La revista Medio Rural, fundada en Talca en 2015, presenta su nuevo número, esta vez dedicado a los Pueblos Abandonados, lo que se refiere literalmente al espacio que ella explora (las ciudades de Chile que no son Santiago) y a un notable colectivo de escritores que incluye a Marcelo Mellado, Oscar Barrientos, Mario Verdugo, Cristián Geisse, Cristóbal Gaete, Daniel Rojas Pachas, Rafael Sarmiento, Florencia Smiths. En este texto Mellado explica su perspectiva crítica, que nace de la “voluntad de hueveo” ante el poder y la cultura, para una deconstrucción retórica contra la “muncipalización” neoliberal oligárquica que borra del mapa tanto al hombre aparte como a la mujer esencial.
Agradecemos a Medio Rural por esta réplica.
+Fotografía de Héctor Labarca Rocco
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Todo comenzó con una crítica a las prácticas metropolitanas de escritura, realizada como un ejercicio de quejumbre retórica, por algunos escritores de provincia, más o menos organizados. Todo empezó muy lúdicamente, apelando a la urgencia de proponer otros modos de visibilidad que no fueran el canon académico editorial metropolitano. En esos inicios se me vienen a la memoria, nítidamente, los escritores territoriales Óscar Barrientos y Mario Verdugo, un magallánico y un maulino, que al igual que algunos sanantoninos, decidimos, a partir de un análisis objetivo de la situación cultural concreta de nuestras localidades, hacer levantamientos del estado del deseo de producción territorial. Porque sentíamos que había que cambiar el foco de la mirada, que por lo general era un remedo ilustrador recitativo del Santiago culturoso, y por lo menos hacer una apuesta otra o, en su defecto, una puesta en discurso, estratégica, del resentimiento.
A Óscar Barrientos lo conocí en el 2006 (o algo así) en Valdivia en un encuentro de escritores y en ese contexto tramamos lo del colectivo Pueblos Abandonados (en adelante PPAA). Hubo una reunión en el bar La Bomba de la ciudad fluvial, donde también estaba José Ángel Cuevas, un poeta de allá que no me acuerdo y nosotros (Barrientos y yo). Con Verdugo, en cambio, habíamos compartido complicidades territoriales en el Valpo de aquellos años, él terminaba un doctorado y yo intentaba sobrevivir moviéndome entre los dos puertos de la región.
Los prolegómenos de este escenario crítico que montamos siempre estuvieron teñidos de “voluntad de hueveo”, lo que se constituyó en un dispositivo teórico clave para nosotros, es decir, la ironía, el sarcasmo y la farsa a la que la burocracia, como construcción referencial ficcional, nos condenaba, más allá de la figuratividad y su efectos inmediatos, eran instrumentos de análisis y de descripción que tenían un peso fundamental a nivel de producción teórico textual. Y así fue que pudimos, en parte, dar cuenta de los signos de exhibición del poder en su versión más degradada en la provincia, como el proceso de municipalización de la república, por ejemplo, o la carnavalización de lo público como remedo de la participación popular. Había un resentimiento basal provinciano que era desplazado al ajuste de cuentas con el proceso político-cultural de recuperación de la democracia que nosotros criticábamos ácidamente y con mucha odiosidad rabiosa, porque la cultura también se convirtió en un sistema pagador de servicios políticos menores y en un dispositivo cooptador de iniciativas independientes.
Como grupo orgánico hicimos un encuentro en la UPLA (Universidad de Playa Ancha), producto de una alianza táctica con operadores político culturales ahí alojados, por ahí por el 2010 y antes habíamos hecho uno en Llolleo-San Antonio, bastante más precario, en la sede de un preuniversitario. Un detalle no menor es que muchos éramos narradores que, incluso, habíamos comenzado escribiendo poemas, que era el modo adolescente más a la mano de inserción en el campo cultural. De hecho, tanto Barrientos como Verdugo han insistido en la poesía, que a pesar de ser una tradición muy fuerte en la provincia, asentada, sobre todo, en las tablas de la recitación fogoza y algo histérica, y que a pesar de que ha estado a punto de perder su espesura crítica por el exhibicionismo eventista, sigue siendo un registro epistémico fundamental para la generación de nuevas focalizaciones. Hay que consignar que el campo poético chileno siempre fue muy canónico y con mucha opción institucional, sobre todo por la política cultural, expresa o no, del Partido Comunista, con su carga nerudiana, que correspondía a una especie de patrística simbólico formativa. A pesar de eso, De Rokha era clave en nuestra articulación conceptual, porque según la lectura de Verdugo, De Rokha, con su Epopeya de las Bebidas y Comidas de Chile, proponía un reordenamiento territorial que había que capitalizar como poética de esa relectura del territorio o de lo que en algún momento llamamos “la destrucción retórica de Chile”.
