Roma no cayó en un día. La decadencia es un proceso de carcoma cultural muchas veces indolente que puede demorarse varios siglos. Quién sabe si en su momento los mismos romanos lo vieron venir, en los estertores del imperio no se prodigaron grandes mentes y sagaces pensadores como los que acompañaron los siglos de apogeo. El relato decadente tiene algo de voluptuoso, una tendencia complaciente a recrearse en sí mismo en el goce de la incierta y perezosa épica del fin mientras transita al borde del abismo en la vivencia de la degradación de los valores, el ocaso cultural y el deterioro de las instituciones. Las civilizaciones y los imperios se agrietan. Se desmoronan y agonizan como un ahogado que no se terminara de ahogar, atónitos ante la fatalidad de su destino. En la secuencia, un orden sustituye a otro. Roma creció y se hizo fuerte gracias a una cloaca. Siglos después, un cruce fatídico de gobernantes incapaces y sus luchas de poder, la presión en las fronteras, la continua devaluación de la moneda, una nueva religión de Estado, varias sequías y erupciones que afectaron el clima y sucesivas plagas de viruela y peste, la llevaron al colapso. El agua dejó de correr en los acueductos, las cadenas de producción y distribución de alimentos se fragmentaron provocando hambrunas, degradación del trabajo y revueltas y gran parte de la población urbana del imperio abandonó las ciudades pestilentes. A cambio de seguridad, Occidente se sumergió en las tinieblas del servilismo feudal y la superstición, dejando cuerpo y alma secuestrados en la retórica y la ley de las espadas y las mitras durante siglos.
Cualquier parecido con la actualidad es mera coincidencia.
Lada Koroleva, es de Rostov-on-Don, tiene diecinueve años y dos hijas muy pequeñas. Lada, su marido y las niñas viven ahora en Moscú. El año pasado decidieron mudarse en busca de oportunidades. Cargando una gran caja mochila del Delivery Club y siempre con sus niñas, Lada hace repartos en la capital. Alguien que la vio en un vagón del metro con las pequeñas en brazos y la enorme caja de reparto en la espalda tomó unas fotos y las subió a la red. Enseguida las imágenes de Lada se viralizaron más allá de Rusia.
Cuando Julia dejó Roma con sus dos hijos lactantes, la noticia de su partida no pasó de un comadreo dentro de los límites del barrio. Fue la casera quien se encargó de propagar chismes e insultos porque la panadera viuda se escabulló dejando sin pagar siete meses de alquiler. El marido de Julia no conoció a los mellizos, murió poco antes de que nacieran tratando de defender la ciudad de uno de sus múltiples saqueos. Desde que Genserico tomó Cartago, los suministros de trigo de África dejaron de llegar a Roma con regularidad. De un día para otro la ordenada vida de Julia la panadera comenzó a desmoronarse. Sola con los mellizos, sin trigo ni trabajo. Apenas en unos meses todo era deudas.
Miel Gibson, solo para corazones valientes. Profesora chilena con cuatro hijos y desempleada desde febrero lanza marca creativa de miel para sustentar a la familia durante la pandemia. La iniciativa es modesta y casera, pero ayuda a mantener los gastos de los chicos y la casa. En medio del desastre, las cándidas voces moralistas del pensamiento positivo ponen el proyecto como ejemplo y vuelven a echar mano de ese lugar común que pregona que “en cada crisis se esconde siempre una oportunidad”, como si por arte de magia y a simple fuerza de optimismo las masas planetarias de afectados pudieran salir del agujero negro en el que nos encontramos. Muy lejos de Santiago y por esos misteriosos caminos de la híperconectividad, el pequeño y creativo emprendimiento llega a oídos de los representantes de William Wallace. Desde California, los abogados de Braveheart intiman a la profesora para que en 48 horas retire del producto la imagen del actor si no quiere enfrentar acciones legales. De repente, la feliz idea parece transformarse en un caso de David y Goliat del capital contemporáneo.
