resentimiento e irritación. Si desde ayer todo parece bizarro, sólo faltaba añadir esa carta. En el sobre hay una tarjeta y un papel doblado. Feng mira con desprecio la tarjeta y después de varios minutos, lee el papel. ‘Me he tomado un buen tiempo antes de decidirme a enviarte esta carta. Sé que nada de lo que haga te interesa, pero de cualquier forma, no podía dejar de avisarte. Prefiero hacerlo por escrito que llamar por teléfono. Supongo que de esta forma en nada te comprometo y por teléfono nunca llegamos a ninguna parte. Espero sinceramente que estés bien Liwei, y que tu vida en Shenzhen esté resultando como esperabas. Sea lo que sea, de verdad y a pesar de todo lo sucedido, siempre desearé que encuentres tus caminos. Hace unos meses visité a tu madre cuando fui a Shanghai. Sabes cómo me apena ver que su estado no cambia ni mejora con el tiempo. No es mi intención darte consejos, pero sería bueno que intentaras visitarla más a menudo. A finales de septiembre voy a casarme con Wei Liqin, la mujer que me ha acompañado estos últimos tres años. Será en Shanghai. No espero que vengas a la ceremonia, pero después de pensarlo mucho, te he escrito porque necesitaba decírtelo. Cuídate Liwei. Un abrazo. Zixin’.
Feng arroja el sobre en un cajón del escritorio y lo cierra con rabia. Cada vez que su padre se aparece por su vida, siente que gira en el borde de un agujero negro. Lo único que quisiera saber de él, es que se ha muerto en un accidente o que le ha dado un infarto. Pero no, la novedad es que se casa. Y le manda una tarjeta de invitación. A quién le importa. Su padre siempre ha sido un completo imbécil, un conejo pusilánime que le ha arruinado la vida a todos. A los treinta prometía y después todo se torció. Se torció tanto, que ahora Feng está sentado en ese escritorio de mierda trabajando en una ciudad que detesta. Su padre tenía una carrera en Shanghai, había estudiado economía y era uno de los profesores más jóvenes de esa facultad en la universidad de Fudan. En el país, los noventa fueron años intensos para esa disciplina. El nuevo modelo comenzaba a despegar, pero China era una máquina anquilosada e inmensa y para sacarla de la inercia, Deng sabía que sería necesario acelerar sin pisar el freno. Si esa vez no querían perder el tren, debían compensar varios siglos de atraso en pocas décadas. En ese tránsito, los economistas tuvieron un trabajo frenético. Como especialista en gestión financiera de sistemas bancarios y profesor, en Fudan su padre era un profesional respetado y comprometido. Feng tenía siete años cuando en el 96 lo enviaron a París. Ni siquiera en ese tiempo sintió falta ni nostalgia, probablemente aquellos cuatro años solo con su madre, han sido los mejores de su vida.
Dos veranos lo visitaron en París. No es algo que recuerde con agrado, porque aquellas semanas sin amigos eran tediosas y los paseos interminables por la ciudad, aburridos y agotadores. El oeste le resultó lúgubre. Le cansaba la monotonía de la piedra gris, los monumentos le parecían desafiantes y aun cuando los conocía porque estudiaba en el liceo francés de Shanghai, moverse en un lugar donde todos eran diferentes le desconcertaba. Feng hubiera preferido ir a un colegio chino, pero su madre había estudiado varios años en instituciones francesas y más allá de su nacionalismo y su desprecio por la concesión colonial que tanta humillación causó a China, pensaba que para el país que querían construir era importante que las generaciones del futuro se movieran por el mundo pensando y expresándose sin intermediarios. Además de meterlo en el liceo, su madre se empeñó en añadir clases de inglés extraescolares. Ella decía que aun siendo el idioma más hablado del mundo y China un mercado inmenso aún sin explotar en el que muchos iban a poner los ojos, no podían esperar que de la noche a la mañana el resto viniera a tocarles la puerta hablando mandarín, no es una lengua fácil. También en esa época, muchos chinos comenzaron a estudiar en universidades extranjeras. A pesar de los riesgos políticos que podía entrañar esa apertura, conocer la cultura y los idiomas de los otros sería finalmente una ventaja para el proyecto económico que estaba poniéndose en marcha. “El mandarín es algo demasiado delicado para los occidentales, decía su abuelo Xiang, el resultado de una forma sutil de pensar que une a los diferentes pueblos de China y sus seis mil años de civilización. Un modo intimista y reflexivo de entender el mundo que no calza con la precipitación y el ímpetu errático del espíritu occidental. Hablar una lengua no es entenderla, y si no la entiendes, no podrás nunca dominarla ni llegar a su corazón. Nosotros somos cíclicos, ellos lineales. Ellos se entienden como naciones, nosotros como civilización. Aquí procuramos la harmonía, ellos buscan la verdad. Cada uno vive a su manera y así debe ser. Este país es muy grande y hasta ahora siempre ha mirado hacia adentro. Las cosas están cambiando. Mao acertó y erró a su manera, pero sabía que más allá de cada una de las particularidades de China, era fundamental que a todos nuestros pueblos los uniera una misma lengua. En ese sentido, mucho se avanzó en aquellas décadas y a partir de ahora, las ciudades del nuevo proyecto harán el resto. Nosotros somos el Reino Medio, Liwey, el centro. Tú verás cosas extraordinarias”.
Como Mao, su abuelo Xiang Zhejun era de Hunan. Tenía el mismo nombre y era pariente lejano del fiscal que lideró la delegación de juristas chinos que en 1946 participó en el Juicio de Tokio. Para el abuelo Xiang, ese parentesco con uno de los hombres que juzgó y condenó a los criminales de guerra japoneses era un gran orgullo. Siendo casi un niño, el abuelo se unió a los comunistas, combatió en la guerra y en el 49 celebró con ellos el triunfo de la Revolución. Su entusiasmo le permitió acceder a la universidad y en Fudan llegó a conocer a su pariente lejano. Años después, el padre de Feng, primero fue su alumno, después su asistente y finalmente su yerno. Su abuelo era político, su padre pensador. Cada uno a su manera, los dos chinos patriotas. Hasta que su padre regresó de París. Todos dijeron que era otro hombre. En Francia entró en contacto con partidarios del movimiento democrático y disidentes que se movían por Europa agitando a la prensa y buscando adeptos y recursos para la causa antichina. Ellos y sus colegas occidentales consiguieron contaminarlo y contagiarle sus vicios burgueses. Regresó como un xaozí, un petit bourgeois liberal ideologizado contra la visión política del partido y la cultura proletaria. El occidente que de niño había disgustado a Feng, deslumbró a su padre. Mucho tiempo después, supo que le propuso a su madre salir de China para establecerse los tres en París. Ella, por supuesto, no aceptó.
En su casa, el milenio comenzó con discusiones y portazos. La brecha que separaba a sus padres fue haciéndose cada vez más profunda. Feng se desesperaba con los gritos y cuando llegaba la tormenta corría a encerrarse en su habitación. Pero más que las peleas y las voces, lo peor fue la indiferencia glacial y el silencio que el rencor iba instalando en la vida familiar. Su padre no era un agitador ni un activista de trinchera, pero sus críticas en público, el giro que tomaron sus clases y las discusiones que mantenía con sus colegas, fueron minando su credibilidad. Durante aquellos años, agentes del Ministerio de Seguridad rondaban la casa y en varias ocasiones, también su madre tuvo que enfrentarse a los interrogatorios. En 2005, la universidad y el gobierno perdieron la paciencia, lo retiraron del cargo y lo enviaron a un campo de reeducación. También se supo entonces que mantenía una relación con otra mujer. Hacía tiempo que la familia estaba rota y en medio de la borrasca, el divorcio no fue más que un trámite. Feng tenía dieciséis años y comenzó a meterse en problemas.
El trastorno de su madre no tardó mucho tiempo en manifestar sus primeros síntomas y casi inmediatamente tuvo que dejar el trabajo. Fue un proceso de varios años lento y desgastante contra el que no había manera de luchar. Aquella forma de apagarse y de abandonar la realidad era un infierno al que Feng no conseguía enfrentarse sin perder el control. No podía asumir que lo dejara solo con todo el peso de lo que había sucedido mientras ella se iba vaciando de sí misma para evaporarse en la nebulosa del olvido. Él no podía olvidar, no quería olvidar y la necesitaba para compartir el odio que sentía por su padre. Pero ella tomó ese camino y él, demasiado joven e impotente para retenerla, comenzó a pasar el mayor tiempo posible fuera de casa. Después de varias peleas callejeras y de la primera internación de su madre en un psiquiátrico, Feng terminó viviendo con su tía y el abuelo Xiang. A pesar de lo unido que estaba con su abuelo, las estrictas rutinas de la casa le resultaban asfixiantes y lo abatía vivir expuesto constantemente a la comparación. Mientras su primo era ejemplar, él a duras penas consiguió acabar el bachillerato en el liceo. Durante ese último curso, salió varios meses con una holandesa pecosa con la que se emborrachaba los fines de semana y con la que perdió la virginidad. Como Feng, era una serpiente huidiza y retraída y su relación difícilmente podía llegar a ninguna parte. Antes de irse a estudiar a Londres ya se había cansado de él y en varias de sus peleas lo despachó gritándole chino de mierda. A partir de entonces, su vida sexual se volvió confusa y errática. A los diecinueve años, los grandes planes que el abuelo Xiang tenía para él en Tsinghua hacía tiempo que se habían desvanecido. Su padre lo había convertido en un paria y aún tenía que agradecer que solo por la mediación de la familia de su madre, fue admitido en algunos cursos de formación profesional para programadores.
Su padre salió del campo de reeducación a mediados del 2008. Feng se vio obligado a verlo un par de veces y el resultado de los encuentros fue deplorable y violento. No podía asumir que aquel mequetrefe de aspecto mezquino y mirada temerosa que le pedía perdón por los daños colaterales de su absurda aventura intelectual, fuera su padre. Para Feng, la culpa llegaba tarde y ya no había vuelta atrás. Él, su madre y su abuelo eran una saga de serpientes, su padre un conejo traidor, no sólo no lo necesitaba, lo odiaba a conciencia y hasta con devoción. En Shanghai nada tenía que hacer y por suerte dejó la ciudad. Anduvo de un lado a otro varios años buscándose la vida y ahora, el gran profesor vive en Baoding y tiene un trabajo de mierda como empleado en una empresa de mantenimiento de edificios.
Para el abuelo Xiang, un yerno traidor y una hija loca fue demasiado. Cuando una vez fueron juntos a visitarla y no los reconoció, terminó de venirse abajo. Aquello fue como un tiro de gracia y no tardó mucho en morirse, en sus últimos años había acumulado más vergüenza y dolor de los que un viejo comunista podía soportar. La muerte de Xiang y asumir que con aquella desconexión definitiva ya no significaba nada para su madre, le supuso un doble duelo. Para Feng, 2012 fue un año nefasto. En ese tiempo, trabajaba en una de las muchas empresas de monitoreo de la web y fiscalización de redes sociales que surgieron con la expansión de usuarios de internet. Con más de 700 millones de personas generando contenidos, gran parte de ellos en streaming, la industria de la vigilancia y la censura creó muchos puestos de trabajo. Feng era uno de los dos millones de monitores de internet que en China vigilan a los ciudadanos controlando y bloqueando los contenidos contrarios a la moral o a las políticas del partido y a su vez, diseminan por todas partes posts y mensajes favorables al gobierno. Ocho o diez horas diarias frente a la pantalla sobre todo censurando a jóvenes desinhibidos e inexpertos que se exhiben online con poca precaución porque no saben hasta dónde pueden llegar la sensibilidad de los algoritmos y los sistemas de vigilancia. Feng veía pasar más pornografía soft y auto lesiones que conspiraciones políticas. Los críticos conflictivos habían aprendido a moverse por canales más discretos. El sueldo era bajo. Hacía horas extra y ahorraba cuanto podía para ayudar al abuelo Xiang a pagar los gastos del sanatorio de su madre y el tiempo que no estaba trabajando lo pasaba encerrado en casa. También frente al computador, pero adentrándose cada vez más en las capas profundas de la web.
Cuando unos meses después de aquella dura visita murió el abuelo, hacerse cargo de todos los gastos del sanatorio se hizo inabordable. A la hermana de su madre y su primo no les sobraba nada. Primero acudió a su tío, un tigre muy ambicioso que tenía una buena situación en Shenzhen. Pero el hijo mayor de Xiang nunca había sido generoso, su relación con la familia era distante y hacía mucho tiempo que estaba lejos de Shangai. Dijo que sus gastos andaban muy comprometidos con el apartamento que estaba comprando y con la educación de sus hijas y que infelizmente no podía ayudarle. Durante los funerales del abuelo habló mucho de Shenzhen, la ciudad del futuro, decía, y de su crecimiento asombroso. Sacándose el compromiso de encima, se ofreció a recomendarlo si se enteraba de algún trabajo que calzara con sus habilidades. Tras la cremación del abuelo, regresó a Shenzhen y durante varios años Feng no supo nada ni volvió a ver a su tío. Para que su madre no acabara en un psiquiátrico de mala muerte, tuvo entonces que recurrir a su padre. No se negó. Para él podría ser la forma con la que pretendía expiar parte de sus culpas, pero la ayuda que aportaba en nada cambió su relación. Para Feng, era lo menos que podía hacer por su ex mujer, estaba convencido de que ella no habría perdido la cabeza si les hubiera ahorrado a todos aquel drama vergonzoso. Aceptar el dinero de su padre y de esa forma continuar ligado a él, le hizo tragar bilis, pero no tenía opción. Las personas más importantes de su vida siempre fueron el viejo Xiang y su madre, y para protegerla, estaba dispuesto a sacrificarse y pagar el precio que fuera necesario.
Por suerte, el tigre avaro cumplió su promesa y reapareció cuatro años después de la muerte del abuelo ofreciéndole un trabajo en Shenzhen. La capital tecnológica de China se había convertido en un torbellino del espionaje industrial. Estaba llena de profesionales, técnicos, investigadores e innovadores de todas partes y para el gobierno, detrás de cualquier rostro pálido o rosado con su falsa sonrisa cándida podía esconderse un espía. La vecindad de Shenzhen con Hong Kong aumentaba su condición de punto caliente, los americanos acababan de elegir a un descerebrado y para los líderes, los centros de seguimiento de Pekín y Shanghai quedaban muy lejos de Shenzhen. Querían un ejército de orejas civiles in situ que se manejaran bien en los idiomas relevantes porque sus agentes no daban abasto. Algunas empresas de Shenzhen ampliaron sus áreas de negocio y comenzaron a prestar servicios y soporte al gobierno y a sus cuerpos de seguridad. Su tío conocía a los socios de una de esas empresas y cuando la compañía de telemarketing creó un departamento de traducciones, le ofreció el trabajo.
Ese espacio de servicios especiales está en el último piso del edificio de la empresa y tiene el mismo aspecto de call center que el resto de las instalaciones, pero en vez de hacer llamadas y atender teléfonos, los empleados se dedican a traducir documentos, grabaciones y mensajes y su contrato incluye entre sus muchas exigencias estricta confidencialidad. En la sala son setenta personas y se hablan más de diez lenguas. Sin mucha sutileza, su tío dejó caer que teniendo en cuenta su historia familiar, debía darse por más que satisfecho con lo que le había conseguido. Con esa recomendación para el trabajo, dio por cumplida la ayuda que podía ofrecer a su hermana y en los tres años que lleva en Shenzhen lo ha visto en muy pocas ocasiones. Es un tipo ocupado y de altos vuelos que se mueve muy lejos de la restringida esfera de Feng. Sus primas son casi unas desconocidas que además ya no están en la ciudad. Una se casó y se fue a vivir a algún lugar que no recuerda y la otra estudia en el extranjero. No lamenta esa distancia, ni siquiera el abuelo Xiang parecía tener mucho aprecio por su hijo. Tampoco Feng, aunque reconoce que gracias a su oferta pudo librarse de la dependencia que lo obligaba a mantenerse en relación con su padre. Él quiso seguir colaborando, pero Feng se negó. Aun cuando su sueldo como traductor no es extraordinario, al menos ahora consigue hacerse cargo de todos los gastos del sanatorio que la pensión de invalidez no cubre. Feng detesta ‘la ciudad del futuro’ y dejar Shanghai y alejarse de su madre fue traumático, pero para poder cortar de una vez con su padre, no tenía alternativa. Por eso ahora cuando en su estúpida nota le recomienda que visite más a su madre, le dan ganas de vomitar.
