Por Marcela Fuentealba
Pintar perros callejeros puede servir como ejercicio para cualquier estudiante: están a la mano, se dejan mirar, tienen esa lejanía y perfección de los animales, pero no son majestuosos sino un poco degradados, muestran todas sus necesidades y deseos; así como piden afecto y juegan, puede ser sucios y agresivos. Tienen algo desvalido y algo feroz, acompañan y se defienden hasta lo patético. Qué mejor que esa ambivalencia, entonces, para intentar un dibujo complejo.
El perro es, sabemos, un tema ineludible en la pintura: de los maestros Goya y Bacon, de Hockney y un largo etcétera. La ternura ante la muerte, la triste ferocidad, la cercanía y lejanía totales, parecen haber quedado perpetuados en varias telas. Pero en estas pinturas, que no son telas ni óleos, no hay nada de eso sublime: las figuras se han degradado como perros, pero se mueven en la misma ambigüedad de sentido que imponen esos perros clásicos.
La pintora hizo el ejercicio con materiales corrientes: tomó fotos en la calle, en diversos lugares, y las amplió a 10 x 15 cm; usó materiales de ferretería: esmaltes y barnices sobre melamina; con la superficie plástica que no chupa, la pincelada queda fija. El color del perro es el del soporte, es material, y sobre esa capa sigue la gama de los grises y cafés terrestres, perros, hasta el negro brillante para la sombra: una oscuridad artificial en medio de la noche o de la nada.
Otras de las series de la pintora han sido sobre un recorrido nocturno por el cementerio, con oscuridades saturadas por flashes; sillas de plástico en sus espacios anodinos; lugares solos, gente sola, figuras. Pinta con témpera sobre papel pequeños bocetos de tonos naturales de estos perros, además de retratos de famosos (Freud, Cher, Rafaella Carrá, por encargo y por gusto). Pinta muy definidamente pequeños pedazos, con pocas o claras luces. Pocos cuadros, no muy grandes. Deplora el realismo celestial y las cosas mal hechas. Es una detallista de la luz y de lo que puede trazar con ella, de las sombras que puede pintar. Es muy miope, lo que podría explicar este enorme detalle.
El ejercicio está completo, ejecutado con fruición y sin aspavientos. Los perros aquí fijados cargan con su existencia intrascendente, y la mirada rápido reconoce esa mezcla de ternura y de hastío.