Sin duda, el modelo de De Rokha es fundamental en nuestra práctica, no solo porque contrasta con el canónico e institucional Neruda, el más típico de los “martínrivistas”, como provinciano maldito. El contraste es verificable si comparamos la Oda al Caldillo de Congrio con la epopeya gastronómico territorial de De Rokha. El poema nerudiano es anecdótico y blando, y la receta está muy lejos de constituir una tesis o una especie de levantamiento etnográfico, como es el caso del trabajo de De Rokha que efectivamente hace una propuesta cartográfica a partir de una mirada absolutamente otra.
También podemos mencionar a Carlos Droguett, con la novela Eloy, máxima expresión de la novela de bandidos, pero que transforma el género en una impresionante estatuto de una subjetividad al margen de dos mundos, el civilizatorio y el salvaje. Aquí tenemos un gesto anticivilizatorio y antirrepublicano que contrasta con las decisiones editoriales (ya no literarias) que vinieron después, tanto en Chile como en América Latina, y que originaron tanto la escena del boom y otras, para posibilitar o sancionar nuestra existencia europea.
Conceptos operacionales
Por otro lado, estaba la perspectiva patagónica de Barrientos y su concepto fundante de “martínrivismo” que alude, a partir de una relectura de un clásico de la chilena literatura, como es Martín Rivas de Alberto Blest Gana, a un desplazamiento provinciano aspiracional de ubicarse en el centro y/o de estar en donde corresponde estar, es decir, en Santiago o en centralidades análogas; cuestión que corresponde a algo más que a un mero viaje de conquista territorial, urbana, de un sujeto, sino más bien a la persistencia de un tópico ancestral de diseño de una subjetividad posible, a saber, “la carrera literaria” como procedimiento de ascensión social.
Por otro lado, estábamos nosotros, los de la zona de Llolleo con el Taller Buceo Táctico que desarrollamos (y aún lo hacemos) un trabajo de levantamiento textual territorial a partir de una estrategia político cultural que ponía en relieve una memoria dolorosa, una huella histórica marcada por la lucha asociativa y una voluntad popular creativa de carácter autónomo o propio que determinaba una identidad que, imaginábamos, debíamos establecer como eje de producción de arte. Pero también muy marcados por el “hueveo crítico”, concretamente, con una operación poético política que dignificaba del fracaso, con el que combatimos el “winnerismo” neoliberal de las políticas culturales de la Concertación (y la derecha).
La voluntad de poner en escena la provincia y su productividad se fue convirtiendo en una red de trabajo que comenzó a cundir en ciertas localidades, a sabiendas de que la provincia clásica pretendía legitimarse por la vía capitalina, es decir, por su servilismo a la zona matricial del poder. Por eso, encontrarnos con escritores como Daniel Rojas Pachas en el límite norte, haciendo de la mixtura territorial andina una obra particular que produjo nuevas construcciones imaginarias, fue una necesidad, además de un hallazgo a nivel de productividad. Y por cierto el testimonio biográfico textual de Cristián Geisse en Vicuña, área territorial clave por su proyecto de crónica de la orfandad simbólica. Y por cierto, el trabajo investigativo de crónica histórica e identidad de Cristóbal Gaete en Valparaíso. Y el espectacular trabajo del periodista y escritor Rafael Sarmiento en Villa Alemana y San Antonio, el que a través del trabajo con la crónica policial y la recuperación de tópicos freak de identidad local, incluyendo un interesante trabajo editorial, ha ido constituyendo una interesante escena territorial literaria.
En lo personal, el asunto parte de estas prácticas creativas y reflexivas de rediseño territorial textual, en relación a la constitución del campo cultural nacional y regional provincial, y se expande a la política como espacio público. Resumiendo, hubo una especie de toma de conciencia del lugar como acontecimiento textual o como afirmatividad de la experiencia zonal de escritura, entendida como un hecho constructor de imágenes de una visibilidad territorial posible o del rediseño del mapa georretórico; todo esto implicaba delirios de identidad y escarceos con la memoria y la historia como relato proveedor de institucionalidad o no.
