El 2013 un curioso artista con predilección por el material callejero, encontró una carpeta amarilla en el contenedor del Archivo Nacional. Tenía una serie de cartas escritas a mano en los años ochenta. Se trataba de la correspondencia entre una escritora chilena menor y un profesor universitario residente en Estados Unidos. No pudo saber nada más porque no les entendía la letra. El artista, amigo de la escritora Natalia Berbelagua, le hizo llegar las cartas, que ella sí pudo leer. Ella guardó las cartas e intentó dar con los protagonistas, sin resultados. Algunos años más tarde, comprobó que la dueña de las misivas era tía de la también escritora Florencia Edwards. Así comenzaron a reescribir la historia epistolar de estos dos personajes en el ambiente artístico de la dictadura. Aquí la primera entrega.
1
Isabel:
Nada es como parece en realidad. El circuito del arte es tenebroso. Hoy me escribió mi amigo, el que vive en el convento, me hablaba de unos cuadros que no conocí la última vez que lo visité. Sé que no fue bien visto, y me duele que así sea. Me duelen las manos también, no porque haya pintado, porque no sé si alguna vez pinté algo, o solo me quedé como un observador de la pintura, del contexto, de las imágenes que vi en ese convento. Ahora todo me parece una mancha, y no siento temor por lo que pasa, creo que es la consecuencia de las arbitrariedades de una olla que se destapó por la fuerza y fue bueno que así fuera. Son todos tan parecidos a las ratas, Isabel, que me piden por cartitas que ponga a tal artista en contacto con este otro, aunque uno esté en Nueva York y el otro en Australia. Quisiera saber el origen de esos cuadros, pero mi amigo solo me dijo que son imágenes de santos en agonía pintados extremadamente bien por un artista esquizoide. Cuántos pintores fallidos en el Hospital Psiquiátrico. Por poco creí que me internarían a mí. No te he contado nada de esa noche, pero tenía 18 años y me ocurrió un episodio pesado, desagradable. Solo recuerdo que mi madre me miraba con ojos de cascabel, y por poco temí que fuera a meterme a la tina para restregarme, como en esas tardes de infancia cuando los nervios la colapsaban. También pude contar una historia pero no lo hice. ¿Sigues empecinada en escribir?
2
Luis:
Al fin recibo una carta tuya, me gusta que esté escrita a mano, porque puedo reconstruir los movimientos de los músculos de un brazo. Al mirar la caligrafía se levanta de la hoja un video transparente, un fantasma.
Al menos tú ya estás en el circuito del arte y te puedes dar el lujo de tener aventuras de la mente, de episodios nerviosos mientras miras cuadros de santos que tienen la cabeza inclinada un poco hacia el lado y te miran de vuelta. Te miran con bondad, y su mirada honesta te confunde, a ti y todos los hombres y mujeres que han contemplado santos: te hacen sentir enamorado, como si su honestidad y pureza fuera una belleza física que nos hace un llamado, a ti y a todos los que hemos visto santos, un llamado a querer tocarlos, pero nadie nunca podrá dormir al lado de ellos y sentir lo cálido que son. Yo he visto cuadros de santos y siento que me duele algo adentro del estómago ¿sientes ese dolor también, adentro? ¿quieres que te ayude a averiguar más sobre estos cuadros?
Yo en cambio, lejos del circuito del arte, y de pinturas que te confunden, que te pueden internar y llevar a nuevos espacios como hospitales, estoy encerrada en esta casa. Mi marido y mis hijos están siempre aquí, acechándome, mirándome de reojo. Los siento como muebles, sillones, escritorios, armarios de un living que se van acercando a mí, avanzan, solo para interrumpir mis movimientos, para que no pueda pasear por los pasillos ni pueda escribir.
Todavía intento escribir, a pesar de que me dijiste que mis cuentos eran pésimos y que los rompiera, que ni siquiera “un niño podría despertar con ellos”, a pesar de que dijiste que escribía peor que alguien que solo escribe anotaciones prácticas, como listas de supermercados y recordatorios, que ni siquiera tengo la gramática básica que personas prácticas como esas tienen, para poder comenzar desde esa base a construir un estilo. Tú me lo decías para “remecer, para reanimarme”, recuerdo tus palabras. Nadie quiere que escriba, ni tú, ni mi marido, pero necesito hacerlo. Siento que escribir es un pecado pero aún no entiendo por qué. ¿Qué estoy violentando, Luis, cuando se corta el aire con el movimiento del lápiz y se interrumpe la materialidad del papel, con la tinta? Tu prohibición y amistad me incentiva a seguir adelante.
Por favor Luis, cuéntame el episodio que viviste a los 18, al menos así podré vivir aventuras a través tuyo, y aprender de ti, aprender a escribir mejor por la forma en que me lo relatas. Quizás se me ocurra una idea para un cuadro con tu episodio y te la puedo decir para que la pintes. Ya pensar en un cuadro con una madre, con ojos de cascabel, restregando a su hijo en la tina, me motiva.