La aparición del Covid19 y las consecuencias del extraordinario confinamiento están acelerando procesos. En su gestión, la razón sanitaria se aborda en términos políticos, económicos e ideológicos y desde esa misma lógica, los efectos económicos que recién comienzan a revelarse, se propagarán impactando la salud mental y física de millones de personas. En apenas unos meses los resultados son demoledores, destrucción de millones de puestos de trabajo debido a la quiebra masiva de empresas y comercios de todos los tamaños, aumento de la informalidad y anticipo acelerado de la automatización en el tránsito hacia la cuarta revolución tecnológica. Desempleo estructural que se prevé de largo plazo. Y sobre todo, una precarización alarmante de las condiciones laborales y de la calidad de vida, incremento de la desigualdad y de la tensión social. Si esta vez no es el fin de la historia, tal vez sea el fin de la clase media. El cruce de acontecimientos que puede dar lugar a la materialización extendida y crónica del precariado.
En marzo de 2019, una primera imagen de Lada Koroleva ya había aparecido en la red social rusa VKontakte. En la foto se ve a Lada por las calles de Rostov empujando un carrito de bebé y con una caja de Yandex.Eats en la espalda. Los productores enseguida identificaron una buena historia. En varias entrevistas de prensa y en un talk show de televisión, Lada dijo que comenzó a trabajar en el delivery cuando el ejército reclutó a su pareja para hacer el servicio militar. Con lo que ganaban no conseguían sustentar a la familia. Entonces buscó un ingreso extra y como no tiene quien le ayude con las niñas, siempre las lleva consigo al trabajo. Más tarde, en otra aparición, Lada informó que buscaba apartamento porque estaba harta de que su marido, al regreso del ejército, pasara el día jugando video juegos sin ayudar en nada, iba a separarse. La fama y la exposición tuvieron retorno inmediato. La gente es buena y generosa, cómo no iba a conmoverse ante las penurias de una joven madre luchando por sobrevivir en un ambiente en el que el trabajo es cada día más precario. A través de cadenas solidarias en las redes, a Lada comenzaron a llegarle pañales, juguetes, ropa y comida de bebé. También algunas donaciones en dinero.
Julia no llegó muy lejos. Pensaba regresar a su aldea de montaña en el Piamonte donde aún tenía familia y la plaga hacía menos estragos. El trayecto era peligroso, pero no tenía opción. Se unió a una caravana de comerciantes y desplazados que avanzaba por caminos secundarios apartados de las vías troncales. Al verla caminando con las dos criaturas y cargando un enorme fardo en la espalda, una mujer le hizo lugar en su carreta. Llevaba salazones de pescado y ella misma parecía una sardina salada y tiesa. La caravana se dirigía al norte. La misma ruta por la que los invasores bajaban hacia el sur.
Tras el impacto mediático del caso, la profesora chilena Yohana Agurto ha multiplicado sus seguidores en Instagram y las ventas de Miel Gibson. Los representantes de William Wallace han accedido a un acuerdo y tan solo piden que se retire del producto la imagen de Braveheart. El frasco de miel con la etiqueta original que generó el conflicto es ya un objeto de culto y la profesora chilena ha recibido pedidos de México y Brasil. El exitoso desenlace refuerza a los paladines del pensamiento positivo en su convicción de la crisis como oportunidad. Superado el desasosiego provocado por el email de California, todos estamos felices viendo que en justicia, de nuevo David ha vencido a Goliat. La esforzada docente se siente más tranquila y ha comentado a la prensa: “El otro día tuve un sueño en la noche. Soñé que tenía una tienda donde no solamente tenía mieles sino hasta merchandising y un delantal con una abeja”. Algo en el sueño de Yohana se parece al cuento de la lechera. Y es que la historia aún no ha terminado. En ese momento Yohana todavía no sabe que lo peor está por llegar.
Precariat o precariado suena a sociedad secreta, a secta, a herejía del siglo XII. La palabra es un neologismo que combina precariedad y proletariado. El término se popularizó a partir de la publicación en 2011 del libro The Precariat: The New Dangerous Class de Guy Standing, profesor de Economía de la Universidad de Londres y uno de los promotores de la renta básica universal. Ya aparece en el peculiar Manifesto Bio-Pop del Precariato Metroradicale de 2004 y Chomsky también lo utiliza en el artículo Plutonomy and The Precariat publicado en 2012.
