*Reseña de Mirtha Dermisache: Selected Writings, publicado por Siglio y Ugly Duckling Presse, 2018. Arriba: imagen de portada. Todas las imágenes a continuación se incluyen en el libro.
Imaginemos la siguiente escena: un adulto le pide a un niño que escriba la palabra “elefante”. El niño, que aún no aprende a escribir, toma el lápiz y dibuja la silueta del animal. Pero esto es un dibujo, le dice el adulto. Yo te pedí que escribieras “elefante”. Entonces el niño toma el lápiz y esta vez traza una serie de garabatos a la manera de una escritura. Frente a esa página seríamos incapaces de descifrar algún mensaje. En sus trazos, sin embargo, reconoceríamos algunos atributos de la escritura alfabética: la discreción de sus figuras, por ejemplo, o su disposición horizontal.
La artista argentina Mirtha Dermisache (1940-2012) nos pone, una y otra vez, en esta paradójica situación. A lo largo de su carrera, Dermisache produjo una copiosa obra gráfica que, simultáneamente, nos pide y nos impide leerla. En una carta de 1971 dirigida a la artista, Roland Barthes recurrió al término escrituras ilegibles para referirse a estas grafías. La obra de Dermisache, en efecto, nos invita a acoger la idea de que, para entenderse como tal, la escritura no necesita reducirse a la transmisión de contenidos semánticos. Y que ésta, por lo demás, comprende diversos planos de significación, que exceden el marco lingüístico. En esta línea, la atracción que nos producen sus escrituras ilegibles, me parece, no reside tanto en el negarnos una y otra vez la posibilidad de descifrar en ellas un mensaje, sino en el revelarnos las infinitas posibilidades que, para producir sentido, tiene aquella actividad que llamamos escribir.
Muchos son los artistas que produjeron escrituras ilegibles –o asémicas, como también se las denomina–, entre ellos Hanne Darboven, Irma Blank, Bernard Réquichot, Christian Dotremont y el argentino León Ferrari. A diferencia de éstos, sin embargo, Mirtha Dermisache concibió su escritura como una práctica que se mantenía fuera tanto del campo literario –incluso de la poesía visual– como del arte. Porque ¡yo escribo!, la primera retrospectiva de su obra presentada el año pasado en el MALBA, enfatizaba esta determinación ya desde su título. Por otra parte, Dermisache prefirió el libro a la galería o el museo como medio para exponer sus escrituras. “Yo los quiero como páginas de un libro –diría en una temprana entrevista–, de un objeto con tapas, cosido por un lado y abierto por otro. Si alguien quiere pegar una de estas páginas a la pared, que la rompa, que le dé a su gesto el sentido de arrancar una página de un libro y ponerla en otro lado”. La edición de sus originales en un libro constituía, para ella, una manera de hacer circular sus obras más allá del circuito artístico.
Esta preferencia por la apertura de su obra a través de la edición tomó forma en distintas publicaciones que Dermisache realizó en colaboración con editores como Florent Fajole, con quien hacia el final de su carrera organizaría además exposiciones bajo el concepto de “dispositivo editorial”. Hasta donde yo sé, la reciente publicación en Estados Unidos de Selected Writings, realizada en conjunto por Siglio y Ugly Duckling Press, representa la primera edición de la obra de Dermisache que no constituya una publicación de artista ni un catálogo de exposición. Es probable que sea, además, el primero de los libros dedicados a su obra que se distribuya tan ampliamente en librerías y en internet.
Selected Writings, coeditado por Lisa Pearson y Daniel Owen, compila textos diversos y dos libros íntegros creados por Dermisache durante los años 70, período particularmente productivo para la autora. Los dieciséis textos reunidos en la primera parte componen una excelente muestra de la variedad de procedimientos –aquello que Barthes llamó ductus, la manifestación en la escritura del gesto corporal que le da origen– con los que la artista ejecutó sus distintas obras. Formadas por líneas estiradas a lo largo de la página, enrevesadas como greñas, interrumpidas a veces por manchas, otras por el blanco del papel; por líneas finas y espaciadas, gruesas y ceñidas; por líneas que se encasillan, que forman bloques; por puntos con ligadura, puntos alineados, puntos que devienen línea: cada una de estas escrituras constituye un mundo autónomo, un pequeño reino que no existe fuera de los propios gestos que le han dado forma. Todas comparten el estar dispuestas en renglones, a excepción de una, que recuerda alguna obra de Michaux –otro asiduo a los trazos ilegibles. Los rasgos más uniformes y sostenidos de Libro N°1 (1972) y Sin título (Libro) (1971), reproducidos en las secciones siguientes, dan cuenta del interés de Dermisache por el libro como unidad.