Esa era su vida visible. Pero antes de Shenzhen, hubo otras cosas. Durante los dos años que pasó en la escuela de programación, Feng hizo amistad con un par de nerds que le enseñaron a saltar el Gran Firewall de China, el sofisticado sistema tecnológico de censura de contenidos de internet con el que el gobierno controla toda la información online y vigila a los ciudadanos. Ellos deciden lo que se puede ver y a la vez ven todo lo que miran y hacen las personas, prácticamente no hay nada que se diga o se haga en China que el gobierno no sepa. Deng era precavido y visionario, enseguida se dio cuenta de que internet sería una puerta peligrosa. Los riesgos de la apertura económica eran inevitables y el viejo, que era aficionado a las alegorías y las metáforas, solía ilustrar con una imagen la ambivalencia de ese escenario: “Si abres la ventana entrará aire fresco, pero con él entrarán también las moscas”. Para desarrollar con éxito su gran proyecto no podía prescindir de la web, pero sí controlarla. Cerró la puerta y las ventanas y China quedó protegida del exterior tras el Escudo Dorado y su Gran Firewall. Una jugada maestra del viejo Deng inspirada en las viejas estrategias. Siglos antes China ya se había parapetado tras la Gran Muralla y ahora el muro solo cambiaba la piedra por la tecnología digital. Así, por un lado, el partido continuaba manteniendo bien sujetas las riendas del poder político y de la información evitando la propagación de ideas disidentes, y por otro, cortaba el paso a la competencia exterior y aseguraba el desarrollo de la industria digital nacional. En muy poco tiempo, las empresas chinas se convirtieron en gigantes tecnológicos. Todas ellas bajo control y sujetas a la cibersoberanía que el gobierno ejerce sobre el flujo de información del espacio cibernético.
Feng resultó ser un alumno aventajado en la escuela de programación. Tenía facilidad para los sistemas y mucha curiosidad por los códigos de encriptación y las estructuras operativas. Saltar el muro era relativamente simple, bastaba usar como puente una red privada virtual. Las VPN permiten navegar a través de servidores situados fuera del territorio chino y de esa forma es posible acceder a los sitios y webs censurados y bloqueados por el gobierno. Si en China más gente no lo hace es porque no les interesa, están satisfechos con los contenidos que les ofrece el mercado local. Lo que Feng vio al otro lado del muro no le deslumbró, por el contrario, reafirmó sus convicciones sobre el desgaste y la decadencia de Occidente. Navegando sin censura por internet, pudo comprobar la visión miope y sesgada que gran parte del mundo tenía de China. Salvo las ligas de fútbol y mantenerse al tanto de las novedades del mundo informático, el Oeste poco le interesaba a Feng. Su curiosidad tomó otros caminos y muy pronto lo llevó a internarse por rincones de la web menos visibles. Allí encontró un mundo al que pocos lograban acceder y que le ofrecía otros desafíos.
Feng aprendió a moverse como un ente anónimo no rastreable por las mazmorras profundas de la red en las que se transan los negocios más turbios y donde se esconden los pervertidos para satisfacer sus vicios repugnantes. Encontró toda la mierda imaginable y la imposible de imaginar corriendo por la autopista de una dimensión desconocida y subterránea paralela a la realidad. Un mundo de códigos, lenguaje cifrado y puertas blindadas de entrada a un universo oscuro en el que las transacciones pasan por las armas, las drogas, el fraude, la prostitución y trata, el snuff o la pornografía infantil y donde contratar a un asesino es tan sencillo como comprar un par de zapatillas. Allí estaban también los disidentes y los terroristas. Y detrás de todos ellos, las agencias de inteligencia con su doble juego de combatir la ilegalidad y de espionaje. Feng encontró también a los visitantes oscuros, hackers que atacan entidades extranjeras para proteger o favorecer los intereses políticos y económicos de China. A diferencia de los piratas informáticos occidentales, la mayoría de los hackers chinos actúan motivados por un profundo sentimiento nacionalista. En los foros de esa cibermilicia de patriotas independientes que operan por su cuenta al servicio de la nación, Feng dio con lo que estaba buscando.
En los sites abiertos y cerrados por los que se movían algunos miembros de la Alianza de Hackers Rojos formando nuevos soldados informáticos, adquirió sus primeros conocimientos de phishing, malware, infiltración y quiebra de sistemas de seguridad. Lion, Sharp Winner, Eagle Wan Tao, Coolswallow o Coldface eran nombres reverenciados en los foros, hackers míticos venerados como héroes por sus golpes y hazañas. Algunas de sus acciones se hacían públicas y llegaban a ser celebradas por la prensa oficialista y los ciudadanos de la calle. Con el tiempo, varios de aquellos visitantes oscuros se hicieron visibles. Comenzaron a capitalizar su fama y su fervor nacionalista se transformó en una máquina de hacer dinero. Hubo quienes pasaron de piratas a empresarios o asesores de ciberseguridad y otros se convirtieron en estrellas mediáticas que aparecían en televisión, editaban libros que firmaban en eventos multitudinarios o protagonizaban sagas de cómic.
Para Feng, esa transformación capitalista de muchas de las figuras legendarias por las que había sentido admiración y respeto, resultaba decepcionante. Tal vez esa forma de exponerse era un artificio para confundir a la inteligencia occidental y transmitirle la falsa impresión de que los hackers chinos aún estaban muy verdes. Pero para Feng, no eran más que actos de codicia y vanidad personal. Una jugada equívoca que comprometía al gobierno y daba la razón a las sospechas de los occidentales sobre la complicidad, o al menos la permisividad de Pekín ante los ataques informáticos. Feng sabía que más allá de los exhibicionistas, había capas más profundas de espionaje cibernético independiente, hackers con vínculos cercanos a la Unidad 61398 del Ejército Popular de Liberación a las que era prácticamente imposible acceder. Decepcionado con la actitud de algunos de sus maestros, dejó los foros y siguió por libre y en la más completa oscuridad. Durante el día, el empleado Feng Liwei censuraba a los compatriotas que infringían los códigos de etiqueta exigidos en la web, y fuera del trabajo, como Red Snake 89, rastreaba canales disidentes y atacaba páginas de personas y de medios críticos con China o de empresas e instituciones contrarias a sus intereses económicos o políticos. Hasta que un día, desarrolló un código con el que logró introducirse sin ser visto en los sistemas de Airbus. Poco después, recibió un mensaje con un link que le abría las puertas del Reino Medio: “Dejad que China duerma, porque cuando el dragón despierte, el mundo temblará”. Al otro lado de la puerta estaba Mad Bao con varios compañeros apodados con los nombres de animales del zodiaco chino, un grupo de hackers independientes que había ido reuniendo para realizar operaciones de espionaje militar e industrial de gran envergadura. En aquel primer contacto Bao se rió de su alias de guerra. Dijo que incluir datos personales como números del año de nacimiento lo hacían vulnerable y facilitaban el rastreo de la identidad y que además, con ese nombre podrían confundirlo con un hacker iraní de la Ciber Resistencia Islámica, porque Red Snake era el nombre de una gran muralla que los persas habían construido muchos siglos atrás para defender la frontera noreste de su imperio.
“Y no es bueno que te confundan con un iraní –añadió–, ellos suelen estar de nuestro lado, pero libran otra guerra”. Bao también dijo que para sus batallas personales podía mantenerlo, pero que si aceptaba la invitación, en el Reino Medio y sólo allí, sería Middle Kingdom Dragon. El animal que representa el poder de China y que Bao había reservado para el primero que consiguiera atravesar algunos de los firewalls más impenetrables del objetivo de la operación. Con aquel bautismo, Feng sintió que de alguna manera, se lavaba la capa de mierda con la que le había impregnado su padre.
No sabía nada de Bao, nunca había escuchado su nombre en los foros de los Honkers ni en los de la Alianza. Si tenía alguna trayectoria no la encontró, pero más que disgustarle, esa falta de visibilidad le pareció una buena señal. Tal vez era como él un visitante silencioso y si lo había detectado, era porque se movían tras los mismos objetivos. Bao dijo que en aquel momento lo que China necesitaba era que sus piratas informáticos dejaran de jugar y pasaran de crackers a verdaderos hackers. Más que reventar sistemas o bloquear sites, lo urgente era conseguir información relevante, porque invertir en investigación tecnológica para ponerse a la par de los principales países desarrollados, exigía dinero y sobre todo, tiempo. Lo primero no significaba un gran problema, pero lo segundo no lo tenían. El país no podría alcanzar pleno desarrollo, liderar la economía y expandir su influencia internacional si no aseguraba los recursos, la infraestructura energética y la capacidad militar necesarias para garantizar el liderazgo. Bao le habló del CMI, el plan estratégico de integración cívico militar que el gobierno incentivaba para que el sector civil entrase en el mercado de defensa. Como hackers, la suya era una forma alternativa y eficiente de colaborar para conseguir esos objetivos y el Reino Medio, un grupo independiente y descentralizado que llevaba algún tiempo rastreando información útil para acelerar los planes del gobierno. ‘Winnie The Pooh2 acaba de llegar pero tiene muy claro que estamos ante una oportunidad histórica, tecleó Bao, dicen que el osito tiene los huevos bien puestos y sabe que debe concentrar todo el poder para actuar con firmeza y no dejarla escapar. En China, cada cual a su manera libra la guerra del pueblo y toda colaboración, venga de donde venga, es válida. Nosotros podemos conseguir información muy valiosa, datos esenciales para adelantar los programas y los objetivos del país. China no se puede dar el lujo de demorar años investigando para inventar lo que otros ya han inventado, hay caminos mucho más cortos. Si te incorporas al Reino Medio, deberás seguir las instrucciones al pie de la letra, sin desviaciones. No hay espacio para lo personal ni para la indiscreción en este grupo, la regla es sigilo total. El único enlace soy yo y por esta vía. Estarás alerta y despierto cuando se te indique y completamente dormido si en algún momento la consigna es que debes dormir. Sin términos medios. Ante cualquier atajo, te quedas solo y expuesto a las consecuencias”.
Feng no dudó en aceptar la invitación. Por azar, había llegado hasta una puerta a la que nunca pensó poder tener acceso. Le pareció poco creíble que el grupo actuara de forma totalmente autónoma porque las operaciones eran demasiado específicas como para que Bao no tuviera algún tipo de vínculo con las unidades de inteligencia informática del gobierno. Tal vez él era sí un independiente, pero con algún canal directo de comunicación que indicaba las pautas y fijaba los objetivos. Ni en aquel primer contacto ni después Bao dijo nada, pero Feng estaba convencido de que conocía su identidad. Y si era sí, con sus antecedentes, la oferta era una prueba de confianza que lo redimía de la deuda con el país que su padre le había dejado como herencia vergonzosa. Sabía que no debía preguntar y no preguntó, se limitó a ejecutar las instrucciones de Bao y durante algo más de un año participó con el grupo en la operación Pitty Tiger, una acción que sustraía información aeronáutica, de telecomunicaciones, energía y defensa de empresas como Airbus y Boeing y también de algunas agencias de gobierno occidentales y japonesas. Los integrantes del Reino Medio operaban desde varios puntos dentro y fuera de China desarrollando por separado partes específicas de códigos y programas que terminaban por ensamblarse y se infiltraban a través de un único enlace ubicado en Canadá. Para canalizar las comunicaciones utilizaban puertos y servidores situados en ese país, en Singapur y en Corea. Después, el material sustraído se redirigía a China a través de Macao y Hong Kong. Durante ese tiempo, por las puertas traseras instaladas en los objetivos, lograron extraer información crucial sin ser descubiertos.
A mediados de 2014, algunas backdoors fueron detectadas y las alarmas saltaron en Boeing y en Airbus. Unos meses después, Feng recibió un aviso indicándole que debía dormir. Tras el mensaje, el canal del Reino Medio quedó en silencio. A pesar del celo de las compañías atacadas, el robo de información trascendió a la prensa occidental. Feng leyó algunos artículos que hablaban de la metodología de las acciones de espionaje del grupo Pitty Tiger y de la gran cantidad de material sensible sustraído por la red de hackers. Los americanos y europeos se quejaron aireando sus sospechas sobre la complicidad de Pekín y acusaron a algunos ciudadanos chinos residentes en Canadá de conducir aquellos y otros ataques. Con acciones probablemente manipuladas, el FBI y la CIA consiguieron que Canadá permitiera la extradición de algunos de ellos y en Estados Unidos los llevaron a juicio y los metieron en prisión. Ante el escándalo, todos, espías y espiados, necesitaban un golpe de efecto. Por su parte, Pekín habló de una acción de contraespionaje y como medida de presión para que Canadá frenara las extradiciones, detuvo en China a dos canadienses y al supuesto enlace local del grupo. Para Feng, la historia de los contraespías era solo una tapadera con la que Pekín quería cubrirse las espaldas devolviendo la pelota de la acusación contra el acusador. Pero la jugada no fue suficiente, porque cuando en noviembre de ese mismo año el prototipo chino de avión de transporte militar de gran alcance Xi’an Y-20 fue presentado en la feria aeronáutica de Zhuhai, para nadie pasó desapercibida su estrecha semejanza con el cargo C-17 Globemaster III de Boeing y las sospechas de sustracción de propiedad intelectual se tornaron evidentes.
El asunto terminó por complicar al gobierno que se vio amenazado con sanciones comerciales si no demostraba un compromiso serio para frenar los ataques. Tras las conversaciones que Obama y Xi mantuvieron en 2015, las aguas se calmaron un poco y los ataques, aparentemente, disminuyeron. Aparentemente, porque la tregua era sobre el papel y el ciberespionaje antes vinculado a los canales del Ejército Popular de Liberación, hacia tiempo que había pasado a los mucho más discretos y organizados del Ministerio de Seguridad, bajo tutela y supervisión directa de Xi. No fue solo el Y-20, en los actuales programas Made in China 2025 y One Belt One Road, Feng reconoce rastros que tienen su origen en información sustraída que llegó al gobierno a través de Pitty Tiger antes de que a los piratas del Reino Medio los enviaran a dormir. Desde entonces, ha pasado cuatro años hibernando. Durante ese tiempo, no ha realizado ataques por su cuenta y desde que vive en lo que él considera su destierro de Shenzhen, siempre ha mantenido la esperanza de que Mad Bao reaparezca para activar el grupo. Entre el cansancio y la ansiedad, Feng ha pasado el día muy nervioso. La consigna que ayer lo sobresaltó cuando apareció en su teléfono, si no fue una alucinación, lo emplazaba ahora a despertar y solo podía provenir del Reino Medio. Cuando vio la frase del dragón durmiente tallada en el escritorio, enseguida pensó que aquel muerto que a todas luces debía ser un hacker, quizá era un integrante del grupo. El modo en el que se había establecido el contacto no era nada habitual y resultaba sospechoso, pero que el aviso llegara en ese momento, de ninguna manera podía ser casualidad. Quien había enviado el mensaje sabía dónde estaba y con toda seguridad, sabía quién era él y también sabía quién era el muerto.
Son las cinco y los libros no han llegado. Feng siente los efectos de la mala noche anterior. El día se le ha hecho muy largo y frente al computador nota que se le cierran los ojos. Ha dedicado la tarde a pasar a un archivo las citas de Confucio y a traducir las frases que estaban escritas en las paredes del apartamento de Baishizhou. Las dos líneas en el idioma que no conocía resultaron estar escritas en polaco. El traductor le reveló su significado y después de teclearlas en el buscador, supo que eran una traducción a esa lengua de un texto latino de Copérnico: “Es posible que las cosas que estoy diciendo ahora sean oscuras, pero se aclararán en el lugar que les corresponde”. Un mensaje que a Feng le pareció hecho a medida para el confuso estado en el que se encontraba. Las frases en francés, como la del escritorio, eran todas de Napoleón o atribuidas a él. Las pocas que se intercalaban en inglés, pasajes de los testamentos cristianos identificados con su numeración versicular y las citas de Confucio, extractos bien conocidos de las Analectas con consignas para una moral saludable. Fragmentos y proverbios como: “Los sabios no se confunden, el noble no se preocupa y el valiente nunca teme”, “El hombre que mueve una montaña comienza acarreando pequeñas piedras”, “Cuando es obvio que los objetivos no se pueden alcanzar, no ajustes los objetivos, si no los pasos a seguir”. Y otros tantos de tono similar.