El precariado es una nueva estructura de clase social emergente que surge del capitalismo de flujos intensivos impulsado a partir de los años 80 por el modelo económico neoliberal y sus políticas radicales de libre mercado y flexibilización del trabajo. El precariado lo integran personas que rechazan el antiguo consenso y los esquemas políticos establecidos en el siglo XX. Este fenómeno no es un accidente ni el reflejo del fracaso del sistema económico, sino un efecto proyectado por el propio modelo neoliberal. La apertura globalizada de mercados que se aceleró expansivamente en los años 90, incorporó más de dos mil millones de personas a las nuevas cadenas de producción, triplicando por tres la mano de obra disponible para la industria en un breve período de tiempo. Las expectativas salariales de los trabajadores de países asiáticos emergentes y lo que estaban dispuestos a aceptar por su trabajo, muy inferior al costo laboral de las grandes economías de Occidente, colocó gran presión a la baja sobre los salarios en los países desarrollados. A partir de entonces comenzó a producirse una brecha de desigualdad creciente entre quienes reciben ingresos por rentas del capital y quienes los reciben por el trabajo. Si todos los caminos conducen a Roma, todas las causas que han terminado por desencadenar estos desequilibrios provienen de los excesos del sistema neoliberal.
Para Standing, el empleo temporal o inseguro no es el único factor que define al precariado. Señala como condiciones aun más relevantes, la ausencia de una identidad ocupacional que proporcione una narrativa de vida, la falta de acceso a prestaciones sociales y una continua pérdida de derechos. Se trata además de la primera clase emergente en la historia con cualificación superior al tipo de trabajo que desempeña y se caracteriza por estar sometida a una constante sensación de vértigo e incertidumbre que produce estrés y ansiedad, además de una violenta ira. El precariado no es homogéneo, integra grupos de origen diverso, hijos de la clase obrera tradicional relegados de las oportunidades de trabajo y golpeados por la globalización, emigrantes y minorías desadaptadas en su entorno y jóvenes con formación universitaria superior que en los engranajes del sistema no consiguen concretar las expectativas que el propio sistema les prometió. Los dos primeros tienden a ser más permeables a los discursos populistas y nacionalistas de la extrema derecha emergente. El tercer grupo suele ser progresista, reniega del stablishment y se manifiesta en contra de todas las estructuras del consenso político y económico.
2008 inicia el cierre de un ciclo. En los años que siguieron, la economía dopada a base de imprimir e inyectar dinero ha dado una falsa sensación de recuperación que eclosiona en la actualidad con la aparición sorpresiva de la pandemia y su efecto de paralización casi total de las actividades. La expansión de la economía de plataformas, el avance hacia la automatización y especialmente el desarrollo de la inteligencia artificial, está impactando no solo a la mano de obra no cualificada, paulatinamente va desplazando también a profesionales del segmento salariat, personas asalariadas con formación y conocimientos específicos cuyas habilidades comienzan a ser remplazadas por algoritmos cognitivos. Una tendencia de precarización que llegó para quedarse y que se intensificará, no solo en relación al empleo si no a la calidad de los servicios públicos y prestaciones sociales porque en la evolución del capitalismo algorítmico se prevé que, con el tiempo, la función del Estado continúe diluyéndose. O bien, por el contrario, que el control estatal avance hacia modelos de corte autoritario que amenacen libertades ciudadanas.
Phillip Brown, autor del libro The Global Auction, habla de un proceso de taylorismo digital indicando que gran parte de la fuerza de trabajo que antes era contratada por su expertise y talento está siendo estandarizada, lo que continuará llevando los salarios a la baja. El trabajo tal como lo concebíamos está cambiando. Como sucedía en las subastas de actividades temporarias para mano de obra no cualificada en los grandes puertos de Europa durante el siglo XIX, en el futuro próximo la forma habitual de acceder al trabajo puede generalizarse adoptando el modelo bajo demanda o por subasta, oportunidades por hora, por día, por proyecto. Ya es un hecho en el formato call on que utilizan las principales plataformas de servicios (Uber o Airbnb) o en las que conectan la demanda de talento con trabajadores freelance descentralizados (UpWork o Toptal).