El período cubierto por Selected Writings –de 1970 a 1979– hace inevitable pensar en el contexto político en que estas obras fueron producidas. En una entrevista de 2011, Mirtha Dermisache declaró que en toda su carrera sólo hizo una referencia directa a eventos políticos, en Diario n°1 –año 1, tal vez su pieza más conocida: “La única vez que me referí a una situación política de mi país fue en el Diario. La columna de la izquierda que está en la última página es una alusión a los muertos de Trelew”. La artista se refiere a la Masacre de Trelew, fusilamiento por parte de militares de 16 militantes peronistas y de izquierda tras un intento de fuga del penal de Rawson, ocurrido en agosto de 1972. Sus escrituras ilegibles, en efecto, surgen en un agitado contexto político –el de la dictadura autodenominada Revolución Argentina (1966-1973)– y en un campo artístico donde los conceptos de ideología y política ya no eran vistos como ajenos. En 1966, Costa, Jacoby y Escari publican Un arte de los medios de comunicación, donde dan a cuenta del experimento a través del cual lograron que diversos medios informaran sobre un happening que nunca tuvo lugar. Dos años más tarde, en reacción al cierre de las azucareras en Tucumán, la célebre obra colectiva Tucumán arde busca infiltrar en los medios la información que éstos evitan publicar. En este contexto, tras el cierre del Instituto Di Tella, Jorge Glusberg inaugura en Buenos Aires el Centro de Arte y Comunicación (1969-1977), organización que se ocupará, inicialmente, de la divulgación de la obra de Dermisache, imprimiendo Carta (1971), Diario n°1 –año1 (1972) y Libro n°1 -1969 (1973) para distintas exposiciones colectivas.
Es claro que el potencial político de su obra gráfica trasciende las referencias a hechos históricos concretos. Sus grafías interrogan las capacidades del lenguaje –en particular de la escritura– para dar cuerpo a una comunidad. Es cierto que, al no portar contenidos semánticos, las grafías de Dermisache dan expresión a una resistencia frente a la cooptación que el poder ejerce sobre la escritura en determinados contextos. Pero más interesante es la exploración que éstas hacen de las posibilidades de la escritura en tanto canal de interacción. Ese tejido, que a la vez alude a la escritura y soslaya el alfabeto, apela a un contacto entre autor y lector que no pase por vías lingüísticas. La multiplicidad de sus gestos manuales, así como la preferencia por el libro en como medio, acentúan esta aspiración.
Es allí donde gravita la radical libertad de su obra. ¿Cuál dirección deben seguir nuestros ojos? ¿Dónde empezar? ¿Dónde finalizar? Somos sus lectores-espectadores, después de todo, quienes decidimos cómo recorrer con nuestra vista sus múltiples formas. En ese ir y venir sobre las páginas, lo que va apareciendo ante nosotrxs es un cuerpo, la constancia de un gesto manual, repetido una y otra vez a lo largo del tiempo. Es el esbozo de un ámbito común, el delineamiento de una extraña intimidad.
“Me costó despojarme de la terminología aprendida –señaló alguna vez Dermisache respecto a su método artístico–, aprender a desaprender lo que se aprendió como lenguaje”. La libertad que nos ofrecen sus grafismos radica, precisamente, en el despojarnos de nuestro saber leer, de nuestro saber escribir. Su invitación al desaprendizaje nos recuerda además que la creatividad –incluida la escritura– no es tanto un asunto de conocimientos y de técnicas, sino más bien ese desprendimiento que nuestro deseo precisa para abrirse paso.
En otra escena –o tal vez la misma– el niño que no ha aprendido aún a escribir, escribe y luego afirma: Aquí dice “elefante”. El adulto le responde: No, ahí no dice nada. Las escrituras ilegibles de Mirtha Dermisache, en este caso, le dan la razón al niño. En el mundo que ellas crean, no es necesario saber para estar en lo cierto.
+Felipe Becerra (Valdivia, 1985). Recibió en 2006 el premio Roberto Bolaño de Literatura Joven, categorías Cuento y Novela. En 2014 fue seleccionado en el programa de residencias artísticas del Centre International des Récollets, en París. Publicó la novela Bagual (Zignos, 2008; Sangría, 2014), traducida al francés como Chiens féraux (Anne Carrière éditions, 2011). Uno de sus cuadernos fue parte de la exposición Haciendo días, curada por Juan José Santos (CENTEX Valparaíso, 2017). Actualmente escribe Los Cisnes de Ñache, su segunda novela.