"La serpiente" de D. H. Lawrence

La serpiente, D. H. Lawrence. Traducción de Germán Carrasco.
Una serpiente macho llegó a mi abrevadero
en un día de mucho, mucho calor
en que yo me levanté en pijamas
 para saciar mi sed.
Me había encaminado hasta allí con mi jarro
bajo la intensa sombra de extraño perfume
 de un viejo algarrobo
mas debí esperar, esperar de pie
porque había alguien en el abrevadero
antes que yo.
Él había emergido desde una fisura del muro
en la penumbra
arrastrando su parda languidez con el suave
abdomen
hacia abajo
por el borde de piedra del abrevadero,
recostó su lengua en el fondo del recipiente
y del agua que se acumula ahí debido
 a la llave que gotea
sorbía con su boca alargada
a través de su suave paladar
hacia su lánguido y longilíneo cuerpo.
En silencio.
Había alguien antes que yo en el abrevadero
y yo, como el segundo en llegar,
esperaba.
Apartó la cabeza del agua, como hace el
ganado,
me miró vagamente como hace el ganado al
beber;
hizo aletear su lengua ( tenedor de dos
dientes),
permaneció un momento pensativo
y bebió un poco más.
La voz de mi educación me señaló
que él debía morir.
Y sentí voces dentro de mí, diciendo:
si fueras hombre
tomarías un palo y lo matarías.
Pero debo confesar que me agradaba.
Estaba contento de tener
un silencioso huésped en mi patio
que con elegancia, tranquilidad y misterio
emprendía su retirada, retornando
a las profundidades ardientes de esta tierra.
¿Fue cobardía no matarle?
¿Fue morboso mi deseo de querer
entablar un diálogo con él?
¿Fue humildad el haberme sentido tan
honrado?
Me sentía tan honrado
Pero esas voces:
si no te diera miedo, le matarías.
Yo estaba, en realidad, asustado
pero aún así, me sentía
aún más honrado por este ser
que vino a buscar mi hospitalidad
desde la oscura puerta de la tierra secreta.
Bebió lo suficiente
y alzó su cabeza somnolienta
como alguien que ha bebido demasiado.
Sacudió su lengua en el aire
y miró alrededor como un dios inadvertido
y lentamente volvió la cabeza
como si fuera a dormir
profundamente.
Procedió, luego, a retirar ceremoniosamente
su extenso cuerpo
y cuando introdujo su cabeza lentamente
en la hendidura por la cual había llegado,
una especie de indignación se apoderó de mí
porque se marchaba deliberadamente
por la puerta que conducía a las tinieblas.
Miré alrededor, dejé mi jarro;
tomé un palo cualquiera
y lo lancé con estruendo al abrevadero.
Creo que no le dió
pero bruscamente la parte de él que estaba
afuera
se sacudió en convulsiones indignadas
retorciéndose como un rayo. Luego se fue
y yo, en la calma intensa de la tarde
observaba con fascinación por la fisura.
Inmediatamente el remordimiento se apoderó
de mí.
Pensé: qué miserable, qué vulgar,
qué acto tan canalla. Me desprecié,
desprecié las voces de mis prejuicios,
de mi odiosa y desafortunada educación.
Y pensé en el albatros
y desee que volviera, mi serpiente.
Porque era un Rey,
un rey exiliado, depuesto
en el mundo subterráneo
mas ahora dispuesto
a recuperar su trono.
Y fue así como perdí mi oportunidad
con una de las majestades de la vida.
Y tengo algo que expiar:
mezquindad.
D. H. Lawrence (1885 – 1930), fue un narrador, poeta, dramaturgo y ensayista inglés. En sobra abordó temáticas relacionadas a la vitalidad, la espontaneidad, la sexualidad y el instinto. Fue perseguido y censurado y pasó la mayor parte de su vida en un exilio voluntario, que él mismo llamaba “peregrinación salvaje”.
Germán Carrasco (Santiago, 1971), es un poeta chileno de la llamada “generación de los 90’s”. Fue parte del taller de la Fundación Pablo Neruda, del taller de escritores de la Universidad de Iowa y del Tree House en New Bedford & Gloucester, Massachusetts. Ha dirigido cursos y talleres en Chile y en Argentina. En 2016 la editorial Lumen publicó Imagen y semejanza, antología que recoge todo su trabajo poético.