Hay en toda esta reflexión un modo diferente de hacer el trabajo de escritura o de considerar la acción cultural, más allá de los proyectos individuales que apuntan a los estrellatos y a los ránking editoriales, y a la lectura obsesa de los suplementos de cultura en los medios los fin de semana, en donde se juegan ciertas visibilidades. La política dura ya no la determina como antes, como cierva o como decoración o ilustración del discurso político, incluso podríamos decir que cuenta con una cierta autonomía, siempre fallida pero con escenarios propios. Lo que llamamos literatura, ese enjambre de cosas que van desde el trabajo de escritorio hasta la cuestión editorial, no sin pasar por el campo cultural y el mercado, y sin poder excluir al mundo académico, tiene un espesor y una textura muy diferente a otros momentos de la modernidad. Estoy suponiendo que en el período determinado por la voluntad institucional o de vanguardia, en gran parte del siglo XX, la práctica escritural tenía otra impronta. Hoy, entonces, esa cosa que alguna vez se llamó rol del escritor, cobra otro sentido o se hace más espesa, aunque también se diluye en otros formatos de diseño y construcción.
La dimensión territorial es un ejercicio que toma distancia crítica, tanto del pintoresquismo criollista como del larismo paisajístico utopizante, pero también del amateurismo municipal que se nos apareció como el efecto irremediable de ciertas políticas públicas en cultura, desarrolladas por la Concertación, teñidas de un democratismo perturbador y anulador de la autonomía y de la creatividad. Por lo tanto, para que se constituya en registro y dispositivo crítico debe reestructurar sus códigos y/o maraquear sus tópicos y contenidos, en el sentido en que quizás sea necesario invertir y contrastar diferentes modelos conceptuales, para que desde el ejercicio de la diferencia surja lo necesariamente otro.
Lo que ha promovido la derecha y la Concertación y sus epígonos, es la anulación de la cultura crítica y del espesor simbólico, estimulando giros canónicos fáciles de neutralizar por el mercado y la circulación mediática, como la perspectiva de género, el ecologismo, la santificación de los pueblos originarios, el tallerismo artisticoide y otros registros blandos que no alteren los grandes convenios del poder central. Todo esto con un colchón conservador clave, la irrupción del tema del patrimonio que en la práctica es la única política cultural dominante.
A nivel ejemplar se puede traer a colación el papel de los centros culturales regionales, que siguen siendo lugar de pagos de servicio políticos o de repartición del poder local. Hay aquí un área de disputa y de reflexión que tendrá consecuencias concretas a no mucho andar. Hemos visto lo que ha ocurrido con la ex cárcel en Valparaíso y el centro cultural de San Antonio, ambos determinados por el poder político, el primero de carácter provincial-regional y el otro municipal, pero en concreto ambos funcionan como un sistema de promoción de políticas gubernamentales y de proyección de figuras políticas, y de control ciudadano, y, fundamentalmente, de cooptación de artistas con visiones otras o radicales.
La estrategia militante
A partir de nuestros testimonios, reconocemos como PPAA la irrupción de un nuevo escenario político-cultural, lo que hemos denominado la municipalización de la cultura, cuyo efecto político tiene mayor visibilidad y sentido territorial en la provincia, porque parte de la lucha político cultural que algunos operadores antiinstitucionales y opositores de las redes de poder político hemos dado, se asienta en una especie de reescritura de los tópicos territoriales que diseñaron o armaron la república de las letras chilensis a partir de ese remedo de regionalización que fue el hecho político administrativo, que viene de la dictadura, que pretendía empoderar poderes locales, promoviendo el caudillismo y/o los poderes fácticos. Todos ellos dependientes de las agencias políticas metropolitanas.
La municipalización de la cultura posibilitó el eventismo culturoso y negocios del progresismo político que utilizó servilmente la estrategia artístico cultural para comerciar con sus políticas públicas y sus obsesiones. Se puede mencionar como ejemplo el teatrismo de plaza pública, el carnavalismo vandálico y las amateuristas ferias del libro, entre otros eventos (peñas, recitales, veladas artísticas, etc.).