Para Damon Silvers, abogado y asesor que ha ejercido varios cargos públicos en la administración norteamericana, a medida que se incrementa la automatización productiva y entramos en la lógica de la digitalización, en la relación que juega el capital, el trabajo y la tecnología, el empleo puede ir conformándose como una sucesión de tareas de corto plazo. Jeremy Rifkin, economista, activista y teórico social, va un paso más allá. Considera que la precarización es un período intermedio que desembocará en una era sin trabajo. La expansión de la robótica, la inteligencia artificial, la automatización y el control de la información y de los datos, dará paso a una economía que podrá prescindir casi por completo de fuerza de trabajo humana. En ese escenario, la renta básica universal será imprescindible, se necesitarán nuevos y muy diferentes modelos de consenso y un profundo cambio socio-cultural y político que horizontalice las estructuras. Para Rifkin, la respuesta a la crisis climática, a la disrupción del ecosistema y a la desigualdad creciente en la distribución de riqueza es la economía colaborativa, de costo marginal cero, que deje atrás los combustibles fósiles y se sustente en energías renovables. Para economistas más carnavalescos, en ese futuro sin trabajo, el pan y circo del momento serán la renta básica, la marihuana y el entretenimiento gratis.
Lada Koroleva ha sido acusada de fraude por algunos de sus mismos bienhechores. Dicen que inventa historias sobre su separación y desamparo para sacar dinero a costa de la buena voluntad del público y los donantes. A principios de agosto la chica hizo su descargo en un programa de televisión diciendo que la vida le ha enseñado que es mejor sólo recibir ayuda en forma de trabajo, pues cuando el apoyo llega en dinero, siempre terminan por saltar las sospechas. Según sus declaraciones, ahora trabaja el turno de noche en una floristería, limpia apartamentos y continúa ocasionalmente con el delivery para completar la renta. Aunque su objetivo es dejarlo para que sus niñas, que han vivido así desde que nacieron, no sigan teniendo que trabajar. Posteriormente han aparecido en Instagram nuevos llamados a transferir dinero a una cuenta bancaria para ayudar a Lada Koroleva. Hasta la fecha, no se sabe si ella tiene alguna relación con esa iniciativa.
Julia sin apellido se perdió en el tiempo como la mayoría de mortales a lo largo de la historia. La vieja sardina salada y tiesa la entregó por unas monedas a la retaguardia de abastecimiento del grupo de invasores que los interceptó no muy lejos de Roma. Los mellizos se los quedó. Parecían sanos y robustos, tendría oportunidad de sacar mejor tajada en otra ocasión. De nada le servían al ejército.
Yohana Agurto, la profesora chilena del pequeño emprendimiento, es ahora cuando sabe lo que verdaderamente significa la mezquindad. En su caso, los abogados de William Wallace ejercitaban un derecho protegido por la ley y a fin de cuentas, el episodio terminó bien y con acuerdo. Mientras superado ese primer disgusto Yohana soñaba feliz con su tienda y la expansión del negocio, la empresaria Paula Hait, en una jugada despreciable, se adelantó a la profesora en la solicitud de registro de la marca Miel Gibson en el instituto de propiedad intelectual. Ante ese acto mezquino de pillaje oportunista, ahora será Yohana Agurto quien tendrá que litigar y defender los derechos para el uso de su marca.
Al otro lado del confinamiento y de las historias cotidianas, la superposición simultanea de crisis como crisis sistémica parece una conjunción astrológica de mal agüero. Crisis climática, sanitaria y económica. Crisis de la deuda y los capitales, del trabajo y crisis social. De la crisis espiritual no se habla, pero tal vez sea el fondo del pozo en el que se sumergen la ansiedad y la incerteza y en su reverso, el miedo. La decadencia se revela en los grandes y pequeños detalles. Como está mostrando la pandemia, en el mundo globalizado, de lo doméstico al contexto, todo está conectado y los efectos son en cadena. Nada falta. Una corte de gobernantes insensatos que en muchos casos se perpetúan o quieren perpetuarse en el poder como reyezuelos y si viene al caso actúan sin pudor haciendo uso de los métodos que distinguieron al clan Borgia. Incendios devastadores como los que este año han sufrido California y Australia. Varias plagas e inundaciones catastróficas que fuerzan a China a realizar importaciones masivas para garantizar el abastecimiento de comida y gobiernos que ante la incertidumbre y la inestabilidad de las cadenas de suministro, comienzan a acopiar alimentos. Una pugna geopolítica entre potencias por la hegemonía comercial, monetaria y tecnológica que puede acabar en un conflicto entre las flotas que ya se miden de cerca en el mar del Sur de China. Una nueva religión que es la falta de religión, de consenso y rito. La deuda global insostenible y una moneda base de intercambio hace tiempo desligada de la economía productiva y sin respaldo que en cualquier momento puede colapsar. Tampoco falta la pandemia que además de sesgar vidas, está acelerando el cambio de hábitos de consumo y esquemas de trabajo. Como resultado de esa tendencia de empleo remoto y descentralizado, varias de las grandes ciudades comienzan a perder residentes, personas que pueden trabajar desde cualquier parte y buscan lugares con menos riesgo de contagio, más metros y más baratos. Cruzando todos esos frentes, la guerra de la desinformación, la propagación de los discursos anticiencia y el aumento de creyentes en teorías irracionales no están lejos de reproducir los esquemas del pensamiento supersticioso causa-efecto que durante siglos dominó la estructura mental de las sociedades feudales.