Salvo la del dragón, nada en los contenidos de las frases escritas en las paredes y en el escritorio le hacía mucho sentido a Feng. No encontró ninguna reflexión personal, todas eran citas y no parecían mantener entre ellas ninguna conexión. Aquello se veía más bien como un compendio de enunciados inspiradores o de motivación escogidos según el gusto y el criterio de quien las había escrito, que para el caso, podría ser o no ser el muerto. Mirando las fotografías, lo que a Feng más le llamaba la atención era la prolijidad y el cuidado con el que habían sido copiadas y dispuestas en las paredes. Lo que no dejaba de ser curioso considerando el desorden y el descuido que vio en el apartamento de Baishizhou. Cada renglón se veía completamente derecho y alineado, los caracteres mantenían un tamaño uniforme y de lejos parecían pequeñas figuras geométricas. La caligrafía de las frases en mandarín era la misma y también la de las frases escritas en caracteres latinos. Aunque tal vez una y otra caligrafía no pertenecían a la misma mano, Feng creía que sí. Las citas estaban agrupadas en tres bloques distribuidos en los muros de una forma peculiar. Mirando la habitación desde la pared que tenía la ventana, a la izquierda, el grupo de frases había sido ubicado hacia la parte superior del muro. A continuación, en la pared siguiente, aparecían a media altura y más o menos centradas sobre el escritorio. Por último, en la pared de la derecha en la que estaba la puerta de entrada al apartamento, se veían en la parte inferior. Una distribución cuanto menos extraña, además de incómoda y caprichosa.
Feng mira la hora en el reloj de la sala y mientras espera que lleguen los libros, pasa unos filtros a las fotografías. En las esquinas del techo las cámaras de seguridad emiten un destello luminoso intermitente. En el centro de control ya estarán haciendo el cambio para que entren los vigilantes del turno de noche. A través de las ventanas, Feng ve cómo comienzan a encenderse los millones de leds que componen la iluminación extravagante de Shenzhen. Son casi las seis y en la sala apenas quedan algunos rezagados terminando trabajos urgentes que deben entregar. En su computador, Feng modifica los valores de exposición de las fotografías para aumentar el contraste y los contornos de los caracteres y las letras. Al hacerlo, observa que el fondo de las imágenes comienza a dejar traslucir el trazo de unas finísimas líneas de cuadrícula que no se percibían antes de aplicar el filtro. Con seguridad se usaron como guía y se borraron después de escribir las frases. Demasiado trabajo y cuidado para ser un simple adorno inspiracional con el que decorar las paredes de un antro destartalado. Feng mira por bloques las frases y piensa que tal vez su disposición y no su contenido, signifique algo. No se le ocurre qué. Aunque Li no parece una luz del cuerpo de investigaciones, el gallo debe manejar datos que Feng desconoce y quizá llegue a alguna conclusión. Pasadas las seis y media, Feng escucha un carro rodar por el pasillo. Poco después, un empleado entra en la sala y siguiendo la numeración que indican los paquetes y sobres que debe repartir, comienza a dejarlos sobre los escritorios de algunos boxes. Al pasar a su lado, sonríe con amabilidad y le entrega uno de los paquetes que lleva en el carrito. Al fin los libros.
Feng rasga la envoltura de papel marrón. Para su sorpresa son cinco. Los coloca uno junto a otro sobre el escritorio y trata de recordar lo que vio en Baishizhou. Estaba casi seguro de que solo eran cuatro los libros que estaban tirados en el suelo de la habitación. No había ninguno sobre la mesa ni en los racks y cuando se llevaron el sillón, nada apareció debajo. Feng no había entrado al baño y a la cocina del apartamento porque Li dijo que allí no había nada que debiera fotografiar. Tal vez el inspector solo se refería al grafiti y había otras cosas que Feng no vio. Quién sabe, Li debía entonces estar en lo cierto y él se había precipitado en sus apreciaciones sobre el inspector. Feng copia en el archivo de su informe los títulos y los autores y hojea los libros. Ve que algunos tienen una que otra frase subrayada. Son ensayos y estudios en inglés, casi todos tratan tópicos relacionados con Asia y China. Publicaciones occidentales que salvo en Hong Kong, no se ven por las librerías pero aparecen con bastante frecuencia por las salas de traducciones. Feng mira detenidamente las portadas y contraportadas intentando recordar cuáles son los cuatro que le pareció ver en Baishizhou. Cree identificar con certeza tres de ellos y le quedan dudas sobre los otros dos. Los tres sobre los que cree estar seguro son: “The dawn of Eurasia”, de Bruno Maçães, “Dark commerce” de Shelley y “Dawn of the code war” de John P. Carlin. Los otros dos, “China’s maritime Grey Zone operations” de Erickson y “Great powers, Grand Strategies: The new game in the South China sea” editado por A. Corr. Feng piensa que al muerto le debía interesar estar bien informado y al día, esos ejemplares no son el tipo de libros que andan por todas partes y los cinco son publicaciones recientes, cuatro de ellos editados en 2018 y el de Erickson apenas un par de meses atrás, se ve nuevo y como si stuviera sin leer. Feng recorre los títulos pensando que difícilmente uno esperaría encontrar ese tipo de libros en Baishizhou. En las pericias no han debido aparecer indicios importantes, o si los había, ya los han registrado y han decidido que pueden pasar a otro tipo de evaluación. De otra manera no los hubieran liberado y no habrían llegado hasta él. Por suerte, Li no pretende que los lea ni que realice un análisis exhaustivo para el miércoles, eso sería imposible, a lo sumo mañana escribirá un breve informe con lo que encuentre consultando artículos y reseñas en la web. A Feng le interesa sobre todo el de Carlin y le gustaría llevárselo para darle una hojeada en el tren, pero sabe que ese material no puede salir del edificio sin seguir los protocolos. Por hoy suficiente, piensa, lo verá mañana. Feng guarda los libros en el cajón del escritorio en el que había arrojado el sobre de su padre y apaga la computadora. Mete el paquete con las sagas de Jin Yong en la mochila y cuando se levanta y desconecta el teléfono del cargador, la pantalla se enciende y le muestra un mensaje: “Voilá Middle Kingdom Dragon. Día de suerte. Has ganado un pasaje gratis para que mañana disfrutes de una de tus escapadas a Guangzhou. No faltes.J”
Martes. 11 de junio.
3.20 a.m. ¡Son puertos! Feng despierta sobresaltado y con la respiración primero contenida por la sorpresa y después agitada. No recuerda lo que estaba soñando pero en algún momento esa idea se ha abierto paso dentro del sueño y lo ha obligado a despertarse haciendo tronar esas palabras en su cabeza. Son puertos. La disposición de las frases escritas en las paredes del apartamento de Baishizhou representan puertos. Feng no entiende exactamente cómo ha llegado a esa conclusión, pero siente que ha dado con algo que se asienta en su consciente con convicción aun cuando todavía se mueve entre el sueño y la vigilia y no consigue pensar con lucidez. Feng se levanta y se acerca a la ventana. Las calles del suburbio están desiertas y silenciosas. Toma un poco de agua para tratar de despejarse y con desconfianza mira su teléfono. Tras el mensaje de ayer no tiene dudas. Alguien que sabe muy bien cómo entrar y salir de él le envía esos mensajes. Alguien que además conoce el Reino Medio y parece saber mucho de su vida. Podría ser Bao reactivando el grupo. Pero el tono y el estilo no parecen los de Bao. Bao sería más directo. Y en ningún caso usaría un emoji estúpido. Feng desconfía, hace mucho tiempo que el Reino Medio quedó en silencio y desde entonces no ha sabido ni escuchado absolutamente nada. Tal vez el grupo se disolvió tras Pitty Tiger, pero quizá siguió operando sin que contaran con él. Feng coge el teléfono del velador y busca de nuevo el pasaje que le enviaron de regalo. Shenzhen-Guangzhou Este. Martes 11 de junio. 19.06. Es un billete de segunda en un expreso semi rápido, el tipo de tren y horario que suele utilizar cuando va a algún happy ending en Guangzhou. Y después del tren qué, ¿lo esperará alguien en Guangzhou? Quien le envía los mensajes ¿se comunicará de nuevo dándole instrucciones? También le resulta extraño que esos contactos estén siendo conducidos fuera de los canales que el Reino Medio utilizaba en web y que además lo emplacen a realizar acciones en el mundo físico como tomar un tren a Guangzhou. Feng duda si debe ir o no. Quien le envía los mensajes no se ha identificado y por más que se dirija a él por su alias del Reino Medio, puede ser cualquiera. Tal vez debería llamar mañana a Li para contarle su idea de los puertos y hablarle de los mensajes que ha recibido. Pero hay algo en el inspector que a Feng no le gusta, algo instintivo, aunque reconoce que esos prejuicios son una simple cuestión de piel que no tiene fundamento pues apenas lo conoce. Pero no, llamar a Lí no es una buena idea porque sin saber si quien se comunica tiene que ver o no con el Reino Medio, lo coherente sería asumir el riesgo y descubrirlo por él mismo. Si el que está enviando los mensajes es un miembro del grupo, acudir a Li sería un error grave que rompería su compromiso de sigilo. Y si finalmente no lo es. Para esa posibilidad no se le ocurre nada. Feng abre una computadora hechiza que tiene sobre el escritorio, se conecta a un servidor extranjero y durante un buen tiempo se dedica a buscar fotos y videos sobre el funcionamiento de los puertos.
1.35 p.m. En la oficina Feng recibe una llamada de Li.
–Mañana a las dos ven a mi despacho y tráeme los informes que tengas preparados –dice–, quiero una copia en papel y un pendrive con toda la información. Aquí me explicas bien lo que hayas traducido y lo que sepas de los libros extranjeros. A las cinco tengo una reunión en jefatura, así que trata de esmerarte en lo que me vas a presentar. Si después no te pido más aclaraciones, te olvidas de este trabajo.
Feng solo le ha respondido a Li que mañana estará en su oficina a las dos con la copia impresa y el pendrive. De su idea de los puertos no ha dicho nada. Definitivamente el inspector no le gusta. Él es un simple empleado en una empresa de traducciones, no depende de Li ni es su subordinado, así que podría ahorrarse el papel de inspector rudo de serie b que seguro debe emplear con sus subalternos. Aunque desde que ayer recibió el segundo mensaje, ya no duda que lo de haberle enviado a Baishizhou no fue casualidad. Si necesitaban a alguien podrían haber llamado a cualquiera de los muchos que en su oficina y en otros centros de traducción se manejan en francés y inglés, no son idiomas raros. Casi todo en la escena de Baishizhou parecía preparado, incluida la presencia de Feng. Tras la llamada, trata de concentrarse reordenando los papeles con sus notas y regresa al informe. Aún le quedan varias horas entes de tomar el tren a Guangzhou. Solo espera que el efecto de los ansiolíticos dure lo suficiente como para mantenerlo en calma.
7.03 p.m. Feng aborda el vagón tres minutos antes de la salida del tren. Su billete indica que tiene un asiento de ventana en la última fila del vagón número 5. En el andén, los pasajeros se apresuran a subir y entre la gente Feng ve a algunos agentes de policía y guardias de seguridad haciendo sus paseos de rutina por la estación. En Shenzhen muchos de ellos ya utilizan lentes con tecnología de reconocimiento facial. Si el viejo Deng aún viviera, estaría entusiasmado y le daría un par de besos a Xi por los logros conseguidos. Probablemente ni en sus mejores sueños pudo vislumbrar algo semejante. Pero Feng lo que está es paranoico, deja de mirar por la ventana y se gira hacia el interior para evitar hacer contacto visual con los lentes. El tren comienza a ponerse en marcha puntualmente a las
19.06. En ese momento la puerta entre vagones que tiene a su espalda se abre y un hombre entra y se sienta a su lado. El hombre le sonríe mientras se acomoda e inmediatamente le muestra una mano con la palma extendida en la que Feng ve una píldora que enseguida reconoce.
–Deberías tener más cuidado, estas pastillas son muy caras como para que andes dejándotelas por ahí, dice el hombre hablando en francés.
Feng siente que todos sus músculos pierden fuerza. El ruido en su oído izquierdo ha subido varios tonos como si hubiera interceptado una interferencia y se ha puesto pálido. El asombro le impide hablar, pero es el hombre quien continúa, ahora en mandarín.
–Si hubieras sacado el brazo por la ventana en Baishizhou podríamos habernos estrechado la mano. Por fin el Perro encuentra al Dragón –añade el tipo depositando la pastilla en la mano izquierda de Feng–. Entiendo tu sorpresa y tu recelo, pero como decía Copérnico, al final cada cosa se aclarará en el lugar oportuno –continúa el desconocido mirando fijamente a Feng mientras habla–. Hasta Guangzhou, no tenemos mucho tiempo para todo lo que tengo que decirte y ponernos al día, pero antes te contaré algo para que te quedes más tranquilo y cambies esa cara. Cuando quebraste aquel firewall de Airbus, nos dejaste a todos sorprendidos. Nosotros llevábamos un tiempo intentando colgar algunas puertas traseras pero nuestros accesos fallaban. Que un novato desconocido y por libre abriera una grieta fue desde luego una sorpresa. Ellos no se dieron cuenta, pero nosotros sí porque estábamos detrás del mismo objetivo y nos manteníamos en constante vigilancia y presión sobre sus sistemas. También sabíamos que había intrusos de otros países tratando de entrar, así que habíamos tejido una especie de escudo alrededor de los propios sistemas de Airbus para impedirles el paso. Cuando pasaste uno y otro anillo, en un primer momento no sabíamos de dónde provenía el ataque que podía poner en riesgo el trabajo, entonces fue un alivio y una satisfacción detectar que se trataba de un hacker chino. Mientras lo hagan con discreción y no provoquen incidentes que involucren al gobierno, en China nadie se mete con lo que sus ciudadanos quieran hacer en beneficio del país, ya sabes, es la famosa guerra del pueblo. Pero por más que alguien se mueva en la oscuridad, cuando en China hay que buscar una aguja en el pajar, la aguja al final aparece. Así que te rastreamos y cuando te identificamos, a pesar de tus habilidades, al principio Mad Bao fue muy reticente porque consideraba riesgoso integrar a alguien que no estaba del todo ‘limpio’. Pero yo tenía una opinión diferente, dejar fuera a alguien con esa destreza me parecía un error y veía tu situación de otra manera.
El hombre se detiene un momento y mientras abre una botella parece escrutar el efecto que sus palabras tienen sobre Feng. Toma un poco de agua y enseguida continúa.
–Yo soy hijo de emigrantes chinos y nací en un suburbio de París. Uno de los suburbios duros donde los emigrantes se juntan y segregan por nacionalidades que ni se integran ni los locales terminan de integrar y donde aprendes muy bien lo que significa crecer siendo un paria. Puedo asegurarte que es un París muy diferente al que conociste en tus viajes. Cuando a los veintitrés años terminé mis estudios de informática, decidí venir a China. Para mí, vivir como un ciudadano de segunda en Francia y hacerme cargo en el futuro del supermercado de barrio de mis padres trabajando 24/7, no tenía ningún sentido. Siempre me había considerado chino, nada tenía que hacer allí. En el momento del ataque tú mantenías alguna relación con tu padre y además te mostrabas inestable y disperso, Mad Bao desconfiaba. Pero siguiendo la pista de las cosas que habías hecho y de cómo te movías, para mí, tu persecución obsesiva contra la disidencia y contra críticos de China mostraban a alguien con mucha rabia pero también a un patriota comprometido con el país. Yo también he sentido esa rabia y de alguna forma me pareció entender tus motivaciones, tú eras un paria como yo, aunque habías llegado a esa condición y cargabas con ese peso por otras circunstancias. Convencí a Bao, porque además de tus habilidades, tus conocimientos de francés y de inglés eran muy útiles en aquel momento. Finalmente aceptó, pero dijo que por precaución solo él mantendría comunicación contigo. A Bao siempre le ha entretenido jugar con los símbolos, los mitos, el zodiaco y esas cosas. De esas manías sacó el nombre para el grupo, su propio alias de monje chino justiciero y los apodos del resto. Tenía reservado el dragón para quien dinamitase primero el objetivo. Nunca pensamos que sería alguien que no estaba ya dentro y Bao ni se imaginó que tendría que largarlo a un visitante que llegó de esa manera imprevista. Era un simple juego de motivación y prestigio, todos queríamos ser el primero y hay que reconocer que a todos nos dio envidia que te quedaras con el dragón. Pero no me equivoqué contigo, fuiste útil en Pitty Tiger y después parece que te has mantenido ejemplar y discreto desde que Bao te envió a dormir. Dicho esto Middle Kingdom Dragon, deberías relajarte y considerarme algo así como tu padrino.