El voluntarismo progresista nos obliga a mencionar a mujeres clave en la invención de lo territorial, como a Grabriela Mistral o a Marta Brunet, o a María Luisa Bombal, pero también sentimos que nuestras prácticas han privilegiado signos que las elaboraciones críticas de género también han leído, como son las experiencias fronterizas, tanto a nivel subjetivo, como objetivo. El caso de la producción poética de Florencia Smiths en San Antonio, surgida en el contexto del Taller Buceo Táctico (tributario de PPAA), en el aspecto más político, pero con una autonomía radical a nivel de fórmulas de exposición y visibilidad. Su estética de la herida y los cortes cuerpo territoriales constituyen una trama que rediseña otra sujeto territorial.
Porque, claramente, la administración física y política de un territorio supone estrategias de uso del cuerpo masculino que tiene consecuencias burocráticas y de defensa que supone omisiones, y catástrofes, como es el abuso del cuerpo de la mujer, del niño y de los pobres o de los pueblos originarios. Frente a eso habrá resistencias orgánicas y estructurales que el pueblo supo y pudo instalar para no remitirnos a los distintos episodios de las luchas emancipatorias.
Habría, quizás, una lectura territorial que quiere y necesita tomar distancia de la estrategia de género, como uno de los nuevos escenarios del mercado académico editorial, porque aquí hay colonización metropolitana y una omisión del testimonio vital de mujeres de comunidades rurales o de las pequeñas localidades (de los pueblos abandonados, literalmente por la razón de Estado, sólo asistidos a nivel burocrático) que han resistido la institución, excepto por algunas operadoras políticas que aplicaban malditas políticas públicas, como parte del mercado político general. Las curadoras de semilla, por ejemplo, las horticultoras en general, su rol en las economías de subsistencia, en los relatos de construcción de territorios, en las algueras y artesanas, y tejedoras de redes, en las abuelas de la crianza abandónica y en las maestras de los pequeños villorrios, etc.
Aquí la crítica que nos hacemos es que en la provincia, en general, se trabaja, fundamentalmente –sobre todo la burocracia político administrativa– con los parámetros de la academia santiaguina que pautea y edita, y que define la merca ideológica que ahí se transa, determinada en parte importante por los operadores locales que representan al gran poder capitalino, es decir, los maletineros. En este punto aludimos, derechamente, a aquellos sujetos serviles que le llevan el maletín al político mafioso capitalino. El mote de maletineros surgió, al interior de Pueblos Abandonados, cuando el presidente Aylwin se refirió a un secretario suyo que fue uno de los primeros en ser sorprendidos en actos de corrupción a principios de los noventa, recién inaugurada la posibilidad de la democracia en Chile, y don Patricio, para describirlo dijo que era un chico que le llevaba el maletín. Era, sin duda, una noción que debíamos hacerla operativa y que complementaba otras, como la de martínrivismo y municipalización de la política y la cultura. Más aún, sin duda alguna muchas de estas practicantes le tributan al provincianismo general.
Una de las cosas patéticas de estos testimonios de secundariedad o terceridad provincianística son las políticas públicas promovidas por los operadores del progresismo en nuestras localidades, tratando de banalizar estrategias de género, preocupaciones ecológico ambientalistas y de ocupación de los espacios públicos, como remedo de la participación ciudadana y del ejercicio democratoide, todo bien controlado por operadores extorsivos.
A nivel cultural el progresismo (representados sobre todo por el Partido Socialista, el PPD, la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, cuyo nivel de complicidad con el neoliberalismo es un tópico que está más allá de este texto), en el campo del arte y la cultura suele ser un nexo entre un cierto poder político y operadores culturales que se han trasladado del mercado político a la cultura, siendo parte del fenómeno de municipalización (territorialización) de la cultura. En este punto hay ejemplos muy ilustrativos de manipulación político cultural, por parte de operadores ligados a partidos progresistas o ligados a las políticas públicas de los gobiernos de la Concertación y del otro conglomerado que lo reemplazó, que han formado parte de la consolidación del gran proyecto neoliberal, que no es otra cosa que una alianza estratégica con la oligarquía para repartirse lugares de poder en la sociedad chilena. Dicho así, como en tono de ajuste de cuentas con aquellas prácticas democratoides que sentimos nos han hecho tanto daño como república. Un daño estratégico que frustró el capital energético de toda una generación y determinó, en parte, la reposición del fascismo en la política y en la cultura.