Roma no cayó en un día. Nosotros tampoco lo haremos y si caemos tal vez ni siquiera debamos lamentarlo. O sí. El tiempo lo dirá. Vivimos en el ruido de la batalla global de narrativas, el sistema sabe que está en un punto de inflexión y decadencia y debe reajustarse. Un reajuste que no atiende a ideologías si no al desgaste de los ciclos económicos y a la evolución e intereses de quienes dominan los modelos productivos. El Foro Económico Mundial denomina ese ajuste Gran Reseteo. Una agenda global de transición que pretende promover un nuevo pacto social hacia un modelo más justo y sustentable. Que los mismos actores que llevaron al límite al sistema continúen marcando los caminos, da para pensar si no estarán cambiando todo o parte para que lo esencial no cambie. En Davos 2021 veremos de qué tamaño es la sorpresa. Sin esperanza, ni miedo. En ese mantra de los gladiadores tal vez resida alguna forma de resistir.
Delivery Club es la empresa de reparto para la que alguna vez trabajó Lada Koroleva. En una de sus campañas empapelaron Moscú con un eslogan que decía: “Tu pedido te lo entregará un profesor de literatura”, idem “una artista galardonada”, “un periodista”. Cuando lo leí me acordé de la época en que vivía en Buenos Aires. Los argentinos son expertos en crisis y reconocidos por su creatividad publicitaria. Allá por el 2000, veinte años antes que los anuncios de la empresa rusa, en los letreros del techo de los taxis de la capital circulaba una campaña de Páginas Amarillas con el siguiente mensaje: “Arquitectos, acá (refiriéndose al conductor del taxi) o en Páginas Amarillas”. “Ingenieros, acá o en Páginas Amarillas”. “Abogados, acá o en Páginas Amarillas”. Una campaña simple, lacerante, de alto impacto y que en su momento para nadie pasó desapercibida. Los entusiastas del pensamiento positivo dirían que la creatividad morbosa tiene en la crisis su oportunidad.
En este impasse de la cuarentena no he aprendido a hacer pan de masa madre, no he alineado mis chacras ni he visto en secuencia todas las películas de Truffaut, aunque me he acordado bastante de Los 400 golpes. Será que como a todos la pandemia y el encierro me han pasado por encima como un aplanadora. Annus horribilis. Aún tendremos que seguir respirando detrás de las mascarillas. Cada uno aprendiendo a convivir y a aguantar el olor desconocido de su propio aliento
+ Silvia Veloso (Cádiz, España 1966). Es autora de los libros Sistema en caos y Máquina: la educación sentimental de la inteligencia artificial’ (2003, finalista del Premio Macedonio Palomino, México, 2007) y El minuto americano (2009). Algunos de sus textos aparecen en la compilación Gutiérrez de A. Braithwaite (2005) y Pzrnk: Alejandra, nenhuma palavra bastará para nos curar, ensayo y traducción al portugués de poemas de Alejandra Pizarnik, Instituto Interdisciplinar de Leitura –Cátedra UNESCO PUC, Rio de Janeiro (2014). En 2017, el proyecto ‘Relato de los muros’ fue exhibido en forma de instalación en la XX Bienal de Arquitectura (Valparaíso, Chile). Socia de Barbarie, pensar con otros.