Feng trata de deglutir lo que está escuchando. Aún no asimila que se encuentra en el mundo real y físico sentado en un tren que corre hacia Guangzhou junto al Perro del Reino Medio. El Perro es un tipo delgado de cara anodina que habla bajo y pausadamente, Feng calcula que debe tener alrededor de cuarenta años. Así deben verse el Dragón y el Perro, piensa, normales, comunes, dos chinos como cualquiera de los que están en el vagón, gente que regresa a casa después del trabajo. La mayoría somnolientos y cansados y casi todos escuchando algo a través de los auriculares conectados a sus teléfonos. El Perro adivina sus miradas aún recelosas.
–¿Te preocupa que nos vean? –dice señalando una de las cámaras que está en el techo al fondo del vagón–, las cámaras ven lo que las personas detrás de las cámaras quieren ver, y de vez en cuando, las cámaras también fallan o dejan de funcionar, aquí y en cualquier parte. Ahora tu turno. Cuéntame lo que viste en Baishizhou. De la forma más concisa posible.
Feng titubea antes de comenzar a hablar. No sabe si debe cubrirse haciendo una simple narración de la escena o contar directamente las impresiones que tenía de lo que había visto en Baishizhou. El tipo que viaja a su lado y dice ser el Perro sabe demasiado del Reino Medio como para desconfiar, pero le aturde darse cuenta de todo lo que sabe de su vida y la situación es demasiado extraña como para que consiga pensar con lucidez. Lo único que empieza a tener claro es que el Perro y Bao eran mucho más que hackers nacionalistas solitarios operando un grupúsculo de piratas informáticos. Feng se siente un ingenuo, sospechó desde el principio que Bao tal vez conocía su identidad y que debía tener enlaces con alguna agencia, pero siempre pensó que operaban a oscuras. Ante la mirada del Perro se siente desnudo y vulnerable. No tiene opción, piensa, algún motivo habrá para que después de tanto tiempo alguien que estuvo en el Reino Medio haga contacto con él y lo haya hecho de esa manera.
–Me pareció un montaje, un escenario –arranca finalmente mientras trata de ordenar sus ideas–, tuve la impresión de que pretendía parecer el desenlace de un crimen pasional o de un ajuste de cuentas relacionado con drogas o prostitución. El muerto desnudo, las copas tiradas, los restos de droga y hasta una barra de labios, una barra de labios de marca muy cara que no cuadraba con el lugar aplastada en el suelo, todo lo que había por allí parecía indicar que el crimen algo tendría que ver con eso, putas, drogas, algún ajuste de cuentas. Pero cuando vi aquellos racks con los equipos y varias hechizas, enseguida pensé que debía ser el material de un hacker y también pensé que un hacker con semejante madriguera no se arriesgaría a meter allí a nadie para divertirse un rato. Para eso, podría ir a cualquier parte. Y si el muerto era un hacker, sería más lógico que lo hubieran matado por otra cosa, no sé, fraude, espionaje, extorsión, algo así. También podía andar vendiendo droga, la deep web está llena de ellos, pero siendo así, menos aún arriesgaría su cueva. En el apartamento había frases escritas en las paredes y libros tirados por el suelo. Parte de las frases estaban en francés y en inglés y los libros eran extranjeros. Para eso me llamaron, para traducir, pero allí no traduje nada. Me dijeron que tomara fotografías de las paredes y eso fue todo. Me dolía la cabeza, suelo tener migrañas y no me sentía bien. Además, no entendía qué hacía yo allí, no sé cómo serán normalmente esos procedimientos, pero si no hubiera estado en Baishizhou sería lo mismo, podrían haberme pasado fotos con los textos de las paredes y los libros y habría hecho las traducciones en la oficina. Un trabajo más como cualquiera, en la mayoría de los casos no sabemos con qué o quién se relaciona lo que nos envían, el material llega con un número de dossier, traducimos, entregamos y ya está. Cuando tomaba las fotografías, vi tallada en el escritorio la frase del dragón y creo que en ese momento hasta me puse a temblar. Justo después entró tu mensaje en mi teléfono y ahí casi me fui a negro, aunque era una forma extraña de entrar en contacto, todo entonces me hacía pensar que el muerto podía ser alguien que tenía que ver con el grupo.
–Para ser hijo de disidente no lo haces mal –dice el Perro mostrándole una sonrisa mordaz–, era un escenario. Pero en cualquier caso, los procedimientos son así, cuando los equipos de investigación encuentran algún indicio en una lengua que desconocen, llevan traductores. En Shenzhen es muy habitual porque está llena de extranjeros. Investigaciones tiene algunos en plantilla y si no están disponibles, solicitan soporte a los privados que normalmente les prestan servicios. El domingo, todos los traductores de investigaciones estaban concentrados en Hong Kong. Todos los cuerpos de seguridad de Shenzhen estaban concentrados en Hong Kong. Por eso la escena se montó el domingo. Y por eso tú estabas allí.
–Y para qué se montó la escena, quién era el muerto y por qué lo mataron, qué es eso de que hubiéramos podido estrecharnos la mano por la ventana y además, de dónde sacaste esta pastilla, inquiere Feng tratando de resolver en una sola pregunta las muchas que se le agolpan en la cabeza mientras intenta entender lo que está escuchando. El sarcasmo que hace un momento exhibía la cara del Perro cuando se refirió a la disidencia de su padre, se nubla.
–Mad Bao –responde–, estaba muerto, pero no lo mataron.
Feng abre los ojos con asombro e incredulidad. ¿Mad Bao? No es posible. Ahora Feng cierra los ojos y en esa oscuridad trata de reconstruir los detalles de lo que vio en Baishizhou. El cuerpo rígido, la cara, sobre todo el rostro de Bao. Sus rasgos. A Feng le lleva un tiempo entender que estuvo sin saberlo ante el cuerpo de Bao. Por lo que ha dicho el Perro, nunca terminó de confiar en él al cien por cien. Pero Feng lo entiende, lo entiende muy bien, él tampoco hubiera confiado al cien por ciento en el hijo de un disidente. Le bastaba y agradecía el porcentaje de confianza que tuvo para integrarlo en el grupo. Feng siente pesar por la muerte de Bao. El respeto que nunca ha sentido por su padre, lo canalizó en su abuelo Xiang y después de alguna manera, también en Bao. No sólo lo había considerado un maestro, cuando lo invitó a unirse al grupo sintió que le devolvía algo de la dignidad que Feng consideraba perdida desde los dieciséis años. Lo que su padre había despreciado y no le dio, lo encontró en ellos. Cada uno a su manera le enseñó lo que significaba pertenecer al Reino Medio. Sentían orgullo y creían en un país ambicioso y sin complejos que, como vislumbraba su abuelo, les haría ver cosas extraordinarias.
–Yo vi el cuerpo –dice Feng cuando vuelve a abrir los ojos– tenía marcas muy visibles en el cuello. Debió ser estrangulado con alguno de los cables que estaban tirados en la habitación.
–Entiendo tu tristeza y no puedes hacerte una idea hasta dónde la comparto, pero tenemos poco tiempo y apenas acabamos de empezar. Necesito que escuches con atención y entiendas todo lo que te voy a decir. Tú eres listo Dragón, no hace falta que te diga que todo lo que vas a escuchar es confidencial y es muy importante que lo entiendas bien porque no será fácil. Pero antes, dime qué más viste en Baishizhou.
–Eso fue todo. Estaba el inspector, dos agentes. El forense. No se habló mucho, Li comentó que en Hong Kong había disturbios. El médico entonces se quejó de los hongkoneses, mencionó sus negocios turbios y la corrupción y se explayó sobre la especulación inmobiliaria en las villas de Shenzhen. Después Li hizo pasar al administrador del edificio y le hizo varias preguntas. Quería saber si identificaba a Bao como arrendatario, pero el tipo no lo confirmó, dijo que creía que no era él o que no se acordaba.
–Comprensible –interrumpe el Perro–, en Baishizhou hay mucha gente con cosas que ocultar, y ese administrador no ha debido pagar un impuesto en su vida. Continúa.
–Todo lo que había en el apartamento se lo llevaron embalado en cajas como si fuera una mudanza. A Bao lo metieron también en una caja de cartón. Si estabas por allí, cuando bajaron todo lo verías. Tal como se me indicó, fotografié las paredes y me fui. Ayer en la oficina traduje las frases que no estaban en mandarín y vi los libros. Los libros eran estudios, análisis sobre China y Asia, ciberguerra, unos títulos que uno no esperaría encontrar en Baishizhou. El apartamento era un antro, pero las frases de las paredes estaban copiadas con mucho cuidado, de forma muy meticulosa y eso llamaba la atención. Esa forma tan ordenada de escribir no me cuadraba con un tipo que ni siquiera tenía una cama y vivía en semejante caos. Me extraña pensar que Bao haya vivido así. Después, cuando pasé un filtro por las fotos aparecieron unas líneas muy finas de cuadrícula en la pared que se habían usado como guía. En medio del desorden, tanto esmero resultaba llamativo. En el significado de las frases yo no veía nada extraordinario, eran grandilocuencias de Napoleón, citas, proverbios de Confucio, no encontraba ninguna conexión, pero la disposición y después la cuadrícula, lo prolijo de la copia, me pareció raro. Me fui ayer a casa pensando obsesivamente que la distribución era extraña. Esta noche de madrugada, de repente desperté pensando que representaban puertos. No sé por qué, pero desperté con esa idea, algo debía estar soñando. Después me levanté y vi algunos videos y tal vez es una tontería, pero yo diría que sí, que la distribución de las frases, representan puertos, representan las zonas de estibaje de algún puerto.
Ahora es la cara del Perro la que muestra sorpresa.
–Eres perspicaz Dragón –dice–, vamos a llegar ahí pero antes hay que empezar un poco más atrás, bastante más atrás. Durante Pitty Tiger Bao estuvo un tiempo en Canadá. Teníamos unos enlaces, ciudadanos chinos afincados allí y bien conectados con la industria aeronáutica occidental que en principio, estaban fuera de sospecha. Bao les pasaba algo de carnaza para que la repasaran a los europeos y americanos y de esa manera los manteníamos cubiertos. Mientras, ellos aportaban datos y contactos que una vez dentro, nos servían para orientarnos y localizar lo que estábamos buscando. De ahí provenía la información que tú y todos usamos para abrir las puertas. Tardaron bastante tiempo, pero cuando en Boeing y Airbus detectaron las grietas, descubrieron el juego. Los agentes americanos terminaron por acercarse demasiado a Bao y fue necesario sacrificar a otros. En ese momento parte del grupo quedó en hibernación. Los americanos han metido su nariz en todas partes y han tenido el monopolio del espionaje durante décadas, y ahora se dedican a hacer aspavientos y escándalos como si fueran niños de pecho cada vez que alguien les toca un poco el culo. Nosotros no podíamos darnos el lujo de que detuvieran a Bao. En los últimos veinte años, el loco estuvo metido en todo, en acciones de espionaje industrial pero también de desarrollo e investigación. En el trayecto hacia el pleno desarrollo, cuando hay que conducir determinadas operaciones, la forma más eficaz para evitar los incidentes diplomáticos y sus consecuencias son los agentes libres desvinculados del gobierno. Esa es la política, moverse en zonas grises y tratar de que el gobierno quede siempre con manos blancas. Piensa en lo que quieras de lo que has visto en los últimos años y en casi todo Bao habrá estado metido. Desarrollos de AI civiles y militares, robótica, aceleración de las nuevas generaciones de internet 4G, 5G, reconocimiento facial y térmico, soporte tecnológico a los grandes planes de infraestructura, lo que quieras. Bao era un excéntrico, una especie de genio con una capacidad inagotable de trabajo y tenía visión. El Reino Medio es una de las células que coordinaba. Algunos hemos estado en varias de ellas y otros entran y salen según se les despierte o se les envíe a dormir. Cuando los sabuesos americanos tuvieron su hueso y se calmaron un poco, Bao salió de Canadá y regresó a China. Estuvo en Pekín un tiempo, pero en Pekín lo que más pululan son diplomáticos y los diplomáticos no saben nada de tecnología. Hoy la guerra es tecnológica y a la vieja escuela le cuesta entenderlo y asumirlo. Ahora las cosas pasan por aquí, por Shenzhen.
El Perro hace una pausa a la vez que el tren se detiene en Zhangmutou. Feng se mantiene en silencio mientras espera a que retome la conversación reordenando las ideas que tenía sobre Bao. Hasta el encuentro del domingo, su contacto con él nunca había sido personal. El hombre que estaba tirado en el suelo del apartamento de Baishizhou ni siquiera se ajustaba a la idea que Feng se había hecho de Bao. Nadie mencionó la identidad del cadáver, al menos mientras él estuvo allí. Feng se pregunta si en aquel momento Li sabría quién era el muerto que estaba en la habitación.
–A finales de 2015, Bao se instaló en Shenzhen –continúa el Perro antes de que el tren vuelva a ponerse en marcha–, durante ese tiempo se ha movido varias veces por apartamentos de Baishizhou. No es un lugar muy elegante, pero resultaba discreto y seguro. En estos últimos años ha habido mucho movimiento, es un momento complicado en el que dentro y fuera del país van a decidirse muchas cosas. Dentro, Xi quiere barrer la corrupción y el saqueo, es un lastre que arrastra China, pero sobre todo, lo que no quiere, es tener nada ni a nadie fuera de control interfiriendo en sus planes. La riqueza ha convertido a Shenzhen en un nido de ratas y las ratas están muy cerca de Hong Kong y muy lejos de Pekín. Hace años que en Guangdong mucha gente hace lo que quiere, las antiguas mafias han crecido y en el Delta han creado un feudo paralelo con tentáculos en todas partes. Especulación, droga, lavado de dinero, el juego en los casinos de Macao, prostitución, espionaje, lo que se te ocurra. Pekín les queda lejos, sus redes están muy enquistadas y actúan como una cleptocracia blindada que se siente cómoda y se mueve con impunidad. No es que sea una sorpresa, era un riesgo que se corría declarando el área del Delta zona especial. El dinero genera esos problemas, tienta y deslumbra, no hay patriotismo ni lealtad a los que no consiga poner precio. La corrupción no es algo nuevo, pero antes el enemigo interno se limitaba a las manzanas podridas del Partido, que no son pocas, ahora, con la apertura, el campo está más abierto, hay nuevas elites y el pastel se reparte. Sucede además, que la codicia también se ha globalizado y gran parte de las ganancias turbias vuelan fuera del país, eso genera consecuencias en cadena que en algún momento pueden afectar a los índices de crecimiento y a los planes de inversión, dos variables intocables y estratégicas con las que no se puede jugar. Digamos que en política valen muchas cosas y hasta se puede entender que sea usted corrupto, siempre que al menos reinvierta aquí.
Feng escucha con atención, en la forma de hablar del Perro a ratos nota un ligero acento extranjero, una entonación de chino overseas casi imperceptible que en algunos momentos se acentúa y le recuerda a varios profesores que tuvo en el liceo francés en Shanghai. Hasta ahora no consigue ver de qué manera lo que está contando puede terminar en la sala de un lúgubre apartamento de Baishizhou con el cuerpo de Mad Bao tirado sobre una alfombra sucia. Pero no tiene dudas de que terminará allí. Hasta que llegue, piensa que lo mejor es escuchar, en algún momento supone que también llegará la explicación de lo que hacía él en la pantomima de Baishizhou.
–Por otro lado –retoma el Perro después de dar un nuevo sorbo de agua a su botella–, en los últimos años hemos aprendido bastante y China está pasando de imitador a innovador, Shenzhen es su capital tecnológica y la región de la Gran Bahía del Delta, la factoría del planeta. Por aquí se mueven más de 1,5 trillones de dólares, es una de las tres zonas portuarias más importantes del mundo y el próximo año podría pasar a ser la primera. Para que eso suceda, la integración financiera y administrativa de todas las ciudades del área, incluidas Macao y Hong Kong, es fundamental. Supongo que todo eso, ya lo sabes. El caso es que ahora son ellos los que están aquí, acechando, en Occidente saben que se están quedando atrás y sienten que la carrera se les escapa. La guerra comercial y de tarifas que el cowboy delirante se ha sacado de la manga hace unos meses, es solo uno de los manotazos de ahogado con el que trata de ganar tiempo. Ese es el panorama, el enemigo interno y externo, todos juntos y revueltos en Shenzhen. Los americanos y sus vasallos, uña y carne con sus colegas de Hong Kong, también están detrás de los disturbios del domingo. Aprovechan el momento agitando a las mafias y a los subversivos. Con la cantinela de siempre, libertad y democracia, le apuestan a la desestabilización política para echarnos el freno y así también ganar algo más de tiempo. Sabemos que lo de Hong Kong acaba de empezar y puede durar meses. Es un juego de provocaciones ‘American trademark’ que comenzó el domingo con la protesta contra la ley de extradición y que irá escalando en sus golpes de efecto. La estrategia es ir tensando el elástico esperando que Pekín en algún momento dé un paso en falso. Los americanos estarían encantados con un nuevo Tiananmen, les serviría para agitar a la prensa y a los mercados, como excusa para las sanciones o hasta para justificar algún tipo de intervención en la zona. Pero lo que continuamente se les escapa es que para China, una crisis muchas veces puede ser una oportunidad y es en eso en lo que está trabajando el Partido. En este caso, en los incidentes de Hong Kong ven una oportunidad para Shenzhen. Puede ser el momento de fortalecer su potencial económico y su calidad de desarrollo y hacerla líder mundial de competitividad en 2035. Las ideas incluyen favorecer su integración, sobre todo financiera, con Macao y Hong Kong y hasta ensayar en Shenzhen una serie de reformas de apertura y de participación ciudadana, por supuesto bajo la supervisión del Partido. Es una ciudad internacional con gente muy joven, como tú la media de la población está alrededor de treinta años, y ese piloto de ‘socialismo con características chinas’ sería un buen campo de pruebas para el gobierno, pues resultaría mucho más difícil tratar de implementarlo en ciudades como Pekín o Shanghai. Estos planes serán comunicados y se presentarán al público en breve, recuérdalo. Visto así, la crisis que creían haber desatado con los disturbios podría transformarse para nosotros en oportunidad estratégica. Si Hong Kong no está dispuesta a integrarse a los planes de China para las 9+2 del Área de la Gran Bahía, perderá el tren. Ya están viendo cómo se les seca la caja y sintiendo cómo los puertos de Guangzhou y Shenzhen están dejando al de Hong Kong rezagado con el bypass de mercancías. Es duro y difícil dejar de ser el número uno y que se resienta el bolsillo. El plazo para mantenerse en sistema especial es 2047, estamos en cuenta regresiva. Pueden patalear todo lo que quieran y agitar el avispero, tal vez tanta terquedad y frenesí termine por adelantar algunos acontecimientos, quién sabe. En cualquier caso, la puerta al mar del sur de China, no puede continuar en manos de alguien que no se entienda con Pekín. Algo que los americanos, por supuesto, no comparten.
Feng está perplejo, lo que le cuenta el Perro no es un simple análisis de los acontecimientos del domingo en Hong Kong. Sabe muy poco de ellos, apenas los rumores que el lunes circulaban por la oficina y que no debían tener mucho fundamento pues hasta entonces en la prensa oficial no había aparecido nada. Turbado por lo que había pasado en Baishizhou, ni siquiera les prestó mucha atención. Feng no entiende por qué le está develando información confidencial y la extrañeza en su cara debe ser evidente porque el Perro se detiene un momento.
–No no creo que las astillas tengan que ser necesariamente como el palo –dice–. Estás despierto, Dragón, y estás otra vez dentro. No estoy diciendo nada que no debas saber. Es un momento complicado y necesitamos todos los recursos. Ya fuiste probado y yo confío en que no fallarás. Has estado dormido mucho tiempo y te has perdido muchas cosas, pero te pondrás al día rápido. Además del tema de las protestas en Hong Kong y la guerra comercial, en esta batalla por la hegemonía los americanos están muy laboriosos y hasta ensayan algunos de los métodos que utilizaron en los ochenta y los noventa. Para contentar a su demandante opinión pública viven enfrascados en operaciones contra los cárteles que les inundan de droga el país, pero cuando lo que les obsesiona es hacer la guerra sucia y encubierta contra el diablo comunista, no tienen ningún problema en aliarse y trabajar con ellos. Ya lo hicieron en Nicaragua, en Colombia y en El Salvador. Ahora piensan que puede ser también una estrategia corrosiva contra China. Con sus mercados naturales en crisis después de 2008 y los consumidores con menos dinero en el bolsillo, los cárteles latinoamericanos tuvieron que buscar nuevas drogas y rutas para ampliar el negocio. Hace tiempo que están metidos en Hong Kong, sobre todo usando la ciudad para lavar dinero y para abastecer de químicos sus laboratorios. Porque a pesar de la crisis, estos últimos años, la euforia americana por la metanfetamina les ha traído buenos rendimientos.
A Feng le aturde tanta información. Primero la corrupción, después los disturbios en Hong Kong, y enseguida, la droga. Demasiadas cosas. Además, el Perro ha dicho que está dentro y eso le ha puesto muy nervioso. Dentro de qué. Feng es un hacker que lleva mucho tiempo inactivo y que más allá de lo de Airbus, no ha hecho nada extraordinario y por más que su padre no es un terrorista y se ha mantenido quieto y en silencio desde que salió del campo de reeducación, su ficha tiene ese punto negro. No se atreve a interrumpir porque mientras habla, el Perro no le ha dado opción a intervenir y si dice que confía en él, tendrá sus razones y en algún momento las largará. Por ahora no se detiene casi ni para respirar y continúa con el cuento de los traficantes.
–Por su parte, los americanos también desempolvaron una vieja idea creativa para integrar a su estrategia de corroernos desde dentro. La billetera de los chinos está ahora más holgada que hace treinta años y muchos buscan nuevas experiencias. La idea era tentar a los cárteles con la posibilidad de abrirles paso al gran mercado de China continental para colocar allí sus excedentes. Sólo había que enlazar a los narcos con algunos de los señores del Delta con los que ellos ya mantenían buenas relaciones para gestionar otros asuntos. Hasta entonces los latinoamericanos no habían asomado la nariz mucho más allá de Hong Kong, y la idea de puentear a los socios hongkoneses y las posibilidades de un mercado de más de mil millones de personas, resultaban sin duda atractivas. Para los americanos era como matar dos pájaros de un tiro, quitaban algo de presión de su frontera sur y a China comenzaba a inundarla la misma mierda que a ellos los carcome desde hace décadas. No sé cómo andarán tus recuerdos de historia, pero estarás de acuerdo conmigo en que esta mecánica parece un cromo repetido, una figurita 4.0 de la estrategia que usaron los occidentales durante las Guerras del Opio en China, un revival actualizado de sus viejas tácticas. Sin embargo, el tiro más bien les ha salido por la culata, aquí está llegando la cocaína, pero los cárteles son mercenarios y donde ven que hay dinero no pierden oportunidad, así que les agradecen a los americanos el favor de abrirles las puertas de China haciendo el viaje de regreso bien cargados de químicos para repartírselos en casa. A los americanos del siglo XXI parece que les gusta tanto el opio como a los chinos del XIX y ahora el sintético les llega por toneladas de fentanyl a través de los latinoamericanos o directa y cómodamente por correo. El presidente de los cowboys está obsesionado con su muro y su frontera sur, pero parece que es por el norte por donde está pasando la fiesta. Qué le vamos a hacer. Ahora, volvamos a Bao.
El Perro hace una pausa y mira la hora en su reloj cuando la megafonía del tren anuncia que en breve llegarán a la estación de Dongguan. Durante unos momentos parece concentrado analizando cómo debe seguir para aprovechar el tiempo que aún les queda hasta Guangzhou. Feng se ha estirado en su asiento y aguarda, esperando que a partir de ahora lo que el Perro tenga que decir le permita encajar lo que ha escuchado hasta ese momento.
–Bao llegó a Shenzhen para incorporarse a los programas del 5G. Creo que no hace falta que te explique lo que significa el 5G ni que Bao no llegó para instalarse a trabajar en un despacho con vistas de las torres de Huawei o de ZTE. Tampoco creo que sea necesario que te explique en qué nivel de prioridad el gobierno sitúa el 5G. La mano que definirá las próximas décadas se juega en gran parte en la baza de quien llegue primero. Bao trabajaba en el blindaje de los sistemas de protección de la red y en la habilitación de puertas para el fluido de información, esto último es lo que finalmente justifica inversiones como esta. Esa parte del programa es muy sensible, se hace de forma remota y muy pocas personas participan en esos desarrollos. Las redes de las empresas de Occidente hacen lo mismo, son una aspiradora y un coladero de datos. Allí pretenden que los datos están protegidos por leyes que prohíben a las empresas utilizarlos y manejarlos a discreción, pero basta ver los escándalos que en los últimos tiempos han sorprendido y enfurecido a los ingenuos ciudadanos que creían en sus leyes democráticas. Así se eligen presidentes en América o se gestan resultados como el Brexit. Ante la posibilidad de no llegar a tiempo con su 5G, los americanos quieren frenar nuestro proyecto imponiendo sanciones con la excusa de que es un arma masiva de filtración de datos que afecta a su seguridad nacional y a la de sus aliados. Nada que ellos no hayan hecho ya una y mil veces. Su problema es que saben que nuestras redes llegarán a todas partes antes que las suyas. Y que puede ser, puede ser que ahora sean otros los que estén en disposición de meter la nariz en todas partes.
El Perro vuelve a consultar la hora y se pasa las manos por el pelo. El tren sigue avanzando hacia Guangzhou y aún le falta mucho que contar.
–A fines de 2017, mientras trabajaba en el blindaje, Bao detectó que desde dentro se estaba filtrando información. Un problema crítico en un proyecto del que dependen planes estratégicos. Todo lo anterior son los datos, ahora, tenemos que unir las piezas para que lo que te he dicho haga sentido. Empecemos. Algunos señores del Delta se abrieron al lucrativo negocio de los latinoamericanos y con mucha satisfacción han ido viendo crecer sus ingresos de forma exponencial. La cocaína viene y el fentanyl va y así, todos contentos. Algunas veces, el negocio es tan rentable que no lo pueden creer, porque en las entregas parte del pago se puede hacer suministrando ciertos papeles que no son verdes ni tienen estampada la cara del señor Benjamin Franklin. Por ese tipo de información ciertos agentes mercenarios fuera de las siglas y no siempre americanos, pagan bastante más que el precio normal por kilo, así que para los traficantes ese tipo de arreglo también resulta ventajoso pues por la misma cantidad de mercancía terminan sacando mejores rendimientos. Ninguno de estos actores tiene lealtades patrióticas ni políticas, lo único que les interesa de la política es que sirva y se pliegue a sus negocios. Por su parte, en la policía de Shenzhen hay un grupo selecto que maneja a las mafias de la prostitución. Para dejarlas operar, las extorsionan a cambio de un fee razonable en el negocio y de prestarles algunos servicios. Esos servicios incluyen suministrar el ganado fino con el que el grupo atrapa a muchas de sus víctimas. Jueces, otros agentes de cuerpos de seguridad, funcionarios y representantes locales del gobierno, profesionales, ejecutivos relevantes o empresarios chinos y extranjeros. De ese tipo de perfil el grupo selecto tiene bien guardada una amplia colección de vídeos que registra sus encuentros con prostitutas o putos y lo que suele consumirse en esas farras, muchas veces bastante salvajes. Un material muy interesante que vale oro y usan a discreción cuando viene al caso. Lo mismo ocurre en casi todas las jefaturas de la provincia, de buena parte de China diría, cada uno maneja su territorio y mientras nadie trate de salirse de él, entre ellos se prestan soporte como buenos camaradas, al menos casi siempre. A su vez, los socios locales de los latinoamericanos necesitan operar discretamente y para eso hay que estar en buenas relaciones con quienes velan por el orden, la seguridad y el cumplimiento de la ley. Pero sus beneficios en el negocio son tan grandes que lo que repasan para encontrar el camino despejado les resulta una propina. Y cuando los señores del Delta necesitan pagar a los narcos con alguna información, recurren al grupo selecto para que les facilite el candidato oportuno. En esos casos, aumentan un poco la propina por el favor y así se cierra el círculo. Sería más simple mostrártelo con un esquema, pero comprenderás que aquí y ahora, no estamos en condiciones de ponernos a dibujar. En resumen, en lo que he estado diciendo, todo empieza y termina en el 5G y los proyectos estratégicos y pasa por el espionaje, la corrupción, el tráfico de drogas y el lavado de dinero.
Feng está a punto de comenzar a decir algo pero el Perro lo retiene con un gesto de la mano.
–Aún no he terminado y no hemos llegado al turno de preguntas –dice–, ya llegará. Presta atención a esta parte, después entenderás por qué. Las filtraciones en las empresas vinculadas al proyecto se están produciendo a muy alto nivel y están bien cubiertas. Unir todas las piezas y llegar al esquema del camino que sigue la información ha llevado bastante tiempo. El destino final del material sustraído estaba claro pero no cómo llegaban hasta él. Ahora estamos bastante seguros de que esa es la forma de operar, aunque no quiénes son todos los operadores, porque cuando hay dinero de por medio, las agujas perdidas en el pajar tardan más tiempo en aparecer. No es fácil infiltrarlos y conseguir pruebas, tienen tentáculos en todas partes y la corrupción generalizada y el clientelismo los mantiene protegidos en zona de confort. El entramado del camino del dinero es muy tupido, hay capas superpuestas de colusión operando de forma piramidal que involucran a mucha gente y en las capas superiores, todas las operaciones pasan por testaferros e intermediarios que protegen a las cabezas de la hidra. Las mafias y los corruptos están ganando dinero a mansalva, tanto que ya no saben en qué ni dónde invertir. Por aquí, entre otras cosas, algunos están tras las presiones para derrumbar los asentamientos y así darle salida a algo del dinero por el sector inmobiliario, un negocio en el que políticos, mafias y empresarios, muerden. Pero es tanto lo que necesitan blanquear, que hace tiempo se han abierto a otros mercados. Hay mucho que ya ha volado a Europa y ahora han abierto una vía conectada con las mafias chinas que operan en Australia y Canadá. En China lavan gran parte del dinero en Macao y fuera hacen más o menos lo mismo, las mafias que mueven el dinero usan los casinos y a los junkers para blanquear y después el dinero se aflora invirtiéndolo en el sector inmobiliario o de ocio de esos nuevos mercados, se reinvierte en mantener la máquina del negocio sucio andando o se gira a empresas situadas en paraísos fiscales. Las partidas que se repatrían a China pueden dar muchas vueltas antes de reingresar al país y cuando lo hacen, suelen entrar vía Hong Kong. Al final del proceso, ni aquí ni en los otros mercados puente es fácil distinguir el capital sucio del que no lo es. El dinero de unos y otros gira y se lava a través de los bancos sumergidos, una especialidad de la provincia de Guangdong con siglos de tradición y experiencia. Gracias a las colonias de chinos en el exterior, la banca alternativa mueve miles de millones diarios por todo el mundo sin necesidad de que el dinero tenga que pasar ninguna frontera. Con una simple llamada de teléfono o un mensaje puedes depositar un millón en Hong Kong y de inmediato alguien puede cobrarlo en Vancouver sin que haga falta mover un solo billete, justificar el origen de los fondos ni completar engorrosos trámites legales. Antes de que se le confundieran las ideas, tu padre escribió un estudio muy interesante sobre la historia y el funcionamiento de la banca paralela china. Deberías leerlo. Hace mucho tiempo que su literatura académica fue retirada de circulación, pero puedo conseguírtelo.
El Perro se detiene un momento para observar el gesto de sorpresa e irritación que aparece en la cara de Feng cuando de nuevo vuelve a mencionar a su padre. Feng piensa que no hace falta ser muy listo para captar el gusto del Perro por los giros y los golpes de ironía, un modo de comunicarse que a él particularmente le irrita y le incomoda. Tiene la sensación de que lo está envolviendo y que el despliegue de tanta información no será gratuito, desde el domingo, el Perro lo está dirigiendo hacia algún lugar que tiene calculado de antemano y con mucho detalle. Feng intuye que terminará por acorralarlo en una esquina y que no debe faltar mucho para llegar allí.
–De los proyectos 5G dependen demasiados planes estratégicos y no podemos arriesgar más filtraciones –añade el Perro retomando la explicación–, la ruta del dinero es un elemento clave que tal vez nos permita llegar a las cabezas, porque pensamos que además hay alguien sentado en Pekín protegiendo a los corruptos que integran el esquema por el que circula el robo de información. Utiliza como intermediarios a esos agentes mercenarios que de ese modo le sirven de pantalla y como último eslabón de la cadena, es quien pone el precio final y entrega los datos. Para comprobar esa sospecha el año pasado interceptamos uno de los cargamentos de droga que llegaba a Shenzhen. Pensábamos que descabezando a alguno de los operadores y cortando el flujo del dinero del negocio, tal vez podríamos llegar a quienes en el último peldaño transan la información. En Shenzhen se incautó más de una tonelada de cocaína, lo leerías en la prensa. Pero al final, la droga quedó en los depósitos policiales custodiada probablemente por algunos de los que reciben las propinas. La investigación como era de esperar, no fue muy lejos, detuvieron a algunos cómplices menores involucrados en el desembarco y tránsito de la mercancía que finalmente no fueron procesados. Falta de pruebas. El proceso habitual cuando se cuenta con los jueces indicados para el asunto en cuestión. Una caricatura. Tiempo después interceptamos una segunda entrega, esa vez en el puerto de Guangzhou. El esquema de la operación fue muy diferente pero tampoco tuvimos resultados, tras un breve desconcierto las mafias siguieron operando. Después, nada más se ha dicho de la droga, sabemos que la misma policía ha sabido sacarle provecho a parte del alijo de Shenzhen. Podíamos haber ido más a fondo forzando la investigación para obtener algunas detenciones. Que nada termine por moverse teniendo una tonelada varada en un puerto chino dejaba bastante claro que además de tener a determinados jueces integrados al sistema, alguien con su propio grupo de lobbystas en Pekín protege a las mafias y corruptos de Guangdong. En la cima de la pirámide cobra de todos y es quien transa la información en el último nivel. Ese es el objetivo y de momento, se necesita al resto de los intermediarios operando. De ellos, ya se encargarán otros después. ¿Hasta aquí todo claro?
–No –dice Feng, qué otra cosa puede decir–, nada me queda claro. No veo por qué Mad Bao acaba estrangulado o simplemente muerto en un apartamento de Baishizhou y mucho menos me queda claro qué estaba haciendo yo allí. Tampoco sé ni entiendo por qué y para qué estamos en este tren ni por qué me estás contando detalles que supongo deben ser de inteligencia.
–No seas impaciente Dragón –contesta el Perro cruzando los brazos y las piernas y echándose hacia atrás actuando una actitud de espera complaciente–. Ahora se ha abierto el turno de preguntas.
Feng no sabe por dónde empezar. ¿Por él, por Bao, por el mismo Perro? Él se siente irrelevante en un asunto con las implicaciones que acaba de escuchar. La trama y el círculo de corrupción resultan bastante claros. También que Bao y el Perro son gente de Pekín. Y que la cuestión que lo ocupa, el tema por el que se han sucedido todos los acontecimientos y el por qué ahora están en ese tren camino de Guangzhou, son las filtraciones que interfieren planes estratégicos y confidenciales del gobierno.
–Cómo aparece Bao muerto en Baishizhou y cómo su muerte pasa por un proceso policial ordinario. Por lo que dices, creo que Bao debía ser el tipo de aguja que nunca aparece en el pajar, ni siquiera, o mucho menos, en China, dice Feng sorprendiéndose a sí mismo al arrancar el turno de preguntas devolviéndole a su padrino el tono y la metáfora.
–Entiendo que aún te faltan piezas, eres impaciente y no me dejaste terminar –contesta el Perro saltando por alto la ironía–. Te dije que Bao había detectado filtraciones, filtraciones que están siendo realizadas desde dentro y eso normalmente dificulta localizar los puntos de fuga, quienes están dentro saben cómo y por dónde moverse. Y aun detectando con claridad el origen, lo más importante es llegar al final de la cadena, porque si se confirman nuestras sospechas, quienes están sacando información de este proyecto pueden estar filtrando otras cosas. Decidimos que mientras no fueran identificados, dejaríamos continuar la filtración y a partir de entonces, estamos insertando datos controlados y circulando material dentro del proyecto que resulta interesante para ser intercambiado, pero que fuera del contexto total o superpuesto a la información válida, termina por no llevar a ninguna parte. Al otro lado no son idiotas y el juego no puede mantenerse mucho tiempo, por eso tenemos prisa en llegar a quienes están detrás del vaciado en Pekín. De algo ha servido esto, porque a pesar del robo de información y de la presión comercial americana aún seguimos por delante, las redes ya están en período de pruebas y las proveedoras tecnológicas chinas ganando presencia en los mercados internacionales. Para finales de este año más de cincuenta ciudades en el país y otras muchas afuera estarán en disposición de operar con nuestras redes 5G. Uno de los principales ejes de la red son los cables submarinos, en eso estaba Bao. Los cables son infraestructura crítica, por ahí pasan más del noventa por ciento de los datos que circulan por el planeta. Hablamos de la nube, pero la nube no está en el cielo, está en el fondo del mar. Ya sabes lo que significa controlar esa red en la que todo estará conectado, económica y militarmente será una llave maestra. En los últimos años empresas chinas han ganado licitaciones para trabajos de reparación en los cables existentes y para el tendido de otros nuevos. El año pasado por ejemplo, completaron el tendido de un cable de más de 4.000 kilómetros entre Brasil y Camerún. Por más que hayas estado en hibernación, imagino que habrás seguido el tema y también habrás visto la prensa occidental. Allí reclaman que las empresas chinas ganan las licitaciones porque están subvencionadas por el gobierno y que las redes en manos chinas estarán infestadas de puertas traseras y serán un coladero de datos e información porque están ligadas al gobierno. Argumentando esas y otras razones, Trump veta a nuestras empresas e inicia su cruzada comercial. La estrategia de siempre para frenarnos y ganar tiempo. No les falta razón y, como amparados en su hipocresía democrática desde el 45 ellos siempre han hecho lo mismo, saben lo que significaría perder el control. Que estén infiltrando el proyecto es un dolor de cabeza pero lo más exasperante es su terquedad, no hay forma de que entiendan que no todos entienden el mundo y el gobierno de un país como lo entienden ellos. Los recursos y el comercio se aseguran a través del paso de varios estrechos, uno de ellos es el que da acceso al mar del Sur de China. Tener el control de esa zona y expandir el área de influencia es mucho más que una prioridad que depende entre otras cosas de la red. Entonces la red va a ser china, le guste o no le guste al presidente cowboy. Y para despejar interferencias y no ralentizar los planes, hay que llegar a las ratas y acabar con las filtraciones que, aparentemente, terminan saliendo por Pekín. Y esto Dragón, para cualquier chino es muy sencillo de entender.
–Dos de los libros de Baishizhou trataban del mar del Sur de China –comienza a decir Feng.
–Sí, dos libros –lo interrumpe el Perro en un tono severo–, siempre es bueno saber lo que el enemigo está pensando o dice pensar. Lee esos libros, te vendrá bien. Bao siempre estaba leyendo, al menos mientras pudo. Hace algo más de un año le diagnosticaron una enfermedad degenerativa sin cura. Una enfermedad de mierda que va paralizando los músculos del cuerpo hasta que te deja incluso sin poder hablar ni comer y termina por asfixiarte impidiéndote respirar. Avanza rápido y en su fase final es muy dolorosa. Bao puso a Pekín una condición, sólo seguiría adelante con su parte del proyecto si en el momento en que comenzara a encontrarse impedido o sentía dolor, recibía asistencia para morir. No estaba a dispuesto a llegar hasta el final y es comprensible. Poco después de que le diagnosticaran la enfermedad yo también me instalé en Baishizhou. Cuando llegué, el callejón nos pareció un buen lugar y alquilamos en esos edificios, no resulta fácil llegar y tienen las ventanas apenas a un par de brazos de distancia. Colocando una tabla puedes pasar de un apartamento a otro sin pisar la calle, en Baishizhou los pasadizos están llenos de cuerdas, escaleras externas, tablones y cables. No es extraño tomar esos atajos, ya ves, ventajas de los asentamientos que normalmente no se aprecian. He trabajado muchas veces con Bao y mi unidad estaba detrás de los topos, para llegar a ellos en Pekín había que seguir las pistas en Guangdong. Por un lado, Baishizhou era un buen punto para seguir de cerca las maniobras y por otro, así somos los perros, tal vez no tenemos la magnificencia del dragón, pero somos incondicionales y fieles hasta el final. Unos meses atrás, Bao comenzó a sentir que los síntomas aumentaban de intensidad, se le agarrotaban las extremidades y tenía molestias y dolores en la espalda. Habló conmigo para decirme que no dejaría pasar mucho tiempo. También me dijo que había tenido una idea. Al principio me pareció una idea macabra, después tuve que admitir que la idea era interesante. Tenía muchos puntos de riesgo pero no perdíamos nada poniéndola en práctica y tal vez nos trajera algunos resultados.
Antes de continuar, el Perro echa una mirada al reloj que está al fondo del vagón. Feng piensa que debe estar comprobando si la hora se ajusta al guion que tenía preparado. Así debe ser porque en su cara no se adivina ningún signo de urgencia.
–Cuando se interceptaron los dos cargamentos de cocaína en Shenzhen y Guangzhou, lógicamente se produjo cierto nerviosismo entre los bandos –dice el Perro cuando decide continuar–. Tras dos entregas fallidas, los narcos amenazaban con buscarse otros socios si el canal no funcionaba. Las mafias locales que perdieron las entregas que habían tenido que pagar no estaban muy contentas y desconfiaban de sus contactos policiales. A su vez, éstos se estaban volviendo ambiciosos, se daban cuenta de que lo que reciben por su colaboración es un vuelto miserable y debían estar pensando renegociar su participación en las ganancias. Con el negocio de los narcos en suspenso, los agentes intermediarios que puentean la información verían peligrar el flujo del pase del que depende su dinero y su seguridad. Los mercenarios deben favores y tienen muchas cosas que ocultar y la situación los estaría colocando en la cuerda floja. Y finalmente, quienes detrás de ellos se encuentren al final de la cadena, es probable que estuvieran poniéndose nerviosos. Porque saben que, insatisfecho, el amigo americano puede muy bien comenzar a ejercer presión bajo amenaza de denunciar su connivencia. Les bastaría deslizar algunas pruebas para comprometerlos ante la dirección del Comité, no sería la primera vez, ya han caído otros de esa manera. Y para esos casos, hay un único premio, pena de muerte. Ese hubiera sido un desenlace natural muy deseable para develar su identidad y terminar con las ratas, pero entre las mafias, los narcos y la policía las aguas se calmaron y la máquina volvió a ponerse en marcha. Ninguno quería un vacío en el negocio que otros pudieran ocupar y gracias a ese entendimiento, las ratas salvaron el pellejo y siguen a cubierto. Mientras tanto nosotros tuvimos un golpe de suerte. Detectamos a un grupo de personas vinculadas al lavado de dinero que gestionan inversiones y tienen alguna conexión con los narcos y las mafias. Abogados y empresarios que por voluntad propia o porque son extorsionados median en las operaciones y reciben su buen pago por el servicio. Gente que va y viene de Hong Kong y que actúa muy discretamente, profesionales educados al más alto nivel y con una buena agenda de contactos. Toda esa situación es la que disparó la idea de Bao.
Tal vez el Perro no tiene prisa pero Feng está ansioso por llegar a una conclusión que le permita entender el motivo del viaje. Le gustaría mostrarse más tranquilo y no exponer su nerviosismo ante el Perro que percibe su estado de tensión y no deja de mirar cómo continuamente se retuerce las manos. Es probable que los calmantes ya estén perdiendo efecto, pero no se atreve a sacar otra pastilla de las que lleva en la mochila, lo que queda de trayecto tendrá que aguantarlo en frío.
–Con las operaciones de Shenzhen y Guangzhou en las que se interceptó la cocaína, no tuvimos resultados. Entonces no servía continuar intentándolo con acciones abiertas, había que dejar el camino oficial. La idea de Bao era provocar un ambiente de desconfianza entre los bandos desde dentro y quería usar su muerte como anzuelo. Si a partir de su muerte conseguíamos que las sospechas entre ellos desataran una guerra por el control del negocio, tal vez la cadena de operaciones se cortaría el tiempo suficiente como para que el último eslabón de la trama cayera por su propio peso. Y si no éramos tan afortunados, quizá lográbamos que alguno de ellos diera un paso en falso que nos permitiera seguir el rastro de quienes los encubren desde Pekín. Mientras tanto, también tendríamos que apurar la investigación de los enlaces que habíamos detectado. Si conseguíamos rastrear alguna de las rutas del dinero, a lo mejor dábamos con alguna pista que nos llevara a las cabezas. Cuando me contó su idea Bao no estaba pidiendo mi opinión, para él estaba decidido y sólo quedaba fijar el día oportuno. Sabía que sin mi apoyo su plan no iría a ninguna parte pero también sabía que finalmente yo le diría que sí. Esto fue a principios de mayo. Los informantes de Hong Kong acababan de avisar que el descontento y el rechazo a la ley de extradición que había sido presentada en febrero iba en aumento. Tras las protestas de marzo y abril el ambiente se estaba caldeando y esperaban que el movimiento se intensificara. Faltaba poco tiempo para que el proyecto de ley pasara las tramitaciones en el consejo legislativo, la situación se estaba tensando y la presión tenía al gobierno de Lam contra las cuerdas. Mientras tanto, nosotros teníamos por toda China a una legión de ciberactivistas de Diba y Fandom Girls saltando el Gran Firewall para hacer contra campaña enviando a todas partes mensajes y consignas pro Pekín. Pero ya a principios de mayo, los informantes alertaron que por las redes sociales de Hong Kong circulaban una gran cantidad de perfiles anónimos convocando a nuevas manifestaciones, y que se esperaban demostraciones masivas en la calle para el domingo 9 de junio.
–Domingo 9 de junio –repite el Perro pensativo después de una pausa–, Bao decidió que sería el 9 de junio. La crisis que se esperaba en Hong Kong tendría a todos en alerta con los ojos y oídos puestos en la isla y en la frontera. Eso nos permitiría organizar los preparativos con más flexibilidad. Además, nadie quiere para Shenzhen mala prensa, nada de asesinatos, ni drogas, ni mafias, es el escaparate tecnológico de China para el mundo y toda la mierda que sucede por aquí se intenta meter debajo de la alfombra. Para mantener limpia la vitrina se pone mucho empeño en ocultar los incidentes, se censura la información o se trasladan cadáveres en cajas de cartón…, ya lo has visto. Así que, lo que se preveía en Hong Kong también venía bien para restar protagonismo y visibilidad a un crimen común que, si tenía alguna repercusión, se atribuiría a ajustes entre bandas de delincuentes. El 9 de junio efectivamente parecía una buena fecha. Entonces, comenzamos a montar la escena.
El Perro apura lo que queda de agua en su botella y parece bucear en sus recuerdos mientras busca las palabras. Feng ha visto desaparecer de su rostro parte de la ironía que ha mostrado a lo largo de su extensa exposición. Ahora es él quien mira el reloj, un gesto que saca al Perro de sus pensamientos y lo devuelve al relato de la escena que él y Bao montaron en Baishizhou.
–Mejor no me interrumpas hasta que no termine con esto, después aclararemos tus dudas, entiendo que las tengas, pero no te inquietes porque se resolverán. No esperes detalles románticos, Bao no cenó su comida favorita ni murió escuchando el Lamento de Lady Meng. Para el momento en que tomara su decisión, Bao había pedido una inyección con una mezcla de fármacos que provocan sedación y después paro cardiorespiratorio. Algo rápido y poco doloroso. Una combinación parecida a la que se inyecta en los casos de pena de muerte. Una vez cumplido ese trámite, yo simularía un estrangulamiento. La puerta quedaría abierta de manera que algún vecino o repartidor asomara la cabeza y diera aviso a la policía. En el edificio no hay casi movimiento así que ese era un detalle que librábamos al azar pero había que correr el riesgo. En Baishizhou precisamente no hay mucho aprecio por la policía, ya hablamos de eso, mucha gente tiene pequeños o grandes pecados que ocultar, nadie quiere mezclarse en asuntos ajenos y menos en uno como este, así que podía pasar bastante tiempo hasta que alguien denunciara el hecho. Necesitábamos además que fuera durante una franja precisa, ni muy temprano ni muy tarde, algo ajustado al espacio de tiempo que duraría el grueso de las manifestaciones en Hong Kong. El inicio de la marcha estaba convocado para las dos y media pero mucho antes ya habría gente tomando la calle. Si la policía no se presentaba porque nadie daba aviso, yo lo haría a más tardar recién pasada la una desde algún punto cercano usando un teléfono no registrado, no era lo idóneo, pero tuvimos suerte y alguien llamó. Debió ser alguno de los cuatro viejos que quedan en el edificio cuando bajaba a comprar su dim sum del domingo y por la hora en la que se presentó la policía, la llamada debió producirse cerca de las doce. No sería difícil averiguarlo con exactitud, pero una vez desencadenado el plan, ese dato no es esencial. Por otro lado, lo que se estaba cociendo en Hong Kong lo sabían todos los cuerpos de seguridad de China así que, particularmente la mayoría de los de Shenzhen y las ciudades de la bahía, estarían en alerta especial y muy pocos en servicio de guardia ordinario. De la policía podía acudir quien estuviera de turno en la comisaría del distrito, podían ser agentes limpios o no, en cualquier caso lo más probable es que ese día serían los mas jóvenes e inexpertos. Pero de investigaciones tenía que ser Li. A Li lo venimos siguiendo hace tiempo. Es un inspector comprado por los traficantes locales que en Shenzhen controlan gran parte de la droga latinoamericana. Todos los bandos tienen o intentan tener infiltrados para controlar los movimientos de sus socios, no se fían unos de otros y manejar información es siempre una ventaja para protegerse o atacar. Li tiene un ojo en investigaciones y otro la policía, mantiene al tanto a los traficantes de lo que pasa por las comisarías y especialmente, de cómo y en qué se mueve el grupo selecto. Un asesinato pasaría a la jurisdicción de investigaciones así que era él quien debía estar allí. Para tener a Li de guardia regular el 9 de junio, había que intervenir algunos turnos en los calendarios y un par de días antes, mandar a alguien a casa de licencia, por ejemplo, por intoxicación. Para gente que ha entrado en Boeing y Airbus comprenderás que esa tarea no era muy difícil y nosotros también tenemos gente dentro. Y para asegurar tu presencia, el procedimiento fue más o menos el mismo.
Feng parpadea cuando escucha lo que el Perro acaba de decir de Li. Era un desagrado instintivo el que había sentido hacia el inspector, pero en ningún momento se le pasó por la cabeza que Li pudiera ser un agente vendido a las mafias. Feng recuerda que mañana a las 14 tiene que presentarse en su oficina, algo que incrementa ahora el movimiento inquieto de sus manos.
–Más o menos así fue la secuencia: Li se tomó su tiempo y se presentó cerca de las 13.30 en Baishizhou. Los agentes habían llegado primero y al confirmar el hecho que se denunció en la llamada, enseguida se comunicaron con investigaciones. El forense apareció sobre las 14 casi a la vez que el fotógrafo. Este no estuvo mucho tiempo, debió hacer un registro rápido y se fue, lo llamarían para que se presentase en otro sitio. Finalmente tú llegaste sobre las tres. Bao había muerto a las 4.20 de la madrugada, ese es un dato preciso, y yo había salido entornando la puerta del apartamento pasadas las nueve. Durante esas horas que aún pasé allí, muchas veces pensé que debía haberme negado a seguir el plan de Bao. Regresé durante la madrugada, Li había enviado a un subalterno para que quedara de guardia, pero el tipo se quedó dormido a la entrada del edificio sentado sobre unas cajas así que no tuve ningún problema en pasar de una ventana a otra. Fue extraño regresar al apartamento y verlo vacío. Solo quedaban las frases en las paredes, unos platos en el fregadero, la moqueta sucia de siempre y tu pastilla en un rincón –dice el Perro haciendo énfasis en ese último detalle–. Para cuando se presentase en Baishizhou, la idea era que Li tuviera básicamente las mismas impresiones que tuviste tú. Primero, tenía que pensar que se trataba de un crimen común, un ajuste de cuentas entre pasadores o entre algún proxeneta y un camello de barrio después o mientras se divertía con alguna puta en casa. Los equipos no le llamarían especialmente la atención, no es un experto, a lo sumo podía pensar que el dealer también se dedicaba a vender droga por internet, fentanyl tal vez, una forma de ganarse la vida muy frecuente en el Delta en estos tiempos. En las frases no se detendría mucho, no es un tipo muy sutil ni perspicaz, y tampoco era la idea montar una situación que Li pudiera interpretar al primer golpe de vista, lo mejor era que las sospechas se le fueran despertando poco a poco. En principio, las frases le parecerían bobadas de un marginal, pero al ver que algunas de ellas y los libros estaban en lengua extranjera, como corresponde al procedimiento, solicitaría un traductor. Li no habla esas lenguas, aunque como casi todos, al menos el inglés es capaz de identificarlo. Lo importante, lo que tenía que llamar la atención de Li, era la barra de labios.
–Tú mismo la mencionaste –continúa el Perro, que ha hecho una pausa para evaluar si Feng sigue la lógica de la explicación–, a ti intuitivamente no te cuadraba encontrar allí una barra cara como esa, pero Li maneja otros datos y para él tenía que significar algo muy específico: el grupo Allure. Entonces se pondría alerta y comenzaría a ver de forma diferente el crimen. Allure es un grupo de escorts de alto nivel, putas muy finas y bien entrenadas para los trabajos de elite que contratan mafias y empresarios para sus clientes y negocios importantes. Allure, rouge allure, es un color de la marca de barra de labios que usan esas putas, un gancho de marketing que debió inventar alguno de sus proxenetas en un arranque de genio. El caso es que la broma pegó y acabó en marca registrada, tráeme una allure, van las allure, no es una allure. Las putas chinas vuelven locos a los extranjeros y puedes creerme, estas allure han traspasado fronteras y se habla de ellas hasta en Nueva York, Moscú y São Paulo. Para ti los equipos indicaban que el muerto podría ser un hacker, a Li, la barra de labios tenía que hacerle sospechar que tal vez en ese crimen podía estar involucrada la policía que maneja a las mafias de la prostitución. Porque usando a las Allure, el clan de policías ha conseguido una buena parte del material con el que extorsiona a sus víctimas o compra sus favores. Pensar que allí pudo haber estado una de esas putas, pondría a Li sobre aviso y comenzaría a examinar la escena de otra manera. No es muy brillante, pero sin duda se preguntaría cómo había llegado una barra como esa a un lugar como el antro de Baishizhou. E iría un poco más lejos preguntándose ya con precisión, qué hacía una allure jodiendo en el apartamento de un callejón inmundo. Probablemente algún trabajo especial. En su lógica, no sería raro que comenzara a pensar que detrás de todo aquello tal vez estaba la policía. Ante esa sospecha, lo normal sería que decidiese que debía actuar con precaución poniendo en manos de un equipo de su entorno las pericias. A partir de los resultados, confirmar si sus sospechas tenían fundamento y según fuera el caso, tomar decisiones. ¿Viste si los agentes habían rajado el sillón o intervenido los equipos?
–No –responde Feng–, no al menos mientras estuve yo. El sillón estaba desvencijado pero no parecía que hubiera sido cortado y los equipos, dentro del desorden, parecían estar más o menos en su sitio. Los desmontaron sin ningún cuidado y los fueron metiendo en cajas sin hacer ninguna inspección especial.
–Podía suceder que lo hicieran y allí mismo habrían visto lo que probablemente ahora Li ya habrá encontrado. Los agentes eran inexpertos, ya lo comprobamos, están limpios, y no hicieron nada hasta que el inspector llegó. Si hubieran sido gente del clan habrían reparado en algunos detalles y ahora estaríamos ante otra situación. Pero como Li olió que podía haber algo raro, debió decidir sacar las cosas porque sería mejor hacer las comprobaciones en casa y bajo su supervisión. A partir del momento en que todos salen del apartamento, nos movemos con suposiciones. Preparamos una escena pensando que podía desatar un guion y conscientes de que el guion puede finalmente ir hacia cualquier parte y no aportar ningún resultado positivo. No tenemos nada que perder, esperamos que provoque un ambiente de sospechas de unos contra otros que detenga al menos por una temporada sus operaciones y con ellas la cadena por la que se vacía la información. Si no llegamos al objetivo, al menos ganaremos tiempo para el avance del blindaje del proyecto sin interferencias. Dentro del sillón y en un equipo hueco, había dos paquetes de droga, restos de dos ladrillos de cocaína. Una cocaína especial que Li ya debe tener identificada porque el envoltorio de los ladrillos está marcado con el sello de su proveedor. Cada traficante latinoamericano usa un símbolo o emblema distintivo para identificar su mercancía, a veces, además del origen, identifican la calidad de la coca usando códigos de color en los envoltorios de los paquetes. Li enseguida se habrá puesto en contacto con sus jefes y estos se habrán quedado perplejos porque se habrán dado cuenta que esa merca es parte del alijo que se incautó en Guangzhou. Una merca que los narcos locales nunca supieron dónde había ido a parar, porque se esfumó en el aire. Ayer fuiste a ver a Li, ¿qué te dijo?
Feng siente un escalofrío. Por un momento imagina al Perro o a alguno de sus secuaces siguiéndolo por Shenzhen mientras iba y venía de investigaciones y después bostezando aburrido al otro lado de la calle observando cómo comía su caja de noodles pegajosos. Tiene la molesta sensación de que no ha avanzado nada y que cada vez entiende menos adónde quiere llegar el Perro.
–Casi no dijo nada –contesta–, estuve en su despacho apenas unos minutos. Dijo que tradujera las frases, que viera de qué se trataban los libros y que le preparara un informe para el miércoles. Y también que fuera discreto. Eso fue todo. Hoy me llamó y dijo que mañana me presente en su oficina a las dos para entregarle mi informe y comentarle sobre las frases y los libros porque a las cinco tendrá una reunión en jefatura. Igual, no me cuadra que a estas alturas Li no sepa que Bao no fue asesinado, le habrán pasado la autopsia, ¿y sobre la identidad?, qué sabe, tomarían las huellas al cadáver para identificarlo. Y falta mi parte, porque yo aún no sé qué estaba haciendo en Baishizhou.
–El forense certificó la muerte de Bao por estrangulamiento. El informe de la autopsia también registra que en la sangre había restos de cocaína y alcohol, vino concretamente y que había mantenido relaciones sexuales poco antes de su muerte. En el parte aparece que la hora en la que se estima que se produjo el deceso es entre las 4 y las 6 de la madrugada del domingo 9 de junio. No todo está perdido, aún queda mucha gente decente en China, como el forense. En Baishizhou no había billetera con documentos, ninguna identificación y el teléfono del muerto había desaparecido, pero a través de las huellas de Bao, Li ya ha debido llegar al archivo de un ex militar con algunas misiones en el extranjero y fichado en la lejanísima Tianjin por sospechas de estar involucrado en fraudes y extorsión on line. ¿Cómo era?, ¿Dong? –dice el Perro rascándose la barbilla en un gesto que acentúa el tono de burla con el que de nuevo se está dirigiendo a Feng–. Sí, Dong, Dong Tao. ¿Hacen falta más aclaraciones?
Feng trata de controlar las ganas que tiene de romperle la cara al Perro. Respira hondo y después se yergue en su asiento y se acomoda. De repente, siente que ha llegado a su límite y que curiosamente en ese punto recobra el aplomo que desde el domingo había desaparecido. Ya no le tiemblan las manos y la ansiedad y el nerviosismo parecen haberse transformado en desafío e indiferencia.
–Falta la segunda parte –dice mirando fijamente al Perro y por primera vez hablando con seguridad y calma.
El Perro se ha quedado ahora pensativo y se toma un tiempo antes de contestar. Observa a Feng midiendo la tensión que hay entre los dos, al fin no parece un conejo asustado y ahora están al mismo nivel. Sabe que no lo defraudará. Él, mucho más que Mad Bao, sabe que el paria Feng está listo y no lo defraudará. También sabe lo que Bao significa para el Dragón y por más que siempre ha sido él quien ha apostado por el paria solitario, sabe que para asegurar definitivamente a esa serpiente será necesario encantarla, dar un paso al costado y entregarle un caramelo para terminar de ganar su confianza.
–Ahora, tal vez sería bueno que tomes una de esas pastillas que llevas en la mochila –dice finalmente el Perro señalando la bolsa que está en el suelo a los pies de Feng–, tú estabas allí para mostrarle a Li lo que Li por sí mismo no vería.
El Perro vuelve a detenerse. Va a encarar la recta final y parece evaluar la mejor forma de hacerlo.
–Li con seguridad habrá encontrado las drogas porque empezó a moverse. El lunes envió un par de agentes a hacer indagaciones en Baishizhou. Anduvieron haciendo preguntas a los vecinos del edificio y a los tenderos de la zona. Y si encontró las drogas, aunque sin ellas también lo hubieran hecho, habrá pedido que se rastrillen a fondo los equipos. Li se habrá enterado entonces que algunas de las máquinas son hechizas, equipamiento común entre hackers y dealers de deep web. A los peritos les habrá costado un poco quebrar las señas de acceso, pero estaban seteadas para que terminaran por conseguirlo sin excesiva dificultad. En la mayoría de las máquinas no habrán visto nada muy interesante, salvo en una de ellas, un equipo con varios programas de edición de vídeo y grabaciones en crudo en proceso de edición. Colocamos parte de un material jugoso de juergas con putas que interceptó hace un tiempo gente del Ministerio de Seguridad que está detrás de las mafias del Delta. La idea era que al ver ese material, Li pensase que el muerto tal vez era un técnico al servicio de la policía. Uno de los tipos que les preparan las grabaciones, filman de forma remota a través de dispositivos y después editan y entregan las cápsulas. Un tipo al que tal vez pagaban con droga que después vendía por el barrio o por internet y también, por qué no, con una allure de propina para que pasara un buen rato por los buenos servicios prestados. En ese equipo, también hay otros archivos que a Li deberían interesarle. Ya te he dicho que todo lo que podamos pensar sobre lo que esté sucediendo ahora, no son más que especulaciones, pero no sería ilógico que Li ya se haya comunicado con sus jefes para contarles lo que tiene entre manos. Y si es así, los traficantes locales se habrán puesto o se pondrán a sospechar que algo anda mal con sus socios de la policía. Su relación desde las incautaciones está tensa porque además parece que los agentes no están muy satisfechos con las coimas que reciben. Sus sospechas deberían aumentar si en la pericia, la gente de Li repara en los archivos, no tengo dudas que ya lo han hecho o lo harán. Entre otras cosas, en ese equipo hay unas planillas con la contabilidad casera del muerto. Pagos recibidos, registros de giros realizados dentro y fuera del país en varias monedas, anotaciones identificadas con siglas o símbolos. Algunas de las cantidades de cierta importancia como para que llamen la atención. Operaciones que efectivamente han sido realizadas y que podrían rastrear si alguien se emplea a fondo. Otro archivo que está en el equipo es un borrador con las frases que estaban escritas en la pared y otros bloques de frases ordenados de forma similar. Tú estabas en Baishizhou para que a Li no se le pase por alto ese archivo.
El Perro se detiene y saca una caja de pastillas de menta. Toma una y le ofrece a Feng que con un gesto le dice que no. Guarda la caja y antes de continuar le da varias vueltas como para sentir el frescor en la boca.
