Quizás nadie debería ser abierto. Jack Gilbert

Extraídos de Views of jeopardy (1962). Traducción de Ignacio Morales.

Y ella esperando

Siempre he estado asustado
de este momento:
de volver al amor
con perspectiva.

Veo estos pechos
con los otros.
Toco esta boca
y las otras.
Comando este corazón
como los otros.
Sé exactamente
qué decir.

La inocencia se ha ido
de mi.
La canción.
La canción, súbitamente,
se ha ido  
de mí.

 

Puede ser que nadie deba ser abierto

Tú sabes que tomo en serio a las ballenas.
Se mueven vastamente a través de la oscuridad,
silenciosas.
Es intolerable.
O Crivelli, con su fruta.
El pepino japonés.
O la carne blanca de los melones tuna
siempre en la oscuridad.
Esa oscuridad sellada desde el comienzo.
El pequeño vacío en el centro
de la oscuridad.
Como las vírgenes.
El paisaje no iluminado.
Iluminado por mi.
Iluminado como mis manos
en el cuarto oscuro
colgando la película con pinzas
en la absoluta oscuridad.
El trabajo duro
y mis manos de pronto grandes y brillantes.
Vírgenes.
Ballenas.
Oscuridad y laúdes.
Pero quizás nadie debería ser abierto.
El ciervo vuelve a los pesebres
súbitamente abre la temporada de caza.
Las niñas encuentran un segundo amor.
Sémele fue condenada
por contemplar a la ballena
incluso en su forma menor.
El excelente Sócrates arruinó Atenas.
Ahora tú has enloquecido
y yo tengo que huir.
No son los sueños.
Es este amor tuyo
que crece en mí
maligno.

 

Lluvia

Repentinamente esta derrota.
Esta lluvia.
El azul se torna gris
y amarillo
un ámbar terrible.
En las calles frías
tu cuerpo tibio.
En cualquier habitación
tu cuerpo tibio.
Entre todas las personas
tu ausencia.
Las personas que siempre
no son tú.

He sido bueno con los árboles
durante mucho tiempo.
Muy familiar con las montañas.
La alegría ha sido un hábito.
Ahora
de repente
esta lluvia.


Susana y los viejos

Es ingenuo de Rubens mostrarla
tímida. Eran claramente culpables
y le causaron mucho dolor. Peros este poema
no se interesa por la justicia.
Se preocupa por el miedo.
Si pudiera, te forzaría a mirarlos
en la fronda con sus miradas enfermizas,
los cuerpos, las bocas pestilentes.
A ver al de las manos temblorosas.
Al de visera.
Te mostraría a través de las hojas
toda la gracia del mundo
compactada. El opulento resplandor.
Su textura. El lustre del agua en su brillo.
La luna en la luz del sol.
No solo el coro de la carne.
Ni la intimidad de su boca interior.
Un prado tibio e inhabitado.
Personal. Y los viejos excluidos
para siempre. Eternamente exiliados.
Te mostraría sus manos inexactas
Hasta que reconocieras como llega ante ti.

Pienso en ellos empujados al centro
del infierno donde el dolor es más intenso.
Para verlos en la cima de las chimeneas,
remotos, una pequeña moneda de color.
Y, a veces, hojas.


Las cuatro mandarinas perfectas

Las cuatro mandarinas perfectas eran
una pista
ahí sentadas
cantando
(tres a una)
en esa habitación
de las diez-trece a.m.
no infelices  de la muerte
cantando sobre cómo eran mandarinas
contra blanco
pero como
contra el naranja continuo
eran solamente
fruta.

Una cantaba sobre dios
sus ocho mil rostros verdes
y la inmediata gloria de sus
pabellones
danzantes.

Tres cantaban sobre cómo no se puede volver al pasado.

Una canta sobre las semillas en su corazón
sobre cómo
dentro de su piel color mandarina
dentro de su carne
(que era el color de
las mandarinas)
habían diminutas
y verdes
semillas
en el interior.

Así que
abrí la elegida
el aroma de su destrucción
fueron los dulces pechos
de no estar más
solo.

La blancura, el sonido y Alcibíades

Así que al fin llego a este aniversario
aquí en casa de extraños.
Con un par de zapatos rotos,
sin profesión, y unos pocos poemas.
Después de todas las promesas.
No por adicción o juego, por elecciones.
Por preocupación por las ballenas y el amor,
por elefantes y Alcibíades.
Pero para llegar a tan pocos resultados.
Algunas esquinas listas,
una serie de arcos sin fachada,
y en todos lados los ambiciosos
e inconclusos monumentos a Myshkin
y a la magnitud. Como persistir
en la arrogante aguja de Beauvais.

Despierto en Trastevere
en la casa de unos campesinos de ciudad,
y descanso en el ruido soñando
con la opulencia de las noches de verano
de mi infancia cuando la oscuridad
era de sesenta pies de profundidad en lujo,
de olmos, arces y sicomoros.
Deambulaba cada hora
con amable y desconcertada necesidad,
siguiendo el leve sonido
de las mujeres en las hojas móviles.

En Latium, años atrás,
me senté en un camino mirando
un buey venir a lo largo del día.
De un blanco crudo a la distancia.
Ocasionalmente bajo un árbol.
Descolorido bajo el pesado sol.
Suave en las sombras resplandecientes.
Blanco algodón cerca del brillo.
Blanco pétalo cerca de la sombra.
Lino, blanco piedra, y leche.
Blanco buey ante mí, y más allá
dentro del trueno de luz.

Durante diez años he intentado
entender lo del buey.
El sonido. Las ballenas.
El amor. Y llegué aquí
para dar gracias por lo ganado.
Despierto al frescor de lo gratuito.
De llegar y partir. Al viaje.
Al frescor. Y hago reverencia.

+ Jack Gilbert  (1925- 2012) fue un poeta estadounidense. Ganó el premio Yale Younger Poets en 1962 por Views of Jeopardy,  y logró un tipo exposición extraña para un poeta: su foto apareció en Esquire, Vogue y Glamour, y su libro era robado de las bibliotecas y librerías. Una beca Guggenheim le permitió ir a Europa; pasó gran parte de las dos décadas siguientes viviendo modestamente en el extranjero. Tuvo éxito literario al comienzo, pero se autoexilió. Se reunía con Ginsberg y Jack Spicer en San Francisco pero nunca se sintió influenciado por los beat. Se autodescribía como “romántico serio” y sus poemas se tratan en su mayoría sobre relaciones y pérdidas amorosas.
+ Ignacio Morales (Santiago, 1986), poeta y traductor. Ha publicado Volvo (Libros Tadeys, 2017) y las antologías de poesía escolar Miraré el sol y me quemaré con gusto (2015) y Ven a bailar contra el oleaje, ven a gozar la fácil destrucción del cisne, 14 poetas del Apocalipsis (2016), por el sello Épica social americana. Actualmente reside en São Paulo.