Toxoplasmosis. Marcela Fuentealba

Para Neil Davidson

Se estima que la tercera parte de la población mundial está infectada con toxoplamsosis, Toxoplasma gondii, un protozoo intercelular, el parásito más común de la Tierra. Sus grandes huéspedes y transmisores hacia los humanos son los gatos (600 millones de animales, décima parte de la humanidad actual), por lo cual quienes han vivido con ellos tienen el riesgo de contagiarse de esta enfermedad que mata a los más débiles –fetos, enfermos, ancianos– y ante la cual el cuerpo sano se defiende creando anticuerpos. Pero el parásito sigue ahí, y varios científicos suponen que activo en el cerebro, hasta dominarlo.

Se ha observado, en ratas de laboratorio, al toxoplasma viajar a través de las células hasta el cerebro del animal y cambiar su comportamiento: logra que pierda el miedo y se vuelva presa de los gatos. El gato se come a la rata temeraria y así la toxoplasmosis completa su ciclo de reproducción, en el estómago del gato

El parásito sería experto en activar la producción de dopamina, la hormona que regula el miedo, el deseo, el humor, el sueño y el entusiasmo. Joanne Webster, investigadora del Imperial College London, sentó las bases de la llamada hipótesis de la dopamina. Explica que el parásito “se desarrolla magníficamente” en el cerebro humano porque se expande con la dopamina y forma quistes gracias al incremento de una enzima llamada tirosina hidroxilasa (la que genera la dopamina). “Más enzima, más dopamina”.

La dopamina liberada por la toxoplasma, según Webster, se extiende en todo el cerebro, no solo en la región límbica, como es usual. Esto causa “una plétora de efectos observables”. Dado que la acción de la dopamina es tan compleja e influyente en el comportamiento humano, el parásito puede manipularlo para cambiar prácticamente cualquier conducta, por eso las “alteraciones en los parámetros del comportamiento” en los seres humanos “son materia inabarcable”.

Se han diferenciado los efectos de la dopamina según el sexo, en estudios iraníes: “La inteligencia y la afecthotymia son mayores en la mujer, que tiende a ser cálida, extrovertida y divertida, atenta a los demás, amable y participativa; además tiene un superego fuerte: consciente de las reglas, laboriosa, comprensiva, ética, seria y formal”. Los hombres resultarían menos inteligentes, además de ser dominados por un fuerte superego, que los hace rechazar lo nuevo, “un carácter basado en la rigidez, lealtad, estoicismo, frugalidad y poca paciencia”. Tanto hombres como mujeres tienen “niveles más altos de tendencia a la culpa, a ser aprensivos y preocupados, dudar de sí mismos y maltratarse”.

El biólogo evolutivo checo, Jaroslav Flegr, lo puso en términos más simples y concretos: el toxoplasma común puede controlar nuestros cerebros. “Toxo secuestra las mismas células diseñadas para destruir a los invasores, los glóbulos blancos de la sangre. El parásito se sube a estas células como si fuesen un autobús, usa el sistema inmunológico para viajar a través del cuerpo y llegar al cerebro del anfitrión. En el camino convierte a esas células en pequeñas fábricas de químicos: dopamina, el neurotransmisor conocido para reducir el miedo y la ansiedad”.

En 1990, Flegr, que tenía toxoplasmosis, comenzó a probar consigo mismo. Si las ratas perdían el miedo, probablemente él también. Observó que cada vez se enfrentaba a la vida de forma más temeraria. En los siguientes quince años, con experimentos y análisis de datos de la salud pública, Flegr descubrió una serie de coincidencias entre la toxoplasmosis y los accidentes: calculó que un infectado tenía más del doble de probabilidades de chocar en auto. Lo atribuyó a que el parásito reduce el tiempo de reacción.

Antonio Barragán, investigador del Centro de Medicina Infecciosas del Instituto Karolinska, en Suecia, precisó que la toxoplasmosis interferiría en el muy relevante neurotransmisor GABA: “Las alteraciones en el GABA se observan con frecuencia en muchos trastornos psiquiátricos, como la esquizofrenia”. Elevados niveles de GABA, según Barragán, “están asociadas con una disminución del miedo y la ansiedad”.

En ese estudio apareció otro patrón: cuanto más tiempo habían sido infectados los humanos, menos temerosos y ansiosos. Hay cambios físicos que van de la enfermedad bipolar a los síntomas de gripe, con altos niveles de apetito sexual, autodestrucción y confianza en los demás. Las mujeres se vuelven más atractivas, los hombres despreocupados.

Hasta ahora pensábamos en genética, circunstancias, experiencia, traumas, alegrías: ahora son explicables por parásitos en la cabeza. La demencia, los exabruptos, la rareza, las obsesiones, los excesos, la inadecuación, serían producto de una condición involuntaria. No es psicológico ni genético, es una cuestión celular, producida por la toxoplasmosis, o sus anticuerpos.

Esta información la recopilé luego de ser advertida de toxoplasmosis por una familia amiga. Al investigar posibles causas para malestares de su hijo, encontraron en un examen de sangre altos niveles de toxoplasmosis. Todos lo tenían, como yo. Mi examen de anticuerpos, que toman a las embarazadas porque es letal para el feto, fue muy alto, tanto que el ginecólogo consultó inmediatamente con una experta. Era normal, dijo ella, muchos anticuerpos por haber vivido con gatos. No hablaron, no era al caso, de toxoplasmosis latente (puedo especular que los anticuerpos se dispararon con el embarazo).

En Chile no muchos médicos saben del tema. Los amigos consultaron a un experto en parásitos que, además de ser desagradable y feo, se rió en sus caras. Su amigo biólogo les dijo que podía ser, pero también se rió, básicamente por la imposibilidad de comprobarlo: habría que examinar el cerebro postmortem ¿Podría haber una cura? ¿Cómo sacas estos parásitos, microscópicos, del cerebro? La mayoría de la gente no lo tomó muy en serio, se volvió un chiste. Me he reído a carcajadas de la toxoplasmosis, pero sus efectos calzan perfecto. Tengo pendiente escuchar o leer a Robert Sapolsky, experto en el tema.

¿Es verdad que, en comparación, los que tenemos toxoplasmosis desvariamos más -aunque mantenemos el orden y las grandes libertades pero férrea determinación- que los alérgicos? El tabaquismo, el alcoholismo, la intensidad; la invención y especulación constante; el exceso de humor y de simpatía; la inseguridad, la duda, el deseo de ser mejor; la preocupación por los demás a pesar del egoísmo; el autoflagelo: todo es obra de los parásitos. Que la mente y que la vida funcionen así se vuelve más irresponsable y mucho más siniestro.

El rechazo social al exceso de entusiasmo, a los rasgos apasionados, se podría explicar como alerta ante la enfermedad. La idea de algo que se mete en el cerebro, en todo caso, es antigua. Para los islámicos, en el mito de la ballena que sujeta al mundo, es la manera en que se equilibra el movimiento: la ballena vive amenazada por el bicho que se quedará dentro de su cerebro.

¿Que habría que hacer? ¿Prohibir los gatos? ¿Es posible vivir sin gatos? La mitad de la gente lo hace, la otra tiene toxoplasmosis. Sensaciones tan raras en la cabeza, todavía.

+Marcela Fuentealba (Santiago, 1973), periodista y editora de Saposcat.