–La entrega interceptada en Shenzhen quedó varada en los depósitos de la policía, todos sabían dónde estaba. Pero de la entrega de Guangzhou nunca se supo dónde había ido a parar ni qué había sido de ella. Esa es la ventaja de la automatización, las máquinas siempre pueden controlarse o intervenirse a distancia. Nadie sabía dónde estaba la droga porque el container en el que llegaba la entrega de Guangzhou no fue depositado en el lugar que tenía previsto. Hicimos que las grúas lo llevaran a otra zona del parque de estibaje del puerto, y ahí la droga se esfumó en el aire. Una operación diferente a la de Shenzhen, en Guangzhou no hubo prensa ni cuerpos de seguridad regocijándose por el golpe asestado a las mafias. Como te dije, hubo nerviosismo y sospechas entre los bandos, pero no fue suficiente y finalmente para nosotros no dio ningún resultado, no avanzamos hacia donde necesitamos llegar. Conseguimos hacer esa pirueta con las grúas porque estuvimos meses siguiendo los rastros de sus comunicaciones. Los narcos no identifican los barcos en los que navega la droga. La comunicación con sus socios locales se da prácticamente en el último momento y a través de canales encriptados, la ubicación se pasa solo cuando el control del puerto asigna la entrada a la nave a la zona de desembarco y define la localización de estibaje. Solo entonces los narcos informan el lugar donde será depositado el container y lo hacen pasando las coordenadas en clave. En sus últimas entregas en la zona del Delta lo han hecho usando como código la numeración de pasajes de los testamentos cristianos para identificar los cuadrantes, los corredores y las plazas finales en las que se depositan los containers. Ahora se te habrá hecho la luz en la cabeza, imagino. Sabemos que esperan una nueva entrega, parece que importante, que no debe tardar mucho en llegar y que se descargará en Hong Kong, Shenzhen y Guangzhou, tienen que recuperar el tiempo perdido con las entregas fallidas. Tú eres listo Dragón, veo cómo las ideas te corren por la cabeza, te has adelantado y ahora comprendes por qué estaban las frases tan caprichosamente dispuestas en las tres paredes de Baishizhou. Pero esto Li no lo sabe, Li no sabe cómo se comunican los narcos con sus socios locales y puede dejar pasar por alto el archivo y las frases y no mencionarlos a sus jefes. Él es un simple soplón en la gran maquinaria del negocio, necesita un poco de ayuda para que le caiga la ficha y haga llegar a quienes corresponde un indicio que sí sabrán leer y que debería comenzar a elevar su nivel de sospechas. Larga la imaginación, droga de la entrega desaparecida que aparece en Baishizhou, una allure de por medio y los vídeos, un ex militar con conocimientos informáticos manejando con anticipación coordenadas para un triple desembarco… Sus sospechas pueden dispararse hacia cualquier parte, la policía, los narcos puenteándolos y abriéndose a otros socios…, cuantas más y más confusas sean, mejor. Para eso estás tú en este tren, para recibir instrucciones. Este viaje era para decirte lo que significan esas frases y cómo hay que pasarle esa información a Li, pero tú, como en Pitty Tiger, ya te habías adelantado. Chapeau.
–¿Por qué yo? –es lo único que consigue articular Feng.
–Qué lugar común de Dragón, considerando tus capacidades, me extraña la pregunta. De algún modo, tú eres un hombre de la casa y estabas en el momento oportuno en el lugar adecuado. Algo así no se le puede dejar a cualquiera. Dar contigo esta vez fue una casualidad. Esa puede ser la parte, digamos tal vez sorprendente, ahora queda la parte amarga. Te dije que sería bueno que tomaras una de tus píldoras, pero no me hiciste caso.
A pesar de la frase Feng no registra ninguna ironía en el tono del Perro. Después de todo lo que ha contado y que todavía no alcanza a procesar, no puede creer que aún le quede alguna carta a la que dar vuelta para rematar la jugada.
–Sé que no va a ser fácil encajar esto una segunda vez –continúa el Perro sin esperar más preguntas–, llegamos a ti a través de Xiang Jun, tu tío.
Feng no puede esconder el gesto de sorpresa cuando escucha el nombre de su tío. Primero siente que pierde la tensión y en seguida que todo su cuerpo se contrae y el pulso se le acelera. El Perro ha colocado una mano sobre su brazo y lo mira fijamente. Feng se estremece ante ese contacto que en circunstancias normales estaría fuera de lugar entre dos desconocidos pero percibe que en su actitud no hay más intención que la de tratar de contenerle.
–Tu tío es uno de los hombres de los que se sospecha pueden estar vinculados al lavado de dinero.
El Perro se detiene. Sabe que debe darle un tiempo para encajar el golpe. Feng ha cerrado los ojos y respira profundamente mientras aprieta los puños y contrae la boca tratando de controlar sus emociones. El Perro percibe rabia, ira, percibe la cólera violenta de quien se siente traicionado y vive en las antípodas de su voluntad como un paria condenado a ser un simple efecto colateral de las acciones de quienes nunca lo tuvieron en cuenta al medir las consecuencias de sus actos. El Perro piensa que es mejor la ira que la autocompasión. La ira llevó a Feng hasta Pitty Tiger y ahora la ira lo llevará a otros objetivos.
–Comprendo que no es fácil de tragar, no te precipites, trata de incorporarlo con calma. Ahora sí nos queda poco tiempo. Escúchame con atención. En lo que voy a pedirte no hay opción, considéralo una orden. Considéralo mejor como una herencia de Bao, lo que viene a continuación son instrucciones de Bao y te puedo decir que no pensó en mucha gente. Para entender la importancia de lo que vas a hacer, tenías que conocer en profundidad todo el contexto, por eso hemos tardado tanto y por eso he ido a fondo en los detalles. Te dije que estabas dentro e imagino que comprendes lo que significa y lo que exige estar dentro. Mañana a las dos irás a ver a Li con tu informe y las traducciones. Cuando te pida que le expliques y te pregunte tu opinión, le dirás lo que me dijiste a mí, que te parece que el contenido de las frases es inconexo, arbitrario, sin sentido, pero que te resulta curioso tanto orden y la disposición de las frases. Le contarás y mostrarás que pasaste los filtros para leer mejor y que aparecieron las guías. Tratarás de ser muy sutil y conducirlo a la idea de que la distribución puede significar algo, lo mejor es intentar que Li llegue o intuya la conclusión considerando que es suya. Puedes decirle que la disposición de las frases y el dibujo de las guías te recordaron un mapa de calles, o de un puerto o de un parque industrial. No sonará tan extraño, en la zona del Delta los puertos están muy presentes, en la prensa, en la televisión, hay barcos permanentemente a la vista y aunque no lo hayan pisado nunca, el puerto es un espacio arraigado en el imaginario de quienes viven aquí. Esperemos que Li tome en cuenta lo que le dices, hile y pase esa percepción a los narcos. Es fatuo y si lo comenta y ve que para ellos es una información valiosa, lo hará pasar por una conclusión propia fruto de su investigación para ganar puntos. Si te pregunta sobre algún otro detalle de Baishizhou, hazte el desentendido, menciona tu migraña. En cuanto a la parte oficial, si consideramos las sospechas que ya deben rondar su cabeza, yo diría que en la reunión de las cinco hablará del crimen como de un crimen común, como un ajuste de cuentas entre delincuentes de barrio. Probablemente mencione la droga sin ahondar en los detalles y yo apostaría que omitirá la información de los archivos. Dirá que está investigando y después con el tiempo, la investigación se perderá en el callejón sin salida de los casos sin resolver. Además, lo que pasa en Hong Kong es mucho más importante que la muerte de un ex militar estafador metido a pasante de merca en un barrio de mierda y a Shenzhen no le interesa tener mala prensa ventilando estos asuntos. Salvo Li, el resto se olvidará del caso. Recuerda que todo esto son especulaciones, conjeturas, pero al menos lo que diga mañana el inspector lo sabremos por el forense, él también asistirá a esa reunión de las cinco para exponer los resultados de la autopsia.
–¿Y los libros? –pregunta Feng–. Son muy específicos y no creo que puedan comprarse a la vuelta de la esquina en Baishizhou.
–¿Los libros? Nada, le das los títulos y un breve resumen del contenido de cada uno. En definitiva, son libros en los que cualquier militar tendría interés y simples de pasar si los compras en Hong Kong. Si a pesar de las sospechas las cosas van para otro lado y no ocurre nada, tendremos que cambiar los planes. Esa es la primera parte de lo que tienes que hacer. No hay nada de emocional en ella, pero la segunda es diferente. Algo ingrato para lo que no hay opción y que estoy seguro pondrá un antes y un después en tu vida. Necesitamos llegar a tu tío porque a través de él y de esa gente tal vez encontramos la punta de algún hilo que nos lleve más arriba. Los que están en ese círculo son prudentes y los contactos que mantienen entre sí y con quienes operan suelen ser personales. Nada de llamadas, ni documentos, ni comunicación digital vía ordinaria. El dinero sucio se mueve por otros circuitos. Casi todos los asuntos se cierran en reuniones personales y privadas y los pocos contactos que mantienen de otra forma se hacen con dispositivos negros con softwares de encriptación muy sofisticados que se cambian con frecuencia. Podríamos intentar intervenirlos de forma directa pero de esa manera el riesgo de que salte una alarma es más alto. Resulta mejor puentear a través de sus aparatos blancos, los que usan en su vida normal, teléfonos, tablets o computadoras. Escucha ahora lo que vas a hacer. He visto que eres un chico ordenado, tienes algunos ahorros y te ocupas de tu madre en Shanghai. También he visto que desde hace casi un año no te comunicas con tu tío. Cuando te lo indique, le enviarás un Wechat pidiéndole que te reciba porque estás evaluando comprar un apartamento en tu barrio y necesitas de su consejo y sobre todo de su aval para obtener el crédito. Parece que no sois uña y carne, pero imagino que no se negará a recibir a su sobrino. Lo idóneo es que lo veas en su oficina, no en su casa ni en un lugar público. Antes de terminar esta semana te enviaré la dirección del apartamento que vas a comprar, agenda una visita por la web inmobiliaria y ve a verlo. Después acércate a un banco para consultar las opciones y los trámites de crédito, presenta los documentos que te pidan y solicita una simulación. Estudia lo que te den. Vas a cambiar tu teléfono por el que yo te haga llegar, será mano a mano, espera mi contacto por la antigua vía. Tenemos prisa, así que el encuentro no debería demorar más de dos o tres semanas en producirse. Insiste hasta que te reciba. Cuando estés con él muéstrale los planos, los documentos del crédito, las fotos que habrás hecho durante la visita al apartamento. Deja siempre tu teléfono sobre el escritorio y sobre todo, intenta que en su computador entre en la página del portal inmobiliario para ver el anuncio de lo que quieres comprar. Con tu teléfono podremos hacer un puente de acceso pero si además añadimos esa entrada a través del portal, será más efectivo. La idea es utilizar esos puentes para tratar de interceptar los contactos que se realizan a través de encriptación sin que se perciban rastros, puede ser que los utilicen cerca de sus computadores o de sus teléfonos blancos y eso nos permitirá activar el puente e intentar el acceso. Llevan años operando sin problemas, se sienten bastante seguros y esa opción no es improbable. A lo largo del proceso con el crédito le enviarás a tu tío algunos mensajes por chat e email para indicarle cómo va el avance de la compra. Tenemos que aprovechar ese lapso de tiempo para ver si obtenemos algún resultado. Comprendo que para ti no es fácil, Feng, pero no hay opción. Esto se trata de China.
Feng sigue el las instrucciones con una expresión en la cara que el Perro no consigue definir con claridad. Una expresión que navega entre una frialdad extrema y una ausencia demente. Feng ha sacado una píldora y una botella de agua de su mochila. Traga la pastilla y después le ofrece la botella al Perro.
–Toma, se ha acabado la tuya, has hablado mucho y debes tener sed.
El Perro mueve la cabeza y suelta una carcajada contenida para no hacer escándalo en el vagón. Zarandea el brazo de Feng que se revuelve en el asiento y lo retira bruscamente sin participar de la diversión que parece haber invadido al Perro.
–Una última cosa –dice el Perro regresando a las instrucciones y retirando la mano del brazo de Feng–, si Li presta atención a lo que le vas a decir mañana sobre las frases, y esperemos que sea así, puede ser que le sorprenda tu clarividente don de observación. Tal vez te investigue y es probable que te haga seguir o intervenga tu teléfono. En cualquier caso, no verá ni encontrará nada anormal en él. Si repasa tu ficha y ve que eres hijo de un disidente, se sentirá muy satisfecho de contar con un dato que pensará puede servirle si en algún momento quiere o necesita ejercer presión. Li es un apretador y vive de esas menudencias. Pero no lo creo, lo más seguro es que se olvide de ti muy rápido y en cualquier caso, nosotros siempre estaremos detrás. De aquí en adelante lo que debes hacer durante todo este tiempo, es mantener tu vida de siempre, actuando con absoluta normalidad, incluidas tus escapadas a Guangzhou. Ya veremos cómo avanza el guion y qué sale de todo esto. De aquí a unos meses, en septiembre, tomarás unas vacaciones y te irás a Shanghai. Lo que no hayamos conseguido hasta la fecha no lo resolveremos continuando con el mismo plan así que habrá que hacerle caso a Confucio y cambiar los pasos a seguir. El motivo para ir a Shanghai será visitar a tu madre, o si te parece, aunque dudo que eso te provoque otra cosa que náusea, asistir al matrimonio del infeliz de tu padre. Después, no volverás a Shenzhen, regresarás solo para poner en orden tus cosas. La excusa para dejar Shenzhen será la salud de tu madre. En Shanghai irás a Pudong3, esta es una petición específica de Bao. Bao dijo que si pudiste abrir aquella puerta, tal vez seas capaz de entornar y proteger las nuestras para que no se dejen ver. Ya te lo dije, considéralo una herencia honrosa. Una nueva vida, Feng. No lo olvides, es un momento extremadamente complicado y necesitamos todos los recursos. En Shanghai te integrarás a uno de los equipos que están trabajando en el proyecto de blindaje y tu ficha no solo quedará limpia, si no que se perderá para siempre en el pajar. ¿Entendido, Feng? ¿Entendido?
Feng hace tiempo que se ha girado hacia la ventana manteniéndose en silencio mientras escucha las instrucciones. Con la barbilla apoyada en un puño, mira las luces de los edificios que corren y desaparecen tras el cristal. Puntos fijos de luz que iluminan las ciudades del Reino Medio transformados por la velocidad en una secuencia ondulante y sinuosa. Una muralla de luz extravagante que desafía a la noche y araña el cielo para mostrarle al mundo hasta dónde llega la ambición de los sueños de China. La misma luz que brota del fuego que escupen los dragones en los desfiles de año nuevo, piensa Feng. Sin girar la cabeza, asiente para responder la pregunta del Perro. Sí, ha entendido.
–Faltan apenas unos minutos para llegar a Guangzhou. Yo me levantaré ahora y bajaré del tren un par de vagones más atrás. Tú levántate cuando lleguemos a la estación. Espera mi contacto y trata de disfrutar hoy de la noche de Guangzhou. Antes de despedirnos, ¿une autre question?
Feng se gira entonces hacia el Perro.
–Sí, una pregunta. Dame el año de nacimiento de Bao.
El Perro ya se ha levantado de su asiento. Ante la pregunta, mira a Feng con indulgencia, casi conmovido. Está pálido y un ligero temblor le estremece la boca, pero en sus ojos ve un destello de determinación que avanza abriéndose paso en la lucha que lo agita. No lo defraudará. El paria solitario está listo y no lo defraudará. Hora de entregar el segundo caramelo, piensa el Perro antes de responder.
Setenta y siete.
Feng vuelve a girarse hacia la ventana. Setenta y siete, repite. Serpiente.
(1) Término genérico para designar a ciertas organizaciones criminales y mafiosas de origen chino que tienen su base en Hong Kong, Taiwán y China continental, así como ramificaciones entre sectores de las diversas colonias de emigrantes chinos.
(2) Por su supuesto parecido, el presidente Xi Jinping es apodado en China Winnie The Pooh. Por este parecido, Xi ha sido objeto de burla y ha protagonizado infinidad de bromas y memes circulados principalmente por la disidencia. Por este motivo, el oso amarillo es uno de los personajes más censurados en China.
(3) Distrito de Shanghai en el que se encuentran varias de las principales unidades de inteligencia chinas.