Educación en Derechos Humanos para la revolución social. Mariana Zegers

La educación en Derechos Humanos pasa más por las prácticas que por los contenidos que la atraviesan. Pasa por alentar la participación social y el pensamiento crítico, en discusión con otras identidades y saberes diferentes a los propios. Ello significa enfrentarse a temas controversiales. Implica también suspender mi propia identidad en pos del reconocimiento de aquellas demandas que no tocan mis intereses individuales. Es lo que propone Abraham Magendzo, educador en Derechos Humanos y Premio Nacional de Ciencias de la Educación, al señalar que es necesario analizar los temas controversiales de la sociedad, a fin de acercar a la ciudadanía a los problemas de su país. Ciudadanía empoderada, donde el límite del consenso reside en el respeto de la diversidad, la tolerancia y la igualdad de derechos. Ello permitiría proteger el disenso “en las sociedades democráticas y pluralistas, donde hay identidades, cosmovisiones y culturas diferentes que conviven y que tienen ciertos elementos y visiones particulares, que deben ser considerados y protegidos de una hegemonía socio cultural que pretenda arrasar o anteponer principios que limiten la autonomía, dignidad y derechos de ellas” (Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa).

Ahora es el momento de practicar las bases de la educación en derechos humanos, fundada en la deliberación, el reconocimiento de la alteridad y el abordaje controversial de las problemáticas sociales de derechos humanos que nos aquejan, y que han detonado este estallido social. Este proceso de reaprendizaje cívico justamente dice relación con abrir espacios de deliberación, de participación ciudadana activa y de carácter vinculante, donde se indague en aquellos puntos de tensión y antagonismos, aprendiendo a confrontar puntos de vista divergentes. Así concebimos también la noción de memorias colectivas desde los sitios de memorias. La memoria no es uniforme ni homogénea. Es un territorio en disputa, donde sus significados se construyen de manera dialógica en el presente.

Mediante los vínculos sociales que se han ido articulando progresivamente, en acciones coordinadas, la sociedad civil es capaz de transformar la institucionalidad política y socioeconómica de nuestro país; ocuparnos de los asuntos de la ciudad, de los asuntos del Estado, exigiendo la reivindicación de nuestros derechos y tomando conciencia también de nuestros deberes ciudadanos. Ejercicio de la libertad cuyo fondo incorpora un profundo sentido de responsabilidad; “responsabilidad con los Otros que me y nos enriquece, pero que no está condicionada a este enriquecimiento. Una responsabilidad con los Otros a pesar de que en ocasiones están distantes de mi propia identidad (…) una responsabilidad con quiebre, con quebranto de mi identidad, pero sin abandono de ésta” (El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación). Esta mirada es parte de la solidaridad humana, que sí ha desatado procesos sociales transformadores en otros momentos de nuestra historia. Procesos colaborativos que deben oponerse al valor del individualismo, que es parte del corazón del modelo neoliberal impuesto en Chile.

Llevar a la práctica el pensamiento crítico resulta necesario en un contexto de cooptación de los medios hegemónicos de comunicación por el poder empresarial; poder que a su vez cuenta con marionetas políticas que cumplen la función de proteger sus intereses privados frente a la dignidad del pueblo. Discutir con tolerancia y sobre la base de argumentos racionales, pero sin evitar meter el dedo en una llaga que crecía silenciosamente y por debajo, como los topos. Problematizar el origen de la violencia y de la subversión contra la propiedad privada; relacionar insurrección y delincuencia, distinguir entre la constante y sonante criminalización de los movimientos sociales, el vandalismo delincuencial que denuncian la televisión y el gobierno, y el fuego que porta quien ha sido violentado buena parte de su vida por los poderes fácticos y el Estado. Deliberar sobre la presencia o ausencia de la fuerzas policiales y de orden; sobre el uso desproporcional de la fuerza y la violación de derechos fundamentales a su cargo en democracia, hechos que entrañan un fuerte quiebre en las garantías de no repetición de crímenes de lesa humanidad. Leer entre líneas; inquirir e incluso interpelar a los medios de comunicación e instituciones oficiales entre tanta información falsa. Cuestionar abiertamente la legitimidad de una cocina política completamente desprestigiada que ha perpetuado este modelo neoliberal impuesto en dictadura que ha provocado una profunda y estructural desigualdad social, manteniendo la Constitución ilegítima impuesta a sangre y fuego. Después de 30 años esperando la prometida alegría, la demanda de una nueva Constitución que sea gestada desde las bases ciudadanas, reunidas en la organización social/ territorial, debe ser el piso del debate político.

+Mariana Zegers es académica e investigadora, secretaria general de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi.

Imagen: Conmemoración 11 de septiembre de 2017, Estadio Nacional. Efe